Un hombre se acerca al grupo de gente que fotografían el Obelisco de Teodosio, y se detona matando ocho personas. Dos meses antes, dos jihadistas se detonaron en Ankara, dejando más de cien muertos y medio millar de heridos. Pero al presidente Erdogán le preocuparon las muertes en Estambul, por varias razones: eran turistas extranjeros, estaban a un paso de la Mezquita Azul y cerca de Santa Sofía. Ergo, la bomba estalló en el corazón turístico de la ciudad más visitada de Turquía. Y el turismo es uno de los motores principales de la economía turca.
En cambio el centenar de muertos en Ankara, que es la capital, eran en su mayoría kurdos, izquierdistas y liberales, que se disponían a marchar contra la reactivada guerra entre el Estado y los pueblos del Sur que quieren crear un país independiente llamado Kurdistán.
Los gobiernos tienen distintos modos de recibir atentados, y los terroristas tienen diferentes formas de perpetrarlos. Al gobierno turco le preocupa más la etnia cuyo líder independentista lleva años encarcelado en el Mar de Mármara, pero no desiste en su voluntad de secesión. Y al terrorismo que golpea a Turquía se lo puede distinguir por el blanco que elija para atacar.
Por caso, la extrema izquierda del DHKP-C (Frente-Partido Revolucionario de Liberación Popular) y el MLKP (Partido Comunista Marxista Leninista), igual que el separatista kurdo PKK, privilegian como blanco las estaciones policiales, los bancos y edificios militares.
En los atentados de la última generación del independentismo kurdo y en los atentados de los grupos de extrema izquierda, las muertes civiles son “daños colaterales”. Así ocurrió en Cinar, ciudad de la provincia de Diyarbakir. El blanco fue la central policial, lo que certifica que pudo ser el PKK, o el DHKP-C o el MLKP, pero no ISIS.
Como Diyarbakir está en el Sur, cercana a las montañas habitadas por los kurdos, el PKK era el autor más probable, incluso antes de que se adjudicara el atentado.
En cambio, las masacres de Ankara y Estambul llevan la firma inconfundible del ISIS, porque sus blancos son siempre civiles, ya que su intención manifiesta es masacrar a gente indefensa y tomada por sorpresa en lugares públicos.
Por eso no hubo dudas cuando, en el centro de Yakarta, tres transeúntes sacaron repentinamente metrallas y dispararon ráfagas a mansalva contra la gente que se encontraba en un local de Starbucks y la que entraba y salía de grandes centros comerciales.
Otros detonaron los explosivos que portaban también ahí, en Thamrin, una zona coqueta y plagada de shoppings y embajadas de la capital de Indonesia.
Los cinco atacantes murieron, pudiendo matar a dos transeúntes. Un fracaso para la operación terrorista, que buscaba un resultado como el que lograron sus camaradas yihadistas en París. Pero al gobierno que preside Joko Widodo le quedó claro el mensaje: ISIS ha llegado a Indonesia para quedarse.
Hasta aquí, el amo del terror en el archipiélago de más de 17.000 islas, donde vive la población musulmana más grande del mundo, era Al Qaeda. Se había asociado con Jemaah Islamiya, una organización ultraislamista que surgió en 1993, con el objetivo de crear un califato que uniera Indonesia, Malasia y Singapur, además de Mindanao y las demás islas del sur filipino con población musulmana.
Al asociarse con la entidad que presidía Osama Bin Laden, Jemaah Islamiya dio un salto cualitativo en su capacidad de cometer atentados. Lo probó en el 2002, cuando hizo estallar una camioneta Mitsubishi atiborrada de explosivos frente a una disco de la isla de Bali, matando a 202 personas, en su inmensa mayoría jóvenes turistas australianos.
La determinación del Estado terminó capturando a las cabezas de la organización, el jefe religioso Abu Bakar Bashir, y el jefe de operaciones, Riduan Isamudín. Pero Jemaah Islamiya pudo cometer otros grandes atentados, como las voladuras de la embajada de Australia y de los hoteles Ritz Carlton y Marriott.
Aquel imperio de Al Qaeda entre el Indico y el Pacífico, empezó a cambiar de dueño en el 2014. Ese año, el feroz Al-Harakat Al-Islamiya, más conocido como Abú Sayyef (los amos de la espada) envió a su líder, Isnilon Hapilon, a jurar lealtad a los pies de Abú Bakr Al-Bagdadí. De ese modo, la guerrilla que secuestró cientos de turistas en las Joló, Basilán y Mindanao pasó a ser el brazo de ISIS en el sur de Filipinas.
Poco después, apareció la primera señal de que el ultraislamismo indonesio también abandonó a Al Qaeda para casarse con el Estado Islámico. La señal fue la colocación de un dispositivo listo para esparcir gas cloro en un shopping. Si la policía no lo hubiera encontrado a tiempo, habría sido una masacre. Y la firma de ISIS estaba en el gas cloro, elemento que ya utilizó varias veces en Siria.
Un año más tarde, el 2016 comenzó con el intento de cometer en Yakarta una masacre como la que se había perpetrado en París, en noviembre del 2015.
ISIS lleva dos fracasos en Yakarta, pero su mensaje más aterrador es que ya llegó a ese rincón de Asia y, tarde o temprano, alcanzará el nivel de letalidad que exhibió en Europa y África.
En rigor, África es la parte del planeta donde Al Qaeda todavía muestra influencia, porque mantiene su alianza con AQMI (AL Qaeda Magreb Islámico), versión unificada de los anteriormente llamados Grupos Salafistas de Combate y Prédica.
Con Al Murabitum logró golpear Bamako, la capital de Mali, el país donde el ejército francés combate al separatismo tuareg en el Norte. Y con ese mismo brazo de AQMI, atacó el Hotel Splendid de Uagadugu, capital de Burkina Faso, el ex Alto Volta francés.
De momento, en África, ISIS sólo tiene presencia fuerte en Libia, pero su expansión a nivel global está superando ampliamente a la organización que, con el liderazgo de Bin Laden, creó precisamente el terrorismo global.
Paradójicamente, en el bastión territorial que denomina “califato”, ha empezado a debilitarse. La intervención de Rusia, empujando una acción más decidida de las potencias occidentales, puso fin a lo que hasta aquí era un avance imparable.
Los kurdos, triunfantes en Kobane, reconquistaron otras áreas. El ejército iraquí triunfó en Ramadi, retomando el control de la estratégica capital de la provincia de Al Anbar y, como golpe de alto efecto psicológico, un drone norteamericano mató al decapitador “Yihadi John”.
A las derrotas se suma la debilidad económica producida por los bombardeos que inutilizaron yacimientos controlados por el califato, agravada por la caída de los precios del petróleo, que tiró a la baja también el crudo contrabandeado por ISIS.
Pero mientras pierde terreno en el territorio conquistado en Siria e Irak, expande sus tentáculos por la faz del planeta.
por Claudio Fantini
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