Saturday 27 de July, 2024

COSTUMBRES | 28-04-2020 12:49

Cómo soportar la soledad en cuarentena

Casi 4 de cada 10 viviendas porteñas son unipersonales. Un fenómeno que le da un clima especial al aislamiento por la pandemia. Mitos y verdades de la soledad con barbijo.

El 35.8% de los hogares porteños son unipersonales. Eso quiere decir que casi 4 de cada 10 viviendas son habitadas por una sola persona. Así lo indica la Encuesta Anual de Hogares 2019 realizada por la Dirección General de Estadística y Censos (Ministerio de Economía y Finanzas GCBA). La cifra es más impactante si se la compara con el 28.9% de diez años antes o con el 15.9% que se registraba en 1980. La tendencia es la misma en todas las grandes urbes. Theresa May lo convirtió en cuestión de Estado y en 2018 creo el Ministerio de la Soledad -organismo digno de una novela de José Saramago- teniendo en cuenta a los 9 millones de personas que viven solas en el Reino Unido. Fue después de que en 2017 la Organización Mundial de la Salud alertase respecto a que ese era el país europeo con mayor índice de personas que se sentían solas.

¿Pero vivir sin compañía es igual que sentir soledad? En medio de una cuarentena obligatoria, ