Antes de cumplir las cuatro décadas, Martín Guzmán tiene el desafío más importante de su vida: lograr un acuerdo con el FMI que permita empezar a normalizar la economía argentina. Pero como un equilibrista, tiene que ocuparse de muchas cosas a la vez. Mientras gestiona, esquiva como puede los palos que llegan de la oposición y hasta alguna zancadilla que surge del Gobierno.
Es que Guzmán se acostumbró a trabajar en medio de rumores de renuncia, muchos de los cuales parten desde el ala K de la Casa Rosada. Pero en una reunión secreta con Cristina Kirchner, a fin de año, sintió que por fin le llegaba algo de clemencia. La vicepresidenta, que hizo notar sus diferencias con el economista en el año electoral, cambió su postura: vía Telegram lo invitó a que se reunieran en Juncal y Uruguay. Allí, en su departamento de Recoleta, firmaron la paz. Al menos por ahora.
El economista tiene una sola misión: la deuda, una obsesión que arrastra desde su época de estudiante. De perfil bajo y un secretismo que molesta incluso a los propios, Guzmán le escapa a que se cuele su vida privada en la función pública. No habla con nadie de su novia rumana que dejó en Nueva York ni invita a su departamento de Belgrano, ese en el que está lo estrictamente necesario sólo para cumplir con su trabajo en Capital, antes de volverse a La Plata. Pocos saben de su papá “el Topo”, el profesor de tenis que le inculcó a él y a sus hermanos la pasión por el deporte. Son algunas de las historias desconocidas del negociador clave: el funcionario en el que Alberto Fernández apostó su futuro.
TRATOS.
Mientras que con Cristina la relación tuvo vaivenes, con el Presidente hubo más armonía. Guzmán no tuvo sobresaltos, más allá de que en la mesa chica alguna vez le recriminaron que se guardara información sobre la negociación con el FMI para sí y no la compartiera con el mandatario. “Es el que más sabe de deuda y hay cuestiones técnicas que son imposibles de explicarle a un abogado”, lo defienden en su entorno.
Alberto Fernández puso todas sus fichas en el economista. Lo fue a buscar a Nueva York en el 2019, cuando tenía 37 años y trabajaba de investigador en la Universidad de Columbia, bajo el ala del Premio Nobel Joseph Stiglitz.
Guzmán había entrado al radar del peronismo con una serie de charlas en el instituto Gestar, un think tank por el que pasaban dirigentes justicialistas de peso. Pero no fue hasta la intervención de Sergio Chodos, actual representante argentino ante el FMI, que el nombre del joven economista llegó a oídos del entonces presidente electo. Un encuentro en un bar de Boedo selló la relación.
En el kirchnerismo, Guzmán siempre gozó de una desconfianza plena. Pero el momento de mayor tensión sucedió en abril del 2021, cuando el economista quiso desprenderse del camporista Federico Basualdo y casi terminó eyectado él. Todo comenzó con una discusión sobre la política de tarifas energéticas y finalizó con un ida y vuelta de operaciones sobre echados y renunciados. Finalmente nadie dejó su cargo, pero Guzmán entendió que Cristina imponía límites. Hoy en el Gobierno aseguran que el ministro y la vice tienen una “relación práctica”. Nada más.
El profesor de la Universidad Nacional de La Plata aprendió rápido que en la función pública no sólo hay que cuidarse de los de afuera. Tan pronto se curtió, que cuida al extremo las filtraciones que puedan llegar a provocarse en su trabajo.
Esas mezquindades en cuanto a compartir información provocaron más de un enojo. En muchos funcionarios molesta su “secretismo”. “Es que Martín cuida al extremo las cuestiones de Estado”, lo defienden en su mesa chica. Y agregan: “No le gusta que lleven y traigan data y eso en política es muy común. Por eso genera broncas”.
En alguna ocasión, estando de viaje, salió a caminar con su equipo de trabajo para poder hablar de temas sensibles sin temor a ser escuchado. Pero ni siquiera en sus despachos se relajan: más de una vez han puesto música fuerte y cerrado las persianas en el ministerio de Economía, para evitar ser espiados.
Guzmán no es un dirigente político locuaz. Habla pausado y lento, como si buscara con sumo cuidado cada una de las palabras que va a decir. Por eso llamó mucho la atención, y todavía es recordado, el exabrupto que tuvo previo a una conferencia junto a Sergio Massa. El PowerPoint que debía presentar no se cargaba y él, pensando que tenía el micrófono apagado, bromeó: “Puedo empezar a 'sarasear' hasta que esté”. Eso le valió uno de los apodos que más repite la oposición: “Sarasa” Guzmán.
