Existe en la Argentina, como en el mundo, una historia política de las imágenes que generaron o transmitieron hechos trascendentes. Giovanni Sartori sintetizó la relevancia que tendrían en el futuro esos retratos en el inicio de su genial libro “Homo Videns. La sociedad teledirigida” (Taurus, 1997): “La palabra está destronada por la imagen. Todo acaba siendo visualizado”. Quizás la primera imagen que viene a la mente desde los momentos de la restauración democrática fue la del viernes 28 de octubre de 1983 cuando en el multitudinario cierre del acto del peronismo en el Obelisco, Herminio Iglesias quemó una corona y un ataúd que decía UCR-Alfonsín. Quizás era una broma macabra, tal vez unos pocos cientos hayan visto o entendido la grotesca acción y las consecuencias que esta abría. Pero con la “sexta” -la edición de los diarios de la tarde- y con el noticiero de la noche en la televisión, millones de personas verían esa imagen y el domingo siguiente el peronismo perdía su primera elección de la historia (no había veda todavía). No se había inventado la palabra viralización para una imagen, pero ya se podían percibir sus efectos políticos. La pregunta es si la causalidad jugó en ese partido de ajedrez de la historia. Probablemente Alfonsín hubiera ganado igual, pero esa foto selló una suerte de pacto de la Moncloa de la democracia argentina: limitar la violencia política hasta en los hechos simbólicos.
Otras imágenes vienen a la mente como un eco lejano que, en sí, son totalmente incomparables pero que estrujaron en su momento el corazón de la Argentina. La foto del represor Luciano Benjamín Menéndez, en agosto de 1984, abalanzándose con un cuchillo en la mano contra unos manifestantes, mostrando la impotencia de quienes fueron a lo largo del siglo XX amos y señores del país. La fotografía de espaldas de Carlos Menem y Raúl Alfonsín caminando en la Quinta de Olivos, acordando la entrega adelantada del mando al 8 de julio de 1989. La de Alfredo Yabrán que llevaría al atroz asesinato del reportero gráfico de NOTICIAS, José Luis Cabezas, y que hizo temblar como pocas situaciones al gobierno de Carlos Menem. También se puede recordar aquella imagen, de fines del 2000, de un Fernando de la Rúa confundido en el programa de Tinelli buscando la salida del estudio. Poco tiempo después, emergió la foto dantesca del ex comisario Alfredo Fanchiotti, a segundos de asesinar a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki y que condujo a la renuncia a Eduardo Duhalde. Otra imagen posterior aconteció en Cromañón, a fines de 2004, donde murieron casi 200 jóvenes, tragedia que terminó con el juicio político y destitución del entonces jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra. Más tarde, una imagen forense, el baño del fiscal Alberto Nisman ensangrentado, estremecería a toda la Argentina, iniciando el camino de Mauricio Macri a la Quinta de Olivos. Cada foto relata un segmento de la historia argentina reciente, cada foto tiene una historia en sí misma. Lo mismo ocurrió ahora con la imagen que sacudió al Gobierno: el festejo del cumpleaños de la primera dama, Fabiola Yánez.
Política de la foto. El problema es simple. El 19 de marzo de 2020, el presidente Alberto Fernández firmaba el decreto 297/2020 de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio y en su artículo 5° explicitaba que durante su vigencia no “podrán realizarse eventos culturales, recreativos, deportivos, religiosos, ni de ninguna otra índole que impliquen la concurrencia de personas”. La sociedad argentina, en su gran mayoría, como mostraban las encuestas de la época, depositaba en esos días una enorme confianza en Fernández, quien declaraba lo que Giorgio Agamben llamaría “estado de excepción” frente a la amenaza desconocida del Covid 19. Así el Estado tomaba en sus manos el cuidado de la salud de la población.
Pero, un año y tres meses después y a un mes de las elecciones legislativas, la fotografía del brindis de Fabiola en Olivos vino a poner en duda toda aquella confianza. Era una situación común, una imagen entre las miles que pueden existir en la vida cotidiana y que en sí no explica nada. Aunque, puesta en el contexto de la pandemia, tuvo una significación extraordinaria, causando un impacto político difícil de superar.
