Hasta los que critican a Sergio Berni reconocen su vocación por el trabajo. El médico militar conserva esas tradiciones de la vieja escuela y lleva adelante larguísimas jornadas laborales que duran de sol a sol e incluso varias horas más. Por eso el miércoles 1º de julio arrancó igual que cualquier otro día para el funcionario: se levantó antes de la cinco de la mañana, se calzó los borcegos negros, siempre perfectamente lustrados como manda la doctrina militar, el camperón del mismo color que lleva un artesanal parche en la espalda -“ministerio de Seguridad, provincia de Buenos Aires”- y una bandera argentina sobre el hombro derecho. Pero esa mañana, que incluyó un paseo perfectamente televisado en el Puente La Noria, criticando airadamente el armado del operativo policial que había dispuesto el Gobierno nacional, terminó siendo distinta para el superministro. Por primera vez desde que asumió, en lo que fueron más de siete meses de constantes bravuconadas para con su par de Nación, Sabina Frederic, y también para con el Presidente, Berni sintió el filo. Tensó la cuerda, una vez más, pero en esta ocasión estuvo al borde de romperse. ¿Fue la gota que rebasó el vaso?
Señor, sí, señor. Gran parte del gabinete de Axel Kicillof no había visto en su vida a Sergio Berni cuando este hombre se sumó a la campaña a menos de un mes de las elecciones que harían gobernador al ex ministro de Economía y presidente a Alberto Fernández. Y no es que no lo conocían porque fueran recién llegados a la arena política: casi todos los funcionarios que desembarcaron en la Provincia habían acompañado a Kicillof en su gestión ministerial y pateaban pasillos y despachos desde hacía mucho antes. Sin embargo, Berni nunca compartió esos espacios: era un outsider del mundo kicillofista, y por eso sorprendió tanto su designación. A priori, parecía como mezclar el agua con el aceite, aún cuando Cristina Kirchner, mentora y líder de ambos, le insistía a Kicillof con que el teniente coronel era el hombre ideal para la pesada tarea de controlar a la “maldita Policía”.
A casi un año de aquel llamado de la actual vicepresidenta para destinar al soldado que mejor encarna lo que ella piensa en materia de seguridad a Buenos Aires, parecería que en lo último quizás la historia le dé la razón: hasta ahora, incluso con pandemia y crisis económica mediante, no hubo enormes desbordes sociales ni de inseguridad en la Provincia, e incluso las grandes y polémicas patriadas de Berni, como la de “cerrar” Villa Azul, en Quilmes, terminó saliendo dentro de lo esperable.
Sin embargo, en cuanto a la relación con el gobernador la duda está aún abierta. El miércoles del show en La Noria, que coincidió con las primeras horas de la nueva y endurecida cuarentena, Kicillof estuvo a muy poco de perder la paciencia. Hay que entender la bronca del mandatario: no era ni el mediodía y ya todos los medios reproducían la conversación privada entre Berni y la “sala de situación”, desde donde el ministerio de Seguridad nacional comandaba el operativo. Ese audio filtrado en velocidad récord mostraba a Berni en su posición preferida: en el terreno, “ordenando”, elevando a las autoridades la crítica del ciudadano promedio que está hastiado de los larguísimos controles y filas para entrar a la Capital Federal. El superministro siempre aclara que hoy está muy lejos de pensar en el futuro de su carrera política, pero si la polémica en el Puente hubiera sucedido en época electoral, seguro sería buena campaña. Quizás hasta las imágenes de él gritándole a agentes de otra fuerza, que no son sus subordinados -lo que para cualquier otro argentino sería caer en un delito-, puedan servir para un clip.
Pero, aún cuando se acomoden las fichas y Berni logre cumplir su viejo anhelo de candidatearse a gobernador en 2023 –en 2019 había iniciado una protocampaña y la bajó luego de que su líder designó a Kicillof-, todavía falta una eternidad para ese momento. De hecho, falta tanto por recorrer que los llamados que intercambió con el gobernador luego del entredicho en La Noria lo hicieron reflexionar largo y tendido. Aún cuando desde ambos lados buscan minimizar el incidente, y aclaran que fue una conversación de “menos de un minuto, además de asegurar que Kicillof lo llamó sólo para intentar mediar y bajarle el grado al conflicto, la mejor evidencia de que la soga estuvo a muy poco de romperse fue la actitud del superministro luego del entredicho: después de una recorrida televisiva durante esa misma noche, con la intención de poner paños fríos en público, Berni se corrió de la escena. “Está más tranquilo en ese sentido, dedicándose de lleno a la pandemia, y se tomó un impasse mediático de varios días”, cuentan desde el ministerio de Seguridad bonaerense. A veces los silencios hablan más que las palabras, y parecería que este es el caso.
“Por el pueblo peronista”. Con esa frase juró Sergio Alejandro Berni el 12 de diciembre a su nuevo cargo. También le dedicó su gestión a “Néstor y a Cristina”, en lo que fue una ecuación sin lugar para Alberto Fernández. Con el diario del lunes, parece que fue una advertencia de lo que estaba por venir.
Entrado el segundo semestre de su gestión, en el Gobierno nacional ya ni siquiera hay ganas de disimular el enojo con Berni. Y “enojo” es una palabra elegante para describir el clima que hay en la Quinta de Olivos para con el ministro bonaerense. “Ojalá lo echen, es un sinvergüenza, un misógino, que sólo piensa en su construcción personal y su futura candidatura, y no le importa nada más”, es el sincericidio de uno de los hombres más cercanos al Presidente. Que el ministro haya montado un escándalo justo en las primeras horas del primer día de la nueva cuarentena, con el impacto económico y psicológico que tiene esta medida para gran parte del AMBA, tocó una fibra sensible en el Gobierno. “Menos show y más gestión”, le reclamó Fernando “Chino” Navarro, hoy funcionario de la Jefatura de Gabinete. “Es un irresponsable, esto fue muy grave realmente, se pasó”, suman desde esos pasillos, y ya son varios los que empiezan a especular que si no fuera por el contexto sumamente crítico el hombre hoy no seguiría en su cargo. Es, en algún punto, una triste realidad sobre el resto de los especialistas en seguridad en Argentina: ¿si echan a Berni, a quién van a poner en su lugar? ¿Hay alguien, a nivel técnico, a su altura? Hasta ahora, parecería que la respuesta es no. Cerca del ministro hay una explicación para sus arrebatos que podría resultar lógica: “Él es un hombre de gestión, y sabe cómo solucionar los problemas que van surgiendo. Por eso se pone loco cuando ve que hay una ambulancia que tarda tanto en pasar un retén, desde ese lado lo enoja. Si los que se quejan de él estuvieran en el terreno dos minutos se darían cuenta cómo es la cosa”.
También en lo que no se dice hay información: la última palabra sobre la continuidad de Berni en su puesto no depende directamente del Presidente, en los papeles el líder del Frente de Todos, sino de la mujer que puso a ambos hombres en su cargo.
Si en Olivos la bronca está llegando a Fase 5, en la cartera que conduce Frederic el hastío ya no es medible en una escala matemática. Los roces, que estuvieron desde el día uno, en plena pandemia alcanzaron otro grado y desde Seguridad se muestran francamente irritados, mientras que cuentan que Berni se queja de los operativos pero durante su planificación previa jamás dice nada. Eduardo Villalba, el segundo en Seguridad -que contrajo coronavirus-, se lo recriminó en público: “El ministro tiene mi teléfono, si sus intenciones fueran buenas me hubiese llamado”. Al cierre de esta nota, Berni y Frederic no habían vuelto a hablar luego del incidente en el puente, mientras la desaparición de Facundo Castro, el chico última vez visto el 30 de abril en Buenos Aires, luego de ser retenido en un control policial, se torna preocupante y podría impactar en esas carteras.
El descontento con el ministro se repite también entre muchos hombres y mujeres de a pie de la fuerza, e incluso uno de ellos sacó una carta abierta en un importante diario nacional criticando a Berni. Jorge Vidal, que arrancó como policía bonaerense raso y hoy es un especialista en seguridad internacional -trabajó en la alcaldía de Medellín, Colombia, y fue el jefe de la seguridad privada de María Eugenia Vidal cuando ella era gobernadora- reflexiona sobre este dilema: “El estado provincial y su policía necesitan un servidor público a cargo de la seguridad de la provincia y no un funcionario público, que como tal es funcional a sus intereses políticos. El marketing publicitario debe realizarse a favor de la institución y de sus hombres, y no como culto personal para vender algo que no se es ni se puede ser. Pero el político es político, y si tiene un público que compra cualquier gesto de autoritarismo y patoterismo confundiéndolo con conocimiento en seguridad, hacía allí irá subiendo un escalón para llegar a su meta, aunque esta se aleje de combatir el delito”.
Vidal, que conoce la diferencia entre gestión y publicidad, va al centro de la cuestión: como muestran los casos de Brasil y Estados Unidos, la impronta de hombre duro es furor entre muchos votantes. ¿Funcionará también para Super Berni?
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