Un zigzag constante. La posición de la Argentina con respecto a la invasión rusa a Ucrania puede resultar más o menos condenatoria, depende de las definiciones del canciller Santiago Cafiero. Y hay de todo.
En poco menos de una semana, el funcionario de confianza de Alberto Fernández se ocupó de hablar de “conflicto”, primero, y de “invasión” después. Mientras en Argentina esgrimía una postura más light contra Rusia, en su exposición en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU fue más contundente. Aunque luego el país no se allanara al comunicado de la OEA ni a la OTAN. “Acá no hay que elegir bandos”, intentó explicarse Cafiero. Un canciller confundido.
Equilibrist
Más allá de la presión de las potencias occidentales que apoyan a Ucrania, en la coalición de Gobierno subyacen dos posturas.
La que encabeza Cristina Kirchner tiene cierta empatía con Vladimir Putin: eso genera dolores de cabeza a la hora de no quedar tan mal hacia afuera, pero tampoco hacia adentro. En el medio, Cafiero se esfuerza por aunar criterios.
El primer comunicado del Gobierno sobre la guerra fue confeccionado a las apuradas entre el Presidente y el canciller, pocas horas después de haberse desatado la invasión rusa. El objetivo era que, en sus conferencias matinales, la portavoz del Gobierno Gabriela Cerruti pudiese leer la postura argentina. El texto, que hablaba de “conflicto” y no condenaba directamente a Rusia, evidenció la incomodidad del Gobierno en el tema.
Tan endeble fue el comunicado, que el encargado de negocios de la Embajada de Ucrania en Argentina, Sergiy Nebrat, sostuvo: “No estamos conformes con la respuesta”.
Es que Alberto Fernández había vuelto recientemente de una gira que lo había llevado a entrevistarse con Putin, aún cuando las tensiones entre Rusia y Ucrania ya ocupaba la primera plana de los medios internacionales. Quedará como un capítulo destacado el hecho de que el Presidente le ofreciera buscar “la manera de que Argentina se convierta en una puerta de entrada para que Rusia ingrese a América latina”, a un mandatario que ya pensaba invadir otro territorio soberano.
De tal desatino acusan, por acción u omisión, al canciller. “Cafiero es un pasante”, protestó el dirigente radical Mario Negri sobre la inexperiencia del funcionario. Otros opositores pidieron la interpelación del ministro en el Congreso.
Zigzag
En la cumbre de la ONU, Cafiero fue taxativo. Indicó que la postura argentina exige “el cese inmediatamente en el uso de la fuerza”. Sin embargo, el país no se allanó a la sentencia de la OEA y tampoco lo hizo con la OTAN. “El único alineamiento que tiene la Argentina son los intereses de los argentinos”, expresó Cafiero en radio El Destape. Una respuesta para cada interlocutor.
En la búsqueda de la armonía interna, el canciller tuvo una definición salomónica para explicar la postura argentina ante la invasión rusa: “Lo que expresó la vicepresidenta es nuestra posición”, dijo. Fin de la discusión. Horas antes, Cristina había roto el silencio evitando condenar a Rusia.
Cortocircuitos
En el reparto interno de poder, Cafiero tiene una posición incómoda respecto a la vice. Albertista por excelencia, el canciller goza de la más absoluta desconfianza de la líder real del Frente de Todos. Tanto que la información internacional que recibe Cristina viene suministrada por el vicecanciller Pablo Tettamanti y por el embajador en Rusia, Eduardo Zuain.
De hecho, Cristina había señalado a Cafiero como uno de los responsables de la derrota electoral del 2021, por lo que Alberto Fernández tuvo que relegarlo de su rol de jefe de Gabinete. Lo de la cancillería fue apenas un premio consuelo.
Tampoco es que Cafiero haya usado este tiempo para hacer un máster exprés en relaciones internacionales. Su despacho se convirtió en una especie de jefatura de Gabinete paralela, donde se acumulaban reuniones con funcionarios que querían hacerle llegar un mensaje al Presidente.
Cafiero parece estar destinado a cumplir su rol ante grandes adversidades: como jefe de Gabinete debió enfrentarse a la pandemia, como canciller a una guerra. El problema es si está preparado para los desafíos que la política le impone.
Mientras, hace malabares entre las grietas internas y las presiones externas. Y las improvisaciones lo dejan en evidencia.
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