Las estrategias del Gobierno para afrontar la evidente crisis fueron tan cambiantes como erráticas: 1) transcurrieron varios días desde que comenzó a circular la foto hasta que se elaboró una respuesta: se decía que se investigaba si la foto era un montaje, como si el hecho no hubiera ocurrido. Alguien, en la Rosada, pensó con ingenuidad que el fuego se apagaría sólo. 2) Se dejó correr una foto de Yáñez tomándose el abdomen, buscando cambiar el eje hacia los rumores de un posible embarazo (ver recuadro). 3) El Presidente, finalmente, se hizo cargo del hecho, lamentando que hubiera ocurrido. 4) El propio Gobierno entregó a la Televisión Pública un breve video que puso la foto en movimiento.
En su descargo, Alberto diría que la foto era la de un hombre común festejando el cumpleaños de su esposa, pero también dijo que “fue un error” y que “no debería haber ocurrido”. El dilema es que la foto desmiente el cuidado que pidió el Presidente a la población una y mil veces, produciendo una disonancia entre el discurso político y los hechos.
Sin respuesta. La razón del por qué apareció la foto a la hora señalada será un misterio a desentrañar: ¿existió un interés político para dañar a Fernández o a su gobierno?, ¿fue un “inside job” con finalidades electorales?, o hubo “alguna otra cosa”, tal vez el descuido de alguien que hace alarde de la cercanía al poder. A veces, la imaginación convierte en aventuras o conspiraciones hechos nimios. Pero más allá de la intención de quién difundió la fotografía, el daño está hecho y pone en discusión las modalidades del ejercicio del poder y su discrecionalidad.
Jhon B. Thompson, en su gran libro “El escándalo político. Poder y visibilidad en la era de los medios de comunicación” (Paidós, 2000), sostiene que estas situaciones “nos enseñan algo acerca de la naturaleza del poder y su fragilidad” (ver recuadro).
La hipótesis principal de la intención de producir un daño se sustenta en que quien filtró la foto consideró la temporalidad exacta en que dos curvas se cruzan en el espacio: una que acerca el tiempo electoral y otra que aleja la prioridad de la pandemia como aflicción social. Fue una forma de reactualizar el enojo y la angustia que está circulando por otros problemas graves que afectan a los hogares argentinos: alta inflación, problemas de empleo, caída del poder adquisitivo, inseguridad. Esa es la cacerola donde se cuece la indignación, sin dejar de tener en cuenta la tristeza irreparable de los cientos de miles de personas que perdieron a un ser querido por efecto del coronavirus.
La foto es muda, así como quedaron la gran mayoría de las que personas que la vieron. Seguramente los ciudadanos de a pie en ese momento no pensaron en estrategias ni en conspiraciones. Sintieron que el Presidente les había dicho una cosa y hecho otra, les había fallado en un lugar difícil de explicar. La ruptura del contrato más lábil: el pacto de confianza. El capital político del Presidente, basado en su credibilidad, se evaporaba en cuestión de horas.
Claro que cuando se compara la foto cumpleañera de Fabiola Yánez con otras imágenes de la historia reciente parece resultar hasta ingenua. Una equivocación fatal que sólo se puede interpretar en este contexto social y que, en 10 años, quizás sea una imagen familiar más. Sin embargo, la apuesta la levantó el propio Alberto con una frase que diría el 16 de agosto en un acto en La Matanza: “Si algunos piensan que me harán caer por un error que cometí, sepan que me fortalecen”. ¿Quiénes y por qué buscarían hacer caer al Presidente en una democracia consolidada? Cristina Kirchner prácticamente lo desmentía al día siguiente: “Alberto tranquilo, ¡poné orden en lo que tengas que poner orden, no te enojes y dale para adelante!” Poner orden en términos cristinianos es que hay un costo político que abordar. Muy probablemente las cosas no vuelvan a ser iguales en la segunda parte del mandato. No hay cuerpo que aguante en esta atmósfera.
