El martes 2 de agosto Sergio Tomás Massa entró a su casa a las 2.35 de la madrugada y se desplomó sobre la mesa del living. A las 9 de la mañana tenía que salir de Tigre para ir al Congreso, a renunciar a su banca como diputado, pero un interminable raid de reuniones le había impedido llegar antes a su hogar. A las 5 pasadas de la mañana, tres horas después, el líder del Frente Renovador seguía en el mismo lugar: contestando mensajes y siguiendo la evolución de los mercados. Fue una postal que se repitió al día siguiente, cuando también apenas pudo conciliar el sueño por unas pocas horas. En la casa de los Massa nadie duerme, y tiene sentido: toda la vida el pater familias se preparó para la etapa que arrancó cuando le dijo a Alberto Fernández, el presidente en caída libre, que sí, que juraba. No hay tiempo para el sueño.
En secreto. Desde que se oficializó la noticia de que Massa iba a asumir como superministro empezó a tomar vuelo una versión dentro de las filas del Frente Renovador. Se remonta a los días en que Matías Kulfas presentó su renuncia. En ese sábado 4 de junio Alberto Fernández le ofreció esa cartera a Massa, mucho antes que a Scioli. El tigrense no quiso, pero lo importante en esta historia es lo que sucedió después. Es que, antes de que Alberto y Cristina retomaran el diálogo, un emisario de la vice, de su extrema confianza, le hizo llegar al Presidente un nuevo Gabinete con el que ella estaría de acuerdo: Capitanich a Jefatura, Manzur a Trabajo y Massa a Economía y Producción. Fernández no quiso aceptar, en una decisión que el albertismo hoy lamenta profundamente. “Por no entregar a Claudio Moroni, que tampoco tiene una gestión descollante en Trabajo, terminó entregando todo el Gobierno. Es una lástima”, dicen. Sin embargo, el dato clave es que ya en ese momento CFK tenía en la cabeza la idea de empoderar a Massa. Era sólo una cuestión de tiempo.
“Sergio ya sabía que con el cambio de Scioli y Silvina Batakis no iba a alcanzar, que faltaba hacer cambios profundos y no sólo de nombres. Pero Alberto no quiso y así estamos”, aseguran desde el massismo. Y suman otra lectura. “Estaba todo acordado con Cristina desde que renunció Guzmán, por lo menos”. Son trascendidos, pero se apoyan en varios hechos: desde que asumió Batakis hasta el momento de su jura, Massa habló todos los días con la vicepresidenta y por lo menos tres veces la fue a visitar a su despacho. Luego llegó la foto juntos y también un fuerte gesto simbólico de Máximo Kirchner, que se levantó de su banca para ir a saludar a Massa, después de que este presentara su renuncia. Varios en el riñón massista se esperanzan con ver al hijo de CFK aceptando ser otra vez el jefe del bloque oficialista. De cualquier manera, algo está claro: el nuevo ministro cuenta con el apoyo K que jamás tuvieron sus antecesores.
Señales. La jura de Massa fue multitudinaria, y tuvo casi tanta convocatoria como cuando el 10 de diciembre del 2019 Alberto le tomó la jura a todos sus ministros. El miércoles 3 asistió la plana mayor del empresariado local -Marcelo Mindlin, Daniel Funes de Rioja, Francisco de Narváez, José Luis Manzano y Daniel Vila estaban sentados en la sexta fila- y también gran parte del Gabinete, con la sorpresiva presencia de Felipe Solá, el ex canciller que había terminado mal con el Gobierno. “Pero si el peronismo me necesita yo voy a estar”, explicaba el otrora funcionario.
También fue Moria Casán, pareja de Fernando Galmarini, el padre de Malena. Su frase de cabecera -“el decorado se calla”- bien podría aplicar para el momento del Presidente. Alberto se resistió hasta último momento a aceptar el plan de Massa y el kirchnerismo, pero desde que le torcieron el brazo ni sus amigos se animan a defenderlo. El nuevo ministro tuvo vía libre para copar varias carteras sensibles del Gobierno.
Ignacio De Mendiguren volvió a Industria, el lugar que ocupó durante el gobierno de Eduardo Duhalde, Matías Tombolini a Comercio y Daniel Marx llegó como asesor del ministro. Esta nominación despertó polémica, por el pasado radical del economista. “Sólo va a intentar conseguir más financiación, no va a tener otro rol”, decían en el massismo para minimizar los roces. Todavía queda por ver quién ocupará la estratégica Secretaría de Política Económica y cómo funcionará la relación con Miguel Pesce, con quien Guzmán tuvo cortocircuitios. Al Banco Central, Massa envió como segundo a Lisandro Cleri, uno de sus economistas de confianza, y en ese círculo aseguran que le va a empezar “marcar la cancha” al amigo de Alberto.
Todavía hay muchos interrogantes abiertos. Sobrevuela en el aire, como una amenaza latente, la canción que entonó Malena Galmarini y decenas de sus militantes ni bien terminó la jura: “Borombombom, somos el Frente Renovador”. Cuando los escuchó, Massa los mandó a callar, como había hecho el día anterior cuando se dio la misma escena en el Congreso. Al menos por ahora.
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