En un panorama gastronómico donde la palabra experiencia suele inflarse hasta perder sentido, Selvaggio elige un camino más sobrio —y por eso mismo más interesante—: recuperar el placer elemental de una buena picada y un vino bien elegido, pero reordenados bajo una lógica contemporánea.
Ubicado en Fondo de la Legua 59, en San Isidro, Selvaggio propone algo todavía poco explorado en la Argentina: un sistema de autoservicio de quesos, fiambres y embutidos, inspirado en modelos estadounidenses, pero adaptado al paladar y a los rituales locales. El gesto es simple: uno arma su propia picada, elige la bebida —idealmente una copa sugerida para el maridaje— y se instala en el rincón que mejor se ajuste al ánimo del momento. La clave está en esa libertad, que no se vive como desorden sino como control consciente de la experiencia.

El corazón del lugar está, naturalmente, en la selección de productos. Sin caer en el exhibicionismo gourmet, la propuesta combina quesos y fiambres bien curados, pensados más para el disfrute que para la ostentación. No se trata de abrumar con rarezas sino de ofrecer variedad, equilibrio y una lógica clara de combinación. En ese punto, el asesoramiento del sommelier —disponible pero no invasivo— suma valor real: orienta sin imponer, sugiere sin corregir.

El otro gran protagonista es el vino. La cava, ubicada al fondo del local y definida por su creador como “la joya” del proyecto, confirma que la ambición de Selvaggio no termina en la picada. Hay etiquetas importadas —con Francia como referencia— y una atención especial a bodegas pequeñas de alto nivel, lo que construye una carta diversa y honesta. La posibilidad de reservar este espacio para catas o eventos privados refuerza la idea de que el lugar puede crecer en capas, sin traicionar su espíritu inicial.

El espacio físico acompaña esa lógica. El diseño evita la tentación del decorado excesivo y apuesta por una calidez funcional: sillones, mesas amplias, sectores verdes, fogones, zonas íntimas y un patio amplio que ordena el recorrido y amplía las posibilidades. Cada ambiente parece pensado para un uso concreto, sin forzar climas ni narrativas. Se agradece.

Detrás del proyecto está Tomás Molina, un emprendedor joven que detectó en Miami una dinámica replicable y tuvo la lucidez de no copiarla de forma literal. El año de trabajo previo —desde la definición conceptual hasta la curaduría estética— se percibe en los detalles: nada parece improvisado, pero tampoco rígido.
Selvaggio no busca reinventar la gastronomía ni competir en sofisticación técnica. Su mérito es otro: proponer un plan distinto, flexible, social y bien ejecutado, que entiende que comer y beber bien también puede ser sencillo. En tiempos de cartas kilométricas y discursos grandilocuentes, esa moderación resulta, paradójicamente, una virtud.















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