Siempre que la Argentina se precipita a una de sus crisis cíclicas, la clase dirigente echa mano a la idea voluntariosa de organizar un gran pacto de salvación nacional supuestamente inspirado en los acuerdos firmados durante la transición democrática española en el Palacio de la Moncloa. Aunque la comparación histórica es bastante forzada (España salía de 40 años de franquismo mientras Europa se agrupaba para transitar un nuevo ciclo capitalista global), y a esta altura remanida, el recurso simbólico siempre funciona al menos un poquito en la opinión pública argentina. Por eso se lo vuelve a utilizar ahora.
Sergio Massa fue el primero en recurrir a la metáfora de la Moncloa argentina, en un llamado a la concertación que lanzó durante el verano en Mar del Plata. Y debe seguir tan entusiasmado con el tema que este fin de semana invitó a Felipe González (uno de los famosos firmantes del pacto español) al festejo de cumpleaños de su esposa Malena en Tigre. Sin embargo, el eterno aspirante a conducir el tráfico en la “ancha avenida del medio” por ahora no se toma muy en serio la convocatoria al acuerdo de estabilidad que lanzó el Gobierno, al que calificó de operación electoralista orquestada por whatsapp.
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No fue el único dirigente que, mientras plantea la necesidad de alcanzar acuerdos mínimos para sacar adelante el país, le da la espalda al llamado presidencial a discutir un documento de unidad intersectorial ante la crisis. Roberto Lavagna no dudó en tildar de “especulación política” y “marketing” la iniciativa oficial de convocar al diálogo. Solo falta la respuesta de Cristina Kirchner a la invitación del Poder Ejecutivo, aunque algunos kirchneristas ya se adelantaron a desalentar expectativas de que se concrete la gran cumbre antigrieta. El relato que la expresidenta hace de su encuentro y desencuentro con Macri antes del fallido traspaso de mando parece darles la razón.
A pesar de la lluvia de negativas que viene cosechando la convocatoria macrista al consenso, el Presidente sigue haciendo llamados, como si jugara a la mancha venenosa. Más que tratar de sumar invitados a su reunión, Macri parece empeñado en dejar claro ante el público quiénes son los buenos y quiénes los malos que no desean poner el hombro para mostrarle al mundo que la Argentina no sigue el rumbo del Titanic. Es sintomático que, en las mismas horas en que Macri sacude duramente en redes sociales el estilo “facilista” K de gobernar, el ministro Rogelio Frigerio avisa que Cristina será invitada a dialogar sobre una agenda de principios comunes para administrar la Argentina. Suena raro.
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O no tanto, si se tratara en realidad de una pura movida marketinera, como sugiere buena parte de la oposición convocada por la Casa Rosada. Es cierto que resulta difícil no desconfiar de un acuerdo que normalmente debió haberse lanzado hace años, al comienzo de la gestión M, y no a último momento, cuando las papas oficiales queman. Tampoco aporta credibilidad el hecho de que el Presidente que pide generosidad y sacrificio a los demás es el mismo que se niega de plano a considerar la posibilidad de bajar su candidatura para ceder su lugar a una figura que mida mejor, que represente la continuidad del proyecto Cambiemos y que genere más respaldos en el círculo rojo local y en Wall Street.
No hay renunciamientos de parte de quien los reclama. Sin ir más lejos, dentro de la misma coalición gobernante falla el diálogo para determinar si su socio radical se ganó el derecho a poner un vice en la fórmula presidencial, y ni siquiera se sabe si la UCR seguirá formando parte del Gobierno en plena cuenta regresiva electoral. Por varios motivos, falta autoridad para convocar y, llegado el caso, dirigir una verdadera mesa de concertación nacional. Falta, para seguir con la metáfora de la Moncloa, un Adolfo Suárez que se inmole en nombre de una transición institucional para rescatar al país de las garras del pasado. Pero recordemos que el propio Macri avisó desde el principio que no deseaba ser un presidente de transición. Y acá estamos.
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No obstante, esa falta de autoridad oficialista para aglutinar se replica en la oposición, y acaso sea esa la genialidad de la movida macrista, la de convocar a un diálogo no para unir sino para poner bien en evidencia la desunión de todos. La del peronismo, partido por el factor K, e incluso atomizado y sin líder dentro del espacio mismo del llamado “peronismo racional”. La del círculo rojo, parcelado por los intereses del campo, de la industria tradicional, de la patria financiera, de los unicornios digitales y de los empresarios procesados por los cuadernos de la coima. La de la Iglesia (dividida frente a los guiños electorales y doctrinarios de Francisco). La de la conducción gremial, ante la pulseada político/judicial del clan Moyano. Todos estos sectores venían haciendo la plancha mientras el Gobierno se hundía solito con sus errores no forzados y los vaivenes globales ineludibles de los mercados emergentes. Y este improvisado y oportunista llamado PRO al diálogo los está forzando por primera vez en la campaña a pronunciarse, a presentar su propia plataforma de consenso 2019, como se decidió Lavagna en las últimas horas. A hablar y a exponerse. A compartir el riesgo y las culpas.
Con esta Moncloa por el absurdo, Macri está consiguiendo lo que desesperadamente necesitaba para dejar de pagar solo los platos rotos: una oposición presente y arrojada a la campaña, que no pueda ocultar sus contradicciones, sus inconsistencias para gobernar en 2020 y su complicidad con el caos nacional. Esa oposición ya existía y causaba daños, pero el Gobierno acomodó su discurso para que ahora parezca hecha a medida. Una oposición prêt-à-porter con la que Macri intenta cubrirse para sobrevivir al invierno económico y electoral con elegancia al paso. Para seguir la metáfora fashionista, en vez de Moncloa, el pacto macrista debiera llamarse Moncler, como esas camperitas aspiracionales que usan tanto celebridades PRO de la talla de Juliana Awada como sindicalistas de la calaña de Luis Barrionuevo, uno de los incómodos respaldos de la precandidatura de Lavagna. El Pacto de la Moncler denuncia y a la vez se provecha de que en la Argentina de hoy todo puede ser uniformado en una dirigencia trans-clase donde no hay partidos, nadie representa firmemente a nadie, los supuestos liberales de Olivos anuncian medidas que ayer consideraban populistas, Cristina escribe en sus memorias que Estados Unidos “es un país de la ostia” y los kirchneristas defienden la industria electrónica nacional desde su iPhone. En un mismo lodo, todos consensuados.
NOTICIAS ya señalaba un año atrás la seducción de la cultura Moncler en nuestras tierras. La historia de esa marca parece una parábola de la argentina M vs. K. Unos franceses crearon estos abrigos en 1952, tratando de proteger a los trabajadores del frío. En 2003, el empresario italiano Remo Ruffini compró la marca cuando estaba a punto de quebrar y cambió el rumbo de la compañía, volcándose de lleno hacia la moda. En los ’80, las camperas Moncler se volvieron la prenda favorita de los Paninari, una subcultura juvenil italiana, que gozaba de buena posición económica y social, imitaba el estilo de vida estadounidense y no se interesaba por la política. Cualquier semejanza con la ensalada cultural macrista es solo una coincidencia. O un chiste de Durán Barba.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS.
por Silvio Santamarina*
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