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POLíTICA | 30-04-2021 13:18

Máxima tensión política: todos locos

La locura se apoderó del Gobierno y de la oposición en el peor momento de la pandemia. La guerra por las clases y el cálculo electoral. El rol de un periodismo peligroso.

Entre el 14 y el 20 de abril se suspendieron y volvieron a imponer las clases presenciales en la Ciudad cuatro veces. El miércoles, el cierre de los colegios lo anunció Alberto Fernández, contra lo que sostenían sus propios ministros tan sólo tres horas antes, a las 20.57. El domingo a las 22.24 Rodríguez Larreta, amparado en un fallo municipal express y con un obsceno conflicto de intereses en su composición, declaró lo contrario. El martes a las 19.03 se conoció la decisión de un juzgado federal que sentenciaba que las escuelas debían cerrar. A las 22.11 de esa noche, a nueve horas del inicio de la jornada lectiva, la Jefatura del Gobierno porteño difundió un comunicado que decía que las aulas seguían abiertas. Entre toda esa politiquería descontrolada había un detalle al que ni desde la Quinta de Olivos ni desde la sede de la calle Uspallata se le prestó demasiada atención: las 775 mil personas -entre alumnos, profesores y personal no docente- que cuatro veces tuvieron que rearmar planes, pasar tareas a la modalidad virtual y viceversa, atender reclamos y quejas, pegados a la televisión hasta la última hora del día.

Si a ese número le sumamos las madres y los padres, que cuatro veces tuvieron que poner y sacarle la mochila y las ilusiones a sus hijos, la cuenta da que más de un millón de ciudadanos fueron arrastrados a un delirio generalizado. Vale la pena subrayarlo: la mitad de la Capital de la Nación fue manoseada por intereses que tienen que ver mucho más con lo electoral que con lo sanitario o lo educativo. Todo eso ocurrió en menos de una semana, y en un momento en el que el país, literalmente, se está quedando sin oxígeno. El final de la pandemia es incierto y quizá lejano, pero a esta altura ya hay algo claro: si aún la sociedad no perdió la cordura, le falta poco al ritmo que impone la clase dirigente. Se están volviendo todos locos.

Perdidos. El primer trabajo sobre la locura en estas latitudes data de 1878. Lo escribió el doctor José Ramos Mejía, un libro que tuvo una crítica positiva de Domingo Sarmiento y que se llamaba “La neurosis de los hombres célebres”. Muy a tono con la concepción de la época, el texto del médico entendía que a la Historia la hacían los dirigentes y que sus posibles trastornos, como el que sostenía que tenía Rosas, podían afectar a la comunidad entera. Sí el hombre cuyo nombre llevan cientos de hospitales -que hoy están al borde del colapso- tenía razón, el presente argentino es de extrema gravedad: son los hombres y mujeres supuestamente célebres de la actualidad quienes amenazan con contagiar con su neurosis al resto.

La escalada por las clases presenciales estuvo secundada por una serie de hechos inéditos y vergonzosos, que dan cuenta del estado de confusión masiva.

- El Presidente retuitea el miércoles 21 una caricatura en donde se lo ve a él junto a Vladimir Putin -no precisamente reconocido por ser un paladín de los derechos humanos- vacunando en el traste a un gorila. La medianoche anterior, casi de madrugada, había replicado insultos a Larreta, como un adolescente ofuscado que lanza indirectas desde Twitter. Alberto también escribe un nuevo capítulo en la historia del periodismo: comparte una nota del sitio “Dataclave” en la que aparecía él en off asegurando que Larreta amenazaba la democracia. ¿Un off retuiteado se convierte en on? ¿Está diciendo que su ex amigo está yendo contra la institucionalidad? ¿Hay alguna acusación más grave que esa?

- El jefe de Gobierno porteño se pasa una semana en un raid mediático quejándose de que la Casa Rosada había cerrado las clases sin avisarle. “¿Tanto cuesta una llamada?”, repite ante cada micrófono y le demanda al Presidente una reunión. Cuando en la conferencia del domingo 18, en la que anuncia la reapertura de las escuelas, le preguntan si se lo había comentado a Alberto, su respuesta es tragicómica. “No, no le avisé”. Después le echa la culpa de todos los males a que el oficialismo no consigue las vacunas, aún cuando sabe que es un bien muy escaso en el mundo y que Argentina está entre los 25 países que más dosis consiguieron. También, mientras insiste con las clases, le pide 60 respiradores de emergencia al Gobierno.

- La cuenta oficial del Ministerio de Seguridad de la Nación tuitea que lo de Larreta “es un genocidio”.

- El ex ministro de Cultura, Pablo Avelluto, retoma la lógica de guerra civil y dice que no habrá “ni olvido ni perdón” para Alberto.

- El ministro de Justicia, Martín Soria, se queja de la decisión y amenaza a los miembros de la Justicia porteña a cielo abierto y en tono apocalíptico: “Deberán hacerse responsables de las consecuencias”. Se le suma el ministro de Medio Ambiente, Juan Cabandié. “El caudillismo de CABA tiene una justicia adicta, una policía represiva y medios que lo encubren”.

- Axel Kicillof declara como cuando conducía el centro de estudiantes de Economía y califica de “repugante” la actitud de Larreta. Después pide más “mano dura”. Su ministra de Gobierno, Teresa García, se sube a la ola y acusa a la oposición de “querer golpear la campaña de vacunación”, lo que equivale a decir que pretenden la muerte.

- Patricia Bullrich encabeza una marcha hacia la Quinta de Olivos y tilda al Gobierno de ser “anti escuela” y a Alberto de “no estar a la altura del cargo” y de pertenecer a la “oligarquía de los burócratas”. Después afirma que en los centros de vacunación funcionan “salas de adoctrinamiento”.

Estos son hechos sucedidos entre el 14 y el 20 de abril y, lo que es peor, son solo algunos. Si se retrocede solo un par de semanas, se puede ver al Presidente llamando “imbéciles” a opositores, a CFK acusándolos de “maleducados y barrabravas”, a Fernando Iglesias a los empujones en el Congreso, y a una lluvia de piedras entrando en la camioneta de la comitiva presidencial en Chubut. Un poco más atrás hay vacunatorio vip, hay acusaciones, incluso llevadas a la Justicia, de que la Sputnik envenenaba o de que habíamos caído en una “infectadura”. Con este nivel de agresiones, chicanas y delirios entre los que gobiernan, diría el intelectual Mario Rapoport, parece cuento que la Argentina aún exista.

Malas palabras. En junio del 2001 el entonces diputado Lorenzo Pepe estaba yendo al Congreso cuando leyó una columna en el diario La Nación que decía: “Esta clase política está herida de muerte y hay que terminar de matarla”. Pepe, encarcelado por todas las dictaduras del siglo anterior, se agarró una bronca tal que aquel día dio un discurso memorable. “¿Tan mala es la política? ¿Recuerdan que gracias a esta política a la que ustedes y nosotros construimos en estos 18 años el Estado de Derecho, el respeto a la dignidad de las personas y la democracia volvieron a la república? A mí, que amo tanto este país, me han quebrado y he bajado los brazos, pero si ustedes no tienen la valentía para salir de este atolladero no hay destino para los argentinos”, dijo, al borde del llanto. Pocos meses después la profecía del diario se cumplió, Argentina explotó y los muertos se acumularon en las calles. Y aunque ahora el riesgo proviene de un virus, los comunicadores y la prensa otra vez vuelven a jugar con fuego, o directamente sobre él, como dice Mario Riorda.

Marcelo Longobardi y Antonio Laje fueron dos de los periodistas que se sumaron a la zozobra institucional. El primero cuestionó la democracia y pidió un país “más autoritario”, y el segundo se prendió al asegurar que “los líderes democráticos no solucionan los problemas”. Mientras tanto, Viviana Canosa juega con la idea de que las vacunas pueden matar, Coco Sily propone “cagar a trompadas” a Iglesias, Laura Di Marco dice que la Sputnik no es muy efectiva, C5N pone en pantalla fotoshops de Larreta vestido como soldado de guerra y Roberto Cachanosky compara al Gobierno con la última dictadura. Son solo unos ejemplos -que, como cualquier producto envasado en la grieta, cotizan y suben el rating- de la versión 2021 de aquella columna de La Nación, pero que son igual de peligrosos. “¿Qué hay atrás de estos mensajes? Okey, nos vamos nosotros, ponele, ¿y quién viene? ¿Quién pone la cara? ¿Quién gobierna? ¿Los periodistas?”, dice un íntimo amigo del Presidente, en un razonamiento en el que incluye también a la oposición que ocupa cargos.

¿Se viene el estallido? Hay, es verdad, algo de lógica en la falta de lógica del momento y es que pretender cordura absoluta en plena segunda ola, con los hospitales casi al cien por ciento, es pretender demasiado de dirigentes que, al fin del día, son tan humanos como cualquier hijo de vecino. El grueso de la plana política tuvo Covid o acumula más de veinte hisopados -con el estrés y aislamiento preventivo que eso conlleva-, e incluso hay algunos que perdieron a familiares cercanos. De hecho, solo en dos cosas el oficialismo y la oposición se ponen de acuerdo: una es que la culpa la tiene el de enfrente, y la otra es que es imposible gobernar bien sobre algo tan desconocido como una pandemia.

Sin embargo, es precisamente en momentos tan complejos cuando los que gobiernan e influyen sobre la realidad, un combo que incluye a periodistas y también a la Justicia -porque a nadie se le escapa que la Corte Suprema planea volver a subirse el precio político mientras define sobre las clases- tienen que estar a la altura. El riesgo, de lo contrario, es el delirio colectivo, algo que está quedando claro en estos días. El antropólogo estadounidense Elman Service definía a los locos como aquellas personas que hacen “lo que la sociedad no espera de ellos”. Con esta definición se puede sacar una conclusión clara: Fernández, Larreta y Kicillof -por nombrar algunos- se volvieron bien locos. Todos sus votantes esperan de ellos que gobiernen, mejoren la realidad y, ahora, que vacunen, no que entren en una delirante guerra de tizas con tufillo electoral. Como dice Alan Robinson, que es escritor, dramaturgo y director, y estuvo en dos ocasiones internado en clínicas psiquiátricas, la “locura verdaderamente peligrosa no es la locura individual, que es anestesiada, sino la locura del poder”. Y quienes hoy están en ese lugar de máxima responsabilidad parecen, irónicamente, chicos peleándose en un recreo. Argentina espera -y necesita con desesperante urgencia- otra cosa de ellos.

 

 

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Juan Luis González

Juan Luis González

Periodista de política.

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