A esta altura, en el radicalismo se vive una especie de todos contra todos. Hay un factor externo, común a todos los partidos tradicionales: Javier Milei los tiene descolocados. Si se ubican en el rol de oposición responsable, el Presidente los destrata; si se alinean quedan como cómplices de una gestión que no los representa.
Pero La Libertad Avanza no es el único responsable de los males del centenario partido: también hay un componente interno. Está costando el recambio de líderes. Ningún dirigente puede tomar la batuta y se nota: a tres meses de la reunificación del bloque en la Cámara de Diputados, por ejemplo, ya auguran una pronta fractura. “El problema es que está lleno de caciques”, comentan con sorna en el Congreso.
Paradoja radical.
Hay un contrasentido en la situación actual. Hace tiempo que la UCR no acumulaba tanto poder real como el que tiene ahora: gobierna en cinco provincias, tiene 34 diputados y 13 senadores. Y sin embargo, la tensión en el partido es constante.
La figura de Martín Lousteau como presidente del espacio ofrece resistencias. Sobre todo, luego de que el economista lanzara una crítica furiosa sobre su partido en la relación con el Gobierno: “El radicalismo es como el tipo que te dice 'tenés 5 minutos para sacarle la mano del culo a mi mujer’”, disparó en el canal de Streaming Blender. No se la dejaron pasar. La vicepresidente tercera del partido, la mendocina Pamela Verasay, le exigió “una explicación y disculpas públicas”.
En esta oportunidad, la discusión había comenzado por la decisión de Lousteau de rechazar el DNU de Milei, lo que provocó cierto desajuste con el resto del partido. Su compañero de bancada Maximiliano Abad, por ejemplo, se había abstenido de votar, para no quedar pegado al kirchnerismo. El presidente del partido dio libertad de acción y fue por la derogación. Hubo adhesión de la militancia y enojo de algunos dirigentes.
Los gobernadores Alfredo Cornejo y Gustavo Valdés encabezaron la contraofensiva. Con un comunicado intentaron dejar en off side al líder de Evolución. “Respetamos el camino que eligieron los argentinos y vamos a contribuir con las herramientas que el Gobierno necesita para avanzar en su plan de gestión”, le contestaron. Cerca de Lousteau dicen entender la jugada: los mandatarios no tienen margen para rebelarse. Necesitan fondos. Por eso reniegan contra la decisión del senador.
La realidad es que los históricos, que de a poco ceden el lugar a la nueva generación, siempre desconfiaron de Lousteau. No sólo porque fue ministro del kirchnerismo, sino también porque le ven menos anclaje partidario que ambición personal. Por lo bajo, lo acusan de querer usar al radicalismo como trampolín, descuidando al espacio.
La otra disputa del presidente del partido es con el jefe de bloque de Diputados. A Lousteau le molestan los gestos de Rodrigo de Loredo a favor de la gestión Milei y su diálogo permanente con Santiago Caputo. Es el eje de la discusión de la UCR: ser oposición furibunda o dialoguista moderado. Esa es la cuestión.
La tensión es tal, que está en duda la realización de un tradicional encuentro del partido en Villa Giardino, que debe producirse en mayo. Hay quienes aseguran que, por el momento, sería mejor no encontrarse a debatir ni el presente ni el futuro del radicalismo.
Cortocircuitos.
Más allá de sus encontronazos con Lousteau, De Loredo tiene una rebelión en su propia granja. El bloque radical en Diputados estuvo dividido los últimos dos años y se había reunificado en diciembre. Cuatro meses después, con el tratamiento de la Ley de Bases y la discusión acerca de qué hacer con el mega DNU del Ejecutivo, el riesgo de que se fracture reapareció.
Sus detractores internos acusan a De Loredo de ser proGobierno y, también, de estar más preocupado por lo que pasa en la política cordobesa, donde se quiere instalar como un candidato potable, que en los propios intereses del partido.
Una muestra de rebeldía fue la de Facundo Manes, que se diferenció de De Loredo durante el debate en el recinto del proyecto original de la Ley de Bases y ya arrastra a una docena de diputados con él. El neurocientífico tiene un problema de base con De Loredo: el 5 de diciembre había sido votado por sus pares como presidente de bloque (algo que incluso llegó a comunicarse mediante una gacetilla), pero luego los gobernadores le dieron el visto bueno al cordobés y lo relegaron. A Manes le quedó esa espina.
En su intento por ver resurgir el partido, y en la búsqueda por la aparición de figuras que se conviertan en candidatos con chances para las próximas elecciones, el radicalismo está en período de ebullición. Debe aprovechar el poder real que le dan los gobernadores propios de provincias importantes y el importante músculo legislativo. Tienen una buena oportunidad. Ahora falta que los intereses particulares no sean más trascendentes que las necesidades del partido.
Comentarios