Está repleto de particularidades: no usa el ascensor, a menos que lo requiera por alguna urgencia; sólo toma agua mineral y no le presta demasiada atención a la ropa: “Tiene cuatro pilchas locas acá en Capital”, comentan en su entorno.
El el 2021 recorrió 12 provincias. Se reunió con dirigentes y empresarios y habló de la estructura productiva del país y del flagelo de la inflación, entre otras cosas. Pero más allá de todos los temas que incumben a su ministerio, cualquier conversación lo devuelve como un búmeran hacia su obsesión: la deuda.
PREPARACIÓN.
De chico Guzmán fue educado para esforzarse por lograr objetivos. Cuando no estaba en la escuela, estaba jugando al tenis en el club Gimnasia y Esgrima de La Plata donde su papá, “el Topo”, daba clases. Se pasaba horas en la cancha que estaba bajo la tribuna de cemento del estadio de fútbol del Lobo, practicando tiros con efecto desde la línea de fondo. Dicen quienes lo vieron jugar de adolescente que se hizo un lugar en el circuito local a fuerza de perseverancia, más que de talento, y que eso lo llevó a ganar campeonatos juveniles.
“El Topo” es un personaje conocido en La Plata. A diferencia de su mamá, de perfil mucho más bajo, el padre tenía una profusa vida social: no sólo por la inmensa cantidad de horas que pasaba en el club, sino por su otro rebusque. Los fines de semana cargaba equipos de música y luces en un viejo vehículo y oficiaba de DJ en algunas fiestas.
Durante la adolescencia, Martín Guzmán organizaba torneos de tenis en el club El Molino, pero cuando tuvo que optar eligió que su futuro no pasase por el deporte, sino por lo académico. Se recibió de licenciado en Economía en la Universidad Nacional de La Plata en el 2005 y continuó con un máster que logró en el 2007 en la misma casa de estudios, antes de pegar el salto a Estados Unidos.
Primero desembarcó en la Universidad de Brown, en Providence, estado de Rhode Island. Con su tesis, “Entendiendo las causas y los efectos de las crisis financieras”, se graduó en Ciencias Económicas dos años después, en el 2009.
Pero un trabajo previo a obtener su título lo catapultó a Nueva York de la mano de una eminencia. La Sociedad Internacional de Economía lo había invitado a hacer una exposición sobre una investigación de Stiglitz. El argentino lo sedujo con sus conclusiones y el prestigioso profesional lo invitó a sumarse a su equipo, en la Universidad de Columbia. Desde ahí, lo destaca cada vez que tiene oportunidad. Estos últimos días escribió un artículo que tituló “El milagro argentino del Covid” y habla de la “sorprendente recuperación económica” de este país “gracias a las actuales políticas del Gobierno”, a su vez que cuestiona los planes del FMI. Un fuerte espaldarazo.
En Nueva York, Guzmán dejó a su novia cuando decidió mudarse de nuevo a Argentina para oficiar de ministro. El funcionario continúa su relación con la joven rumana, con la que se reencuentra en cada viaje oficial a Estados Unidos. Luego se mantienen tan comunicado como la tecnología se los permite. Pocos saben de su existencia, porque el economista se rehúsa a hablar de su vida privada. De hecho, para evitar filtraciones, ni siquiera la sigue en sus redes sociales.
Cuando le preguntan a quién admira, el ministro nombra a Stiglitz, pero no sólo a él. También hace referencia a un profesor de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) que fue clave en su formación: Daniel Heymann, reconocido académico y arquitecto del Plan Austral, ideado para bajar la inflación durante la presidencia de Raúl Alfonsín.
Heymann lo sumó como alumno ayudante en su cátedra, Moneda, Crédito y Bancos, en el 2004. Fue ayudante diplomado y profesor adjunto, hasta que en diciembre del 2019 concursó para quedarse con la materia. La fecha de su examen se había estipulado meses antes, cuando ni siquiera Guzmán se podía imaginar como ministro de Economía, pero llegó días después de su jura. El funcionario dio una clase pública sobre los “roles de la política monetaria en la macroeconomía” y se convirtió en profesor titular.
En enero del 2020, el ministro de Economía sumó a su equipo a su admirado profesor. Heymann ingresó a la función pública en carácter de asesor. Y como devolución de gentilezas, un mes después, en febrero, él lo incluyó en su equipo de investigación en el Conicet.
De acuerdo a los registros de AFIP y Anses, el Conicet es una de las tres entidades que figuran como empleadores de Guzmán (además del ministerio y de la UNLP), pero ante la pregunta de NOTICIAS, en su entorno aclararon que el economista no percibe un sueldo, ya que entró al programa Ciencia de la Gestión y de la Administración Pública en carácter de “invitado asistente”.
Guzmán no registra ningún trabajo en la esfera privada en la Argentina. A los ya nombrados, su historial sólo agrega la UBA, de la que percibió una remuneración entre agosto de 2015 y diciembre de 2019, cuando se convirtió en ministro de Economía de este país, uno de los trabajos más difíciles del mundo.
DEPORTISTA.
Mientras rearma la presentación que hará ante la oposición el martes 18 en el Congreso, Guzmán sigue encontrándose de manera virtual con los enviados del Fondo. El éxito de su operación se dilata y los cañones de Juntos por el Cambio se han posado sobre su figura. El ministro resiste, pero haberse criado practicando fútbol, tenis y ajedrez le permite entender que el resultado es fundamental. Si no se cumple el objetivo, podría tener que dar un paso al costado.
Guzmán tiene alma de deportista. Fanático del fútbol, en el Gabinete lo destacan como un goleador de raza, el mejor entre los funcionarios. “En la Quinta de Olivos tengo un duelo enorme con Guzmán, que es un extraordinario jugador”, reveló Alberto Fernández a TNT Sports, apenas había empezado la gestión. Y agregó: “La primera vez que jugamos me hizo un gol de otro mundo, me pateó de afuera del área y la vi entrar al ángulo. Desde ahí me agarró mucho odio porque no le dejé hacer un gol nunca más”.
En La Plata, el ministro tiene un equipo junto a uno de sus hermanos. Le pusieron de nombre Barrio Jardín, en honor a la humilde zona donde vivieron en su infancia.
El fanatismo que tiene por la pelota lo canaliza a través de Gimnasia, el mismo club del que es hincha la vicepresidenta. De adolescente iba a la popular Centenario junto a sus amigos, aunque de grande se pasó a la platea. Su pasión por el Lobo es tal, que en el 2009 estuvo a punto de perder un vuelo a Nueva York con tal de mirar hasta el final el partido que devolvió a su equipo a primera división.
En septiembre del 2019 se le alinearon los planetas con sus pasiones futboleras. Porque el club de sus amores contrató como DT a su ídolo, Diego Maradona. Y Guzmán no tardó en hacer los trámites para verlo: en la primera visita del campeón del mundo al Presidente, el ministro de Economía apareció con una pelota y una camiseta de Gimnasia para que se las firmara. Las conserva como sus tesoros.
El ajedrez fue otro de sus divertimentos, pero tuvo que dejar de practicarlo con asiduidad porque le quitaba tiempo académico. Debía concentrarse en sus estudios de Economía. El tenis es otra de las pasiones que comparte con su papá y sus hermanos, pero que ya no puede practicar tanto como desearía, por motivos laborales. En la Quinta de Olivos a veces hace dupla con Alberto Fernández en el paddle, y también se destaca. Un deportista multifacético.
La versatilidad en cuanto al gusto por los deportes se puede trasladar a otros ámbitos de la vida. Sus lugares en el mundo son, según dice, el bosque de La Plata y el Central Park de Nueva York. Su serie favorita es una nacional, Los Simuladores, aunque su actor predilecto es norteamericano: Leonardo Di Caprio.
El mismo pragmatismo tiene en la política. Y es lo que le permite gambetear las discusiones de la coalición de gobierno. De hecho, usa su falta de militancia a conveniencia. En su cuenta de Instagram homenajea a Evita y a Néstor Kirchner, pero luego se diferencia, cuando le conviene mostrar independencia. Es capaz de reunirse con Cristina y con Máximo para asegurar su permanencia, aunque después discrepe del rumbo que el kirchnerismo quisiera darle a la economía del país.
Como ministro, Guzmán tiene un solo objetivo: llegar a buen puerto con la negociación de la deuda. Como un deportista de alma, sabe que de no conseguirlo será una derrota poco digna. Pero el hombre es obtuso y está convencido.
Como muestra de su tenacidad, en su entorno recuerdan una anécdota: en el 2012, en la Universidad de Brown, estaba jugando un torneo con su equipo del Departamento de Economía. Un choque con el arquero rival lo dejó tendido en el suelo y sus compañeros le ofrecieron sustituirlo. Se negó y terminó el partido como pudo, con victoria para los suyos. Cuando fue al hospital descubrieron que había tenido una doble fractura en el pie y debió ser operado. En aquella oportunidad, fue hasta las últimas consecuencias para obtener un resultado y lo consiguió. Ahora, al mando del ministerio de Economía quiere repetir el éxito. Es a todo o nada.
Comentarios