El grito de Guillermo Moreno fue una súplica. Era agosto de 2018 y los cuadernos de la corrupción habían provocado un torbellino en el kirchnerismo. El llamado entre el ex secretario de Comercio y la esposa de Julio De Vido, Alejandra Minnicelli, revelaba desesperación.
“Que no canten”, sentenció en el teléfono Moreno según las escuchas que trascendieron por estos días. “Que terminen de hablar, que están diciendo boludeces. Ya empezó el pelotudo de Abal Medina”.
Pero Juan Manuel Abal Medina no había confesado ningún delito de gravedad. Le había dicho a la Justicia que Roberto Baratta, mano derecha de De Vido, llevaba dinero a la jefatura de Gabinete, pero que no eran coimas, sino plata negra para la campaña. Para lo que vendría después, eso sería apenas una anécdota.
Pocos le hicieron caso a Moreno. Comodoro Py se transformó en el festival de la delación. Es que había demasiada información. Y muchos cantaron.
(Leer también: Elecciones 2019: La última infracción de Guillermo Moreno)
Los estridentes. El ex funcionario Claudio Uberti arrancó con furia. “Entré al dormitorio de Néstor y Cristina y estaba repleto de bolsos con dinero”, dijo. El juez Claudio Bonadio no dudó en homologarle el acuerdo. Arrepentimiento y liberación.
Oscar Centeno, el chofer que reveló la trama de corrupción, siguió el mismo camino. Y luego pidió el micrófono el célebre tirador de bolsos, el ex secretario de Obras Públicas, José López. Es que los dos años que llevaba en prisión habían sido suficientes para aflojar la conciencia y la lengua. Reveló cómo fue el sistema de recaudación ilegal y les apuntó a Néstor y a Cristina. Suficiente para convertirse en imputado-colaborador.
En pleno verano, el ex ministro de Hacienda de Santa Cruz, Juan Manuel Campillo, buscó ser aceptado como arrepentido. Tiró para arriba y ensució, aún más, al núcleo duro K. Los cuadernos de la corrupción hicieron caer en desgracia también a la pareja del ex secretario Daniel Muñoz. Un par de meses en Ezeiza fueron suficientes para que Carolina Pochetti pida acogerse al régimen de moda. A fines de enero contó vida y obra de su ex marido.
(Leer también: Muñoz y Pochetti: el valijero y su viuda)
Además, en los últimos días, el histórico contador de la familia Kirchner, Víctor Manzanares, también fue aceptado como arrepentido en la causa de Los Sauces, donde se investiga a los ex funcionarios por lavado de dinero. Por su trabajo, el hombre sabía cómo se compraron los hoteles. Cantó todo.
Pero no sólo ex funcionarios soltaron prenda en Comodoro Py. El financista Ernesto Clarens reveló cómo era la estructura para recibir y blanquear los pagos ilegales. Y el ex presidente de la Cámara Argentina de la Construcción, Carlos Wagner, contó cómo funcionaba el “club de la obra pública”, la gran ventanilla de la corrupción. Y fue uno de los señalados por Alessandra Minnicelli, la esposa de De Vido, en la conversación privada con Moreno que de manera sospechosa tomó estado público en los últimos días. “Yo a Wagner me lo voy a cargar. Es un hijo de puta, una basura”, dijo Minnicelli. Y completó: “Ahora voy a buscar todos los discursos donde Wagner levantaba a Julio, a Cristina y a Néstor. Lo voy a hacer bosta a ese idiota”. No lo hizo. O al menos no lo publicó. Los K no están en condiciones de tirar trompadas, desde hace años apenas pueden mantener la guardia alta.
(Leer también: El video de Cristina Kirchner: un spot de campaña que inmoviliza a todos)
Firmes y no tanto. Los presos kirchneristas ya no levantan espuma. Pero eso genera más nerviosismo: son los olvidados del proyecto. Para colmo, están convencidos de que si Cristina no gana, su situación se va a estirar. Por otro lado, ven cómo los que cantaron gozan de la libertad. La duda se hace inevitable: ¿traicionar o seguir detenidos? Esa es la cuestión.
Al empresario Lázaro Báez ya no le quedan límites por correr: le avisó en reiteradas oportunidades a la ex presidenta que, si su situación no mejoraba, contaría todo. Sería explosivo. Pero después le metieron preso a su hijo Martín. Por ahora, guarda la bala de plata.
Al ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, se le arrepintió el testaferro, Manuel Vázquez. Por ahora el ex funcionario, condenado por la tragedia de Once y por enriquecimiento ilícito, no habla para mejorar su situación procesal. Cristóbal López también coqueteó con cantar. Había salido de prisión en marzo y pensó que su amenaza bastaría para no volver al penal de Ezeiza. “Voy a ir a contar todo. No me voy a callar más”, dijo apenas pisó Puerto Madero. No habló y tras un mes en libertad, volvió a su celda.
Hasta un hombre curtido como el sindicalista Omar “Caballo” Suárez jugó con la idea. Sus abogados hicieron correr la versión de que podía cantar. Pero no se decidió.
Otros aguantan estoicos. Convencidos. Como Milagro Sala que sigue firme como en su primer día, o Julio De Vido. Roberto Baratta o Juan Pablo Schiavi, quienes, a pesar de sus cartas críticas, aguardan con paciencia. Todos ellos siguen el modelo ideal, el del ex secretario de Legal y Técnica Carlos Zannini. El “monje negro” del kirchnerismo forjó su carácter detenido durante la dictadura. Las celdas de Ezeiza no hicieron mella en su ánimo. Para los demás no es tan fácil. “Falta un mensaje a todos los compañeros que están en ‘naca’ de que no hablen”, sentenció Moreno. Desde afuera, claro, es más fácil.
Comentarios