Fidel Castro fue un símbolo de la guerra fría en América Latina. Representó la confrontación entre los EEUU y la URSS, donde fue la avanzada de la última en América Latina. Pero también fue una expresión del nacionalismo hispanoamericano, del caudillo, inscribiéndose en la tradición populista del subcontinente. El primero fue le significado global, el segundo tuvo más peso en lo nacional. Su desaparición tiene hoy un valor más simbólico que político. Era una figura que estaba apartada del ejercicio del poder, habiendo sido sustituido por su hermano Raúl desde hace casi una década. Pero seguía teniendo un rol casi legendario y sus expresiones públicas, cada vez más esporádicas, seguían marcando un rumbo, como sus críticas a Obama pese a la recomposición de relaciones entre Washington y La Habana. En los últimos años, Castro fue una figura con más repercusión histórica, cultural y hasta literaria, que política o ideológica. Un cuarto de siglo atrás, cuando cayó el muro de Berlín, Cuba en América Latina y Bielorusia en Europa, emergieron como las dos dictaduras sobrevivientes del sistema comunista, las que lograron mantenerse pese a la ola de democratización que se extendió por el mundo. De ser un dictador repudiado en occidente (EEUU, Europa y América Latina) en la última década del siglo pasado, en el XXI gradualmente fue siendo “políticamente correcto” visitar y elogiar a Fidel Castro, sin que el régimen castrista realizara reformas importantes hacia la democracia.
El castrismo optó por el modelo de apertura chino: abrirse al capitalismo, pero manteniendo el régimen de partido único en lo político. Frente a reclamos de mayor libertad que puede precipitar la muerte de Fidel, es posible que su hermano Raúl adopte medidas represivas para evitar que la oposición gane fuerza. Ni la visita del Papa ni la de Obama, generaron una real apertura en lo político y difícilmente la produzca la muerte de Fidel. Lo que suceda dentro del régimen será ahora decisivo. Pese a sus noventa años, Fidel seguía influyendo y en alguna medida, desde que dejara el poder casi 10 años atrás, sus manifestaciones públicas siguieron marcando una línea ideológica, que limitaba el pragmatismo de su hermano Raúl, en quien delegó el poder. Quienes conocen la “sorda interna” del régimen castrista, sostienen que se hará más relevante ahora la pugna entre la generación que combatió en la guerrilla a fines de los años cincuenta, representada por Raúl y la nueva, que ronda los cincuenta años, que nació después de la llegada del Castrismo. El Vicepresidente (Díaz Canel) y uno de los hijos de Raúl Castro (Castro Espín), son mencionados como posibles sucesores. A ello se agrega el rol de las Fuerzas Armadas, que Raúl mandó durante la presidencia de su hermano, que junto con el Partido Comunista Cubano, son los dos pilares del régimen. En cuanto a la Iglesia Católica, Raúl ha tenido con ella mejor relación que su hermano y es posible que siga la recomposición de relaciones, que tomó nuevo impulso con el Papa Francisco. Mientras el exilio cubano en Miami festejó durante varios días la muerte de Fidel, los grupos opositores dentro de la isla más caracterizados, como las “Damas de Blanco”, prefirieron replegarse durante los 9 días de las ceremonias funerarias y la nueva generación de la oposición, reasentada entre otros por al bloguera Yoanni Sánchez hizo otro tanto.
En cuanto al futuro de las relaciones con EEUU, la incertidumbre la genera Trump y no la muerte de Castro. Si hubiera ganado Hillary, no habría dudas sobre lo que sucedería: continuidad. Pero Trump dijo durante la campaña que aumentaría las sanciones a Cuba y el exilio cubano en Miami tuvo un rol importante en su triunfo electoral en el estado de Florida, decisivo por ser uno de los cuatro que envían más electores al Colegio Electoral. Trump en la Presidencia puede significar algún tipo de retroceso en la recomposición que se alcanzó en el segundo mandato de Obama y sus declaraciones parecen anticiparlo. Mientras Trump calificó a Fidel como “brutal dictador”, Obama en cambio optó por decir que “lo juzgará la historia”, mostrando una actitud política muy diferente. Trump enfatizó que “antes de hablar de deshielo” espera “más libertades en Cuba”. Por su parte su futuro Jefe de Gabinete en la Casa Blanca (Priebus), un hombre de la estructura del Partido Republicano, dijo “nosotros no queremos una relación con concesiones unilaterales” y “no tendremos acuerdo para que Cuba se acerque a EEUU de vuelta si no hay cambios en su gobierno”. Pero tres días después de la muerte de Fidel, tuvo lugar el primer vuelo regular entre EEUU y la Habana, a consecuencia de los acuerdos alcanzados por Obama.
El nuevo Presidente de EEUU pondrá así en crisis el modelo de apertura económica sin reforma política que ha adoptado el régimen cubano durante la Presidencia de Raúl Castro. El régimen tendrá que optar entre “renegociar” el acuerdo firmado con Obama, de acuerdo a la posición de Trump de que las concesiones no pueden ser a cambio de nada o dar prioridad al mantenimiento del sistema político autoritario, a riesgo de que las dificultades económicas lo terminen debilitando o haciendo entrar en crisis. Los tiempos de esta definición serán rápidos se cuentan en meses, no en años. Es la economía lo que obligará a tomar decisiones.
La alternativa de romper el dilema, sustituyendo a los EEUU por Europa como fuente de financiamiento, inversión y comercio, no parece realista por la geografía y la situación política y económica que vive el continente.
Si el recambio generacional se realizará rápidamente, sería más fácil renegociar con los EEUU como exige Trump. En última instancia, las nuevas generaciones tanto en la isla como en el continente, muestra mayor flexibilidad que sus mayores.
Para ello, el relevo de Castro debería acelerarse y no demorarse hasta entrado 2018 como está previsto. Pero la política está para resolver dilemas y siempre pueden acelerarse los plazos. Que Trump cambie su postura no es un escenario probable, sobre todo en le corto plazo, dada su personalidad.
por Rosendo Fraga*
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