Desde que el gobierno anunció el entendimiento con el Fondo Monetario Internacional y, en especial, desde que Máximo Kirchner sorpendió a todos con su renuncia a la jefatura del bloque en Diputados, hay un mantra que se repite en todo el Gobierno. Es una oración corta, de apenas cinco palabras, pero no hay funcionario -desde el presidente Alberto Fernández y su gabinete hasta los de segunda línea y tercera línea- que no la digan más de una vez al día. “El acuerdo va a salir”, es lo que asegura la Casa Rosada y replica el resto del Gobierno, una frase que aunque lleva implícito el intenso trabajo político que se viene haciendo para que esto suceda también carga con una importante cuota de fe. Es que el cristinismo ya mostró los dientes y que el Congreso acompañe la iniciativa es una batalla que todavía está por verse. Hay rebelión en la granja.
RULETA
Pero las blancas también mueven. Si bien el grueso del oficialismo no esperaba el portazo público de Máximo Kirchner y tardó unos días en reaccionar, la moneda ahora amenaza con caer del otro lado. Lo saben Sergio Massa, el presidente de la Cámara de Diputados, y Eduardo de Pedro, el ministro del Interior. Ambos vienen manteniendo periódicas reuniónes, todas lejos de las cámaras, con los popes de la oposición. Germán Martínez, reemplazante formal del hijo de Cristina Kirchner en la jefatura de bloque, por ahora opera más en un segundo plano -que el sucesor sea alguien sin peso político específico fue un requerimiento que pidió el propio Alberto Fernández para no tensar la interna por de más-. Y tanto el tigrense como “Wado” de Pedro vienen recibiendo respuestas similares de la vereda de enfrente. O al menos eso dicen luego de asegurar que “el acuerdo va a pasar”. De hecho, Fernando “Chino” Navarro, enlace formal del Ejecutivo con el Legislativo, llegó, después de días de trabajo intenso, a un número prometedor: ochenta y ocho diputados del Frente de Todos van a votar a favor, o al menos eso asegura.
Esperanzarse con ese poroteo, claro está, es ver el vaso medio lleno. El oficialismo, al menos en los papeles, tiene 118 diputados. La diferencia entre un número y otro son los legisladores propios de La Cámpora y aliados. Uno de ese último bloque es Itai Hagman, que responde a la estructura de Juan Grabois, que crispó los ánimos de la Rosada cuando aseguró que contaban por lo menos con “30 abstenciones”. Luego de algunas llamadas de oficio el diputado salió a decir que esa cuenta era “sólo una especulación”. Son los misterios de la política que, de acá a que entre el acuerdo al Congreso, irán en aumento. Es algo que sabe Martín Guzmán, el ministro de Economía, que está trabajando a contrarreloj para lograr tener el entendimiento firmado -incluyendo la letra chica de la polémica-, antes del primer día de marzo. Cerca del economista dicen que quieren dejar “al menos un mes” para que los legisladores lo debatan y lo voten, lo que es una manera elegante de decir que no quieren que el cristinismo se excuse en que hubo poco tiempo para el tratado del tema. El 22 de marzo vencen US$ 3.200 de deuda con el FMI y sin la ley votada por el Congreso no hay forma de hacerle frente. “Y si eso pasa se cae el Gobierno al otro día”, admite con preocupación un albertista.
“EL ACUERDO TIENE UN 75% DE APROBACIÓN. EL QUE NO LO ACOMPAÑE SE QUEMA”, RAZONA UN MINISTRO.
Es que, hasta que no llegue el acuerdo, las bravuconadas y las apuradas en público irán en aumento. De ambos lados. En el cristinismo hay una firme sospecha de que el albertismo intenta hacer pasar el acuerdo primero en el Senado. La lógica es evidente: si el debate arranca por ahí obligaría a la presidenta de ese recinto, Cristina Kirchner, a definir su jugada, y en caso que apoye, las “30 abstensiones” pasarían a ser, como si fueran fichas de dominó que se caen, a sólo unas pocas. Por eso es que CFK mandó a su vocero de ocasión, el jefe del bloque oficialista José Mayans -que en estos días estuvo reunido con Guzmán-, a mostrar las cartas. El peronista condicionó el apoyo al acuerdo -“necesitamos detalles”, dijo-, aunque la pelea de fondo ahí era para que entre por Diputados. Nadie quiere ser el primero en mostrar sus cartas. Massa, por ahora, se mantiene distante del barro y asegura que para él es lo mismo por dónde llegue a la Cámara. El tigrense siempre tiene un pie en cada lado, como demostró el martes 2 de febrero, el día siguiente a la renuncia de Máximo, cuando se pasó toda la mañana en Olivos con Alberto y a la noche cenó con el hijo de CFK viendo el partido de la Selección.
Con la oposición alineada -hubo un tenso debate en la mesa nacional de Juntos por el Cambio, con una Patricia Bullrich que amenazaba con no acompañar y a la que luego terminaron convenciendo- el desenlace parece encaminarse a que el mantra oficial se convierta en realidad. Lo sabe también un grupo de cuatro senadores -Edgardo Kueider, Carlos Espínola, Guillermo Snopek y Sergio Leavy- que amenazaron con armar un bloque separado del que conduce CFK para salir a militar el acuerdo. Aunque luego hicieron trascender que eso no iba a ocurrir; la amenaza sola fue sinónimo de empoderamiento. Es el clásico ida y vuelta de la política. “Es que el acuerdo tiene un 75% de aprobación en la sociedad, quien no lo acompañe se quema”, razona un ministro. Eso es lo que creen que le ocurriría al camporismo, que podría convertirse en uno de los pocos espacios -junto con la izquierda- en no acompañar el proyecto. Si el Gobierno logra aprobar el acuerdo sin el apoyo del cristinismo, ¿cómo quedará la balanza del poder?
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