Estrellas de esta campaña fueron tres mujeres. Dos de ellas presentaron modelos actualizados de rasgos impuestos por la ideología patriarcal: frente a la cultura masculina, las mujeres son sensibilidad, templanza, cercanía; practican, como si fuera un instinto, el contacto físico que comienza con la ley “debes amamantar” y con la oferta del propio cuerpo para que sea tocado, porque da seguridad y calor y equilibrio.
María Eugenia Vidal y Cristina Kirchner son muy diferentes. Sin embargo, aunque parezca mentira a quienes piensan el escenario dividido entre malos y buenos, para competir en esta elección, ambas eligieron ser mujeres contenedoras y tiernas. Lloraron, se emocionaron, dejaron que su cuerpo fuera besado y manoseado. Fueron dulces y sonrientes, pero también duras (como en el choque televisivo, no precisamente memorable, entre Vidal y Brancatelli, tan sorprendente como inusual). Patriarcalismo new age. Carrió merece un análisis aparte.
Comencemos entonces por las madrecitas. El cambio de estilo fue despampanante en el caso de Cristina Kirchner. Acostumbrada a la oratoria docta y flamígera, con citas históricas e interminables parrafadas en primera persona, la ex presidente apareció luciendo ropa nueva. En todos los sentidos: abandonó el diseño de boutique propio de una abogada exitosa, para cubrirse con lánguidos blusones en la gama del celeste y blanco. Trabajó su voz como si a un instrumento bien afiatado se le pusiera sordina. Fue una transformación estudiada. No importa si tuvo maestros escénicos, porque con los políticos sucede como con los actores: el director les marca el gesto o las inflexiones, pero ellos deben ser capaces de convertir su cuerpo en el trasmisor de tales instrucciones (por eso a Macri le cuesta tanto la actuación y el cambio de voz).
Cristina Kirchner, como toda actriz, sabe que no puede tirar por la borda su pasado actoral, sino mejorarlo velozmente, potenciando gestos que ya había hecho. Los que tengan memoria recordarán aquellas escenas donde la ex presidente hablaba con una paisana (¿dónde estás Salustriana?), con un obrero apabullado por el rol que le había tocado, con chicos o con viejos pobres. Ya lo había hecho. Sólo que, para volverse bien mujer, ahora no lo hacía como autoridad nacional sino como figura que prometía interceder: la virgen conductora de los humildes.
Transformada en mujer que no ofende los estilos del patriarcalismo, Cristina se feminizó. Dejó para otro momento a Juana Azurduy y quiso representar a una madre que tiene hijos por millones. El cambio fue inteligente, ya que no arriesgaba el voto que acertadamente supuso que era suyo, ni dio motivos a la amenaza o a la ofensa. Solo dijo, en un tono casi de Bergoglio, “miren las necesidades de esta gente, de las que ustedes son responsables”. No importa si esas necesidades tienen causas que vienen de más atrás, lo que importa es que ella, como buena madre, aseguró que llegaba para defender a sus hijos. Cristina, que solía presentarse como una enviada providencial y exigir que diéramos gracias porque ella estaba acá, se bajó del caballo, se puso el delantal, se acercó a la cuna e hizo lo que el patriarcalismo dice que es el deber de las madres. Fue una tigresa láctea.
La horizontalidad de sus apariciones responde a lo que debe hacer una mujer próxima: comer pastafrola con primas y amiguitas; abrazar a tías y abuelas; tocar el hombro al pobre chico boliviano que también engrandece la Argentina; estrechar en sus brazos a una deportista (¡Cristina deportista!, algo que no le interesó nunca); y, sobre todo, limpió su escenario de los intelectuales que, sacrificialmente, todavía la apoyan. No pudo barrer a los de la farándula porque esos se volatilizaron, se fueron de vacaciones o pasaron a cuarteles de invierno.
Más no puede pedirse. Para quienes no la votarían nunca, porque Cristina es el Mal, el cambio es puro maquillaje. Sea, pero Cristina se maquilló diferente porque enfrentaba no a un candidato como Bullrich (que parecía entrenado por el enemigo), sino a Vidal y su pareja, Macri, que la necesita, aunque está por verse si no repetirá el conflicto que tuvo con Michetti.
A quienes conciben la política de manera clásica, es posible que el estilo Vidal les resulte pesadamente mujeril y escasamente feminista. Durante la campaña repitió que iba a llevar a su hija a votar por primera vez, confiada en que todo el mundo ya hubiera olvidado, como ella, que el voto a los dieciséis años fue una ley aprobada durante el kirchnerismo. A Vidal, le brotan las lágrimas cada vez que repite, sin aburrirse, que la gente toma su mano y se la aprieta, que la mira a los ojos como signo de confianza y que así se “comunican”. El estilo mujeril corresponde a quien es la figura política más popular: trabajadora y sacrificada, pero siempre atenta a los sentimientos, como una madre y jefa de familia que sabe consolar y proveer. ¿Habla esto de una feminización tradicional de la política?
Si no estuviera Carrió, la respuesta sería afirmativa. Carrió, sin embargo, es otro modelo de lo femenino. No se priva de incurrir en la autobiografía, pero sus anécdotas son desopilantes, pintorescas e increíbles, no por falsas (cosa que no corresponde juzgar) sino por desaforadas. Carrió es la exageración y no responde a lo que el género patriarcal ofrece como recatado modelo. Le gusta la proximidad física con la gente, pero la vive de un modo que no es simplemente afectivo sino intenso y, si es necesario, patético. No oculta que es una intelectual. No se esfuerza por moderar su pedantería y le dice a todo el mundo, comenzando por Macri, que se lo banquen.
Ahora Carrió está frente a un punto de giro: ¿seguirá pidiendo el alejamiento de Angelici? ¿aguantará a la caterva de primos y amigos de Macri? ¿Continuará su hostilidad contra Lorenzetti? ¿Qué hará con el escándalo del grupo Macri en el Correo? Haga lo que haga, no le debe nada a ningún hombre.
Vidal tiene el futuro por delante si el PRO se convierte en un partido grande de centro-derecha. No depende sólo de ella, pero ella ha sido una pieza clave, pese a que el PRO hizo una mediocre elección justamente en la provincia que Vidal gobierna. Pero ni siquiera las mujeres maternales son tan milagrosas y, por otra parte, a Vidal solo le faltó hacer campaña plantando un globo amarillo en el Aconcagua. La New Right criolla tiene bastante que agradecerle.
Cristina es una mujer sola. Cuando terminó su presidencia, algunos creímos que había terminado su época. Se nos juzgó equivocados por anticipación. Creo que estábamos en lo cierto, anticipándolo. Si el partido justicialista, esa liga de intendentes y gobernadores, se reorganiza, no será bajo su dirección. Lo que veremos de aquí en más es si se funda un nuevo sistema bipartidista, con fuerte poder de dirigentes municipales y provinciales. Respecto de la nueva derecha, Vidal y Carrió, dos mujeres infinitamente distintas, han puesto lo suyo.
por Beatriz Sarlo*
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