La respuesta de Cristina Kirchner en ese acto merece un párrafo aparte porque con sus palabras y sus acciones desactivó las teorías conspirativas que sugirieron que ella pretendía reasumir en breve el cargo que ostentó dos veces. No porque ella fuera buena o mala, sino porque tiene en claro, como pocos dirigentes, que el Frente de Todos es un barco en alta mar zozobrando y que una derrota electoral la afectaría a ella tanto o más que a su socio Alberto Fernández, ya que conduce unos de los dos espacios más importante de la Argentina reciente. El país no es el mismo que el del 2013 donde Cristina, después de perder las elecciones en la provincia de Buenos Aires contra el Frente Renovador, se pudo recomponer para terminar su mandato incluso organizando su propio acto de despedida.
Lo que viene. En términos tácticos, el principal impacto de la foto en cuestión apuntaría al incremento de las dudas de los votantes blandos o flotantes que, sin una pertenencia política definida, van eligiendo su voto en función de la coyuntura. Si en el 2019 el voto duro del kirchnerismo se ubicaba alrededor del 30% y la fórmula Fernández-Fernández clavó su bandera en el 48,2%%, allí se abría una brecha del 18% que excedía el voto duro de Cristina y en donde se sumaba el electorado que aportaba Sergio Massa, el del propio Alberto como figura atractiva y otros dirigentes que se acercaban al fuego del Frente de Todos. El problema es que, dos años después, buena parte de ese sector independiente está reevaluando su voto engrosando el listado de los indecisos, incluso en el escenario pre-foto.
Sin embargo, hay dos noticias para el Gobierno: una buena y una mala. La buena es que toda demanda necesita una oferta y, para los votantes del peronismo, no existe una oferta que les pueda resultar plenamente satisfactoria. Difícilmente vayan a votar Juntos por el Cambio, a los libertarios o a la izquierda radical. Horacio Rodríguez Larreta no está particularmente interesado en capitalizar el Olivosgate. Todavía tiene dos años largos de mandato, sabe bien que las fotos van y vienen y que este escándalo puede terminar siendo un arma de doble filo (al final del camino hay un código no escrito ahí). Por eso, la otrora estridente Elisa Carrió ya dijo que no acompañaría el (fútil) pedido de juicio político de una parte de la bancada de Juntos por el Cambio. No obstante, en la geografía bonaerense, pueden aparecer alternativas electorales para canalizar el desapego en las boletas de Facundo Manes o de Florencio Randazzo. El neurólogo busca dentro de la PASO de Juntos desmarcarse del pasado del gobierno de Macri y Vidal, mientras que Randazzo intenta, como diría Moris, “hacerse escuchar en el ruido”. No obstante, saliendo del ombligo electoral del país habrá listas de partidos (cuasi) provinciales en Córdoba, Santa Fe, Chubut, Misiones y Neuquén que esperan pescar a río revuelto. En total se trata de una masa electoral nada despreciable, pero dispersa. El Gobierno podría encontrar circunstanciales aliados allí.
La mala noticia para el oficialismo es que se trata de unas primarias y, como ya se sabe, su único efecto es ordenar candidatos en los frentes que presenten una diversidad de ofertas. En ese lugar inhóspito se puede colar un voto castigo y que, en noviembre, los votantes vuelvan a evaluar la situación. Pero claro está que para esa fecha habrá que incorporar nuevas variables a la ecuación como los datos actualizados de la pobreza o el valor del dólar, y también los resultados de las PASO. La buena noticia dentro de la mala es que (prácticamente) nadie en la Argentina quiere una crisis de gobernabilidad y que la inmensa mayoría lo único que espera es que la situación económica se recomponga y las vacunas estén finalmente disponibles en las dosis correspondientes. Pero el efecto de la bendita foto no es inocuo. Mientras se escribe este texto ya se estaban rediseñando las estrategias de campaña. Probablemente, el viraje sentimental ya no sea eficiente para esta etapa, en una nueva vuelta de rosca de la ingobernable realidad argentina.
*Por Carlos De Angelis, sociólogo.
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