¿Es razonable que Argentina declare “terrorista” a Hezbollah, sin que un juicio haya sentenciado su responsabilidad en la masacre de AMIA? ¿Por qué una organización de un pequeño país sin peso en el tablero mundial es considerada “terrorista” por tantos países? ¿por qué las sospechas alcanzan a Irán? ¿Se puede acusar a Hezbollah sin tomar algún tipo de medidas sobre el gobierno del Líbano?
Preguntas básicas, pero imprescindibles. La primera respuesta, que se fundamenta en las dos siguientes, sería “Sí”.
Más allá de la masacre en Argentina, la razonabilidad en la calificación de “terrorista” tiene que ver con las decenas de atentados que se le atribuyen en distintas partes del mundo.
Sucede que Hezbollah tiene cuatro brazos. Uno es político y está estructurado como partido que participa en elecciones, tiene escaños en el Parlamento y forma parte del gobierno libanés. El otro brazo es social y, siguiendo el modelo de la Hermandad Musulmana que también siguió Hamás, tiene forma de mutual de socorros mutuos. El tercero es la milicia que luchó en la guerra civil del Líbano, mantuvo enfrentamientos con Israel y se involucró en la guerra de Siria. Y el cuarto brazo es el que justifica que tantos países lo consideren “terrorista”: una estructura de células esparcidas en el mundo que han producido atentados sanguinarios contra blancos civiles.
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Antecedentes. Promediaba la guerra civil libanesa cuando, en 1982, surgió como fuerza política y militar de matriz religiosa. La enmarcó la Operación Paz en Galilea, incursión de tropas israelíes comandadas por Ariel Sharon que intervinieron para golpear en su sede central a la OLP y su líder, Yasser Arafat.
La Guardia Revolucionaria, brazo militar del régimen iraní que responde exclusivamente al líder religioso, Alí Jamenei, diseñó y puso en marcha en la comunidad chiita del Líbano a la fuerza beligerante que debía llevar la revolución “jomeinista” y la guerra contra Israel más allá de las fronteras del país de los cedros.
En el conflicto interno que estalló en 1975, cada una de las principales etnias tuvo su milicia. Los drusos, liderados por Walit Jumblatt desde su feudo en el Valle de la Bekaa, contaron con el brazo armado del Partido Socialista Progresista. Los maronitas armaron el Ejército del Sur del Líbano y también las Fuerzas Libanesas, de Samir Geagea. Los musulmanes sunitas se integraron en el Frente Nacional de Resistencia Libanesa mientras que los musulmanes chiitas tuvieron dos agrupaciones político-militares: Amal y Hezbollah.
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Aceptando la diversidad de un país con 18 comunidades religiosas, Amal, cuyo nombre significa “esperanza”, tenía posiciones moderadas y limitaba su accionar estrictamente al Líbano. En cambio Hezbollah nació proponiendo para los países árabes teocracias inspiradas en el modelo iraní.
El ayatola Jomeini, padre de la revolución islámica que derrocó al sha Reza Pahlevi, instaba a los chiitas de todos los países musulmanes a levantarse contra las monarquías suníes y los regímenes seculares para crear estados religiosos regidos por la Sharia: Ley Coránica.
Hezbollah fue una de las consecuencias de esa política. La división Quds de los “pasdarán” (Guardianes de la Revolución iraní), a cargo de las acciones en el exterior, se encargó de diseñarlo. Por eso nació abrazado al fanatismo religioso, tal como lo indica su nombre: Partido de Dios.
Perfiles. A los líderes y los seguidores de Hezbollah no sólo los une con el régimen iraní la fe de los creyentes en Alí, el primo y yerno de Mahoma que se enfrentó con los califas Omeyas, sino también la voluntad de concretar el plan internacional de Ruholla Jomeini que continuó su sucesor, el ayatola Alí Jamenei: provocar una cadena de revoluciones chiitas y enfrentar a la “casa negra” y al “imperio de Satanás”: el gobierno norteamericano y Estados Unidos. Lo que implica también enfrentar al “ente sionista”: Israel.
Cumpliendo los designios de la Guardia Revolucionaria iraní, matriz de cuya bandera tomó el fusil Kalashnikov que luce en su propia enseña, Hezbollahh realizó atentados contra blancos civiles en Medio Oriente, Asia, Europa y África. Por eso no puede resultar extraño que haya perpetrado también el peor atentado realizado en la Argentina.
Es por estas razones, y no por su lucha armada en el Líbano, que tantos países lo consideran terrorista. Ningún Estado calificó de terrorista a la milicia chiita Amal, que lideró Nabih Berri. Tampoco llamaron terrorista a Walit Jumblatt y sus milicianos drusos, ni al Ejército del Sur del Líbano, que respondía a la Falange cristiana.
Sólo Hezbollah fue acusado de terrorismo y no por sus acciones militares en el Líbano. Las acciones militares que arrebataron a los maronitas el control del Líbano meridional no fueron consideradas terroristas. Incluso las detonaciones de camiones-bomba contra las bases norteamericana y francesa en Beirut, que dejaron más de trescientos muertos en 1983, pueden ser consideradas acciones de guerra. Pero no es el caso de los muchos coches-bombas volando embajadas y edificios.
Tampoco son legítimas acciones de guerra el atentado que mató al primer ministro libanés Rafic Hariri ni el asesinato del rector de la Universidad Americana de Beirut, Malcom Kerr, ejecutado por un miembro de Yihad Islámica por orden de Hezbollah.
Se le adjudican cerca de noventa secuestros y decenas de masacres en blancos civiles de distintas ciudades del mundo. Secuestró al menos dos aviones de pasajeros de Air France y uno de Air Africa que había despegado desde el Congo hacia París.
El cúmulo de atentados justifica la calificación de terrorista más allá de que Argentina aún se deba el juicio que establezca de manera inequívoca las responsabilidades en la masacre de AMIA. Así lo consideran la mayoría de los países que fueron escenarios de atentados.
La cuestión es cómo pararse frente al gobierno libanés, en el que conviven grupos religiosos y fuerzas que combatieron entre sí durante la guerra civil que concluyó en 1990. El presidente es el general cristiano Michel Aoun, el primer ministro es el sunita Saad Hariri y el titular del Parlamento es el chiita Nabih Berri.
Hezbollah integra la coalición gubernamental y tiene un ministro: Yamil Yabaq, en la cartera de Salud.
Sancionar a un gobierno multiétnico podría obstruir la aún frágil pacificación. Pero habría que intentar, al menos, que Hezbollah deje de ser la única fuerza que no cumplió con el desarme impuesto en el Acuerdo de Taif, que puso fin a la larga y sangrienta Guerra Civil.
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