Friday 26 de April, 2024

POLíTICA | 07-01-2022 17:41

La intimidad del día final

Fragmentos del libro que relata los detalles desconocidos de la renuncia de De la Rúa.

El titular del Senado, Ramón Puerta, recibió la llamada del presidente Fernando de la Rúa en su departamento de Libertador y Salguero cuando se preparaba para tomar el avión Cessna Citation Excel en el aeropuerto de San Fernando.

Eran las cinco menos veinte de la tarde del jueves 20 de diciembre de 2001 y De la Rúa había dado lo que sería su último mensaje al país por radio y televisión. Quería saber qué le había parecido su ofrecimiento de “un gobierno de unidad nacional” al justicialismo.

—Lo escuché, Presidente. No se le ocurra hacer lo que estoy temiendo, no me diga que está por renunciar.

—…

—No vaya a hacer eso porque ya le dijimos que le vamos a votar el Presupuesto y las leyes que necesita a libro cerrado, salvo los artículos sobre el financiamiento a las provincias; ahí vamos a debatir.

—Ah, bueno, bueno… Puerta, ¿usted va a ir a Merlo, a San Luis?

—Sí, ya estoy saliendo para allá. Vamos a estar todos los dirigentes del peronismo.

—Pero, ¿a qué hora va a ser esa reunión?

—Bueno, de acá me voy a San Fernando, hay un avioncito que me va a llevar. Yo estaré llegando a las siete de la tarde y calculo que vamos a inaugurar el aeropuerto de Merlo a las ocho.

—Lo que yo quiero es que me llame después de que termine la reunión entre ustedes.

—Creo que lo voy a poder llamar a las nueve, o nueve y media.

—No, pero ya va a ser de noche.

—Presidente, eso es lo único seguro a esta altura: a las nueve y media va a ser de noche.

De la Rúa no quedó satisfecho con las respuestas de Puerta: era evidente que el peronismo no estaba dispuesto a compartir con él la responsabilidad de gobernar.

Antes de hablar al país, De la Rúa se comunicó con Carlos Maestro, que era el jefe del bloque de senadores del radicalismo, que estaba en las oficinas del senador y ex presidente Raúl Alfonsín.

—Voy a hablar por radio y televisión.

—¿Cuándo?

—Ahora, dentro de unos minutos. De la Rúa cortó y Maestro le contó a Alfonsín, líder del aparato partidario.

—¿Qué irá a decir? —preguntó el ex presidente.

Hasta el discurso de De la Rúa, las versiones de los distintos protagonistas coinciden. Pero, a partir de este momento hay diferencias, algunas de ellas sustanciales.

Por un lado, Maestro afirma que luego del discurso presidencial su secretaria le avisó que ya podía volver al Senado.

—Raúl, yo vuelvo al Senado; me avisó mi secretaria que está todo más calmado.

Sin embargo, otras fuentes sostienen que Maestro permaneció en

la oficina de Alfonsín, desde donde —junto con el ex presidente— conspiró para forzar —o, al menos, acelerar— la renuncia de De la Rúa. Tanto es así que varios correligionarios lo siguen considerando “un gran traidor”.

De la Rúa recuerda ese diálogo de esta manera.

—Presidente, recién hablé con Duhalde, que me dijo que ya no hay nada que hacer —le informó Maestro.

—¿Y vos qué pensás?

—No hay otra salida que la renuncia.

—Bueno, tomo nota.

Maestro niega ese testimonio. Ratifica que volvió a su despacho en el Senado y que allí vio que “la televisión ya informaba de muertos en el centro de la ciudad y también en otros lugares, como Rosario, Córdoba, en la provincia de Buenos Aires… Ya se hablaba de más de veinte muertos en todo el país, había imágenes de coches quemados en la 9 de Julio. Así que lo llamé a De la Rúa”.

—Fernando, hay muertos en Plaza de Mayo —le avisó, según su versión.

—No, a mí nadie me informó eso, ni mis funcionarios de Interior ni el jefe de la Policía Federal.

—La televisión está diciendo que hay muertos.

—La televisión dice muchas cosas que no son ciertas.

—Me parece que esta vez es cierto porque están mostrando imágenes de personas caídas.
Maestro asegura que —apenas cortó con el Presidente— un empleado le alcanzó un comunicado de prensa de los senadores y diputados del peronismo, donde la principal fuerza de oposición reclamaba a De la Rúa “un gesto de grandeza que permita superar esta crisis”. Según Maestro, también “convocaban urgentemente a una Asamblea Parlamentaria”.

Maestro cuenta que volvió a llamar al Presidente.

—Mirá Fernando, el peronismo ha resuelto

retirar su apoyo parlamentario al Gobierno. La situación está muy difícil y yo no le veo salida.

—Yo hice todo lo que pude; convoqué al peronismo a un gobierno de unidad nacional, pero no fui escuchado.

—Presidente, le doy un consejo: ponga su renuncia a disposición del Congreso para que el Congreso, a través de una Asamblea Parlamentaria, decida qué hacer.

Maestro se refería a una sesión especial de todos los legisladores: los senadores y los diputados. La instancia prevista por la Constitución para analizar la eventual renuncia de un Presidente y designar su sucesor.

De la Rúa se quedó unos segundos en silencio.

—Si no queda otra solución, lo voy a hacer.

De la Rúa firmó su renuncia minutos después de las seis y media de la tarde. La redactó a mano, luego de convocar a su despacho a algunos funcionarios de confianza. Uno de los funcionarios que lo acompañaron en aquel gesto del final, recuerda que, una vez que estampó su firma en el texto de renuncia, De la Rúa pareció recuperar la energía, como si se hubiera sacado un peso de encima

 —Bueno, ya no tenemos nada que hacer hoy acá. Nos vamos —les indicó a sus acongojados colaboradores.

Y salió del despacho para tomar el ascensor privado, pero lo frenó el jefe de la Casa Militar, el vicealmirante Carlos Carbone, que llevaba menos de dos días en su cargo.

—Señor Presidente, no puede salir por allí. La seguridad depende de mí y hay muchísima gente en la Plaza.

—Me voy directamente, como lo hago siempre.

—No, señor Presidente, ya está listo el helicóptero. No se puede salir por tierra.

De la Rúa fue llevado rápidamente a la azotea, donde ya lo esperaba un helicóptero Sikorsky S76B apenas posado para proteger de posibles fisuras al techo y a las paredes del histórico edificio. A las corridas y en apenas un minuto, abordó la máquina, junto con su edecán, el teniente coronel Gustavo Giacosa y el subjefe de la custodia presidencial, el subcomisario Marcelo Lioni.

Eran las siete y cincuenta y dos de la tarde y el helicóptero blanco se elevaba en medio de aplausos, gritos e insultos de la gente que protestaba en la Plaza de Mayo. Una imagen que quedaría en la historia. 

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Ceferino Reato

Ceferino Reato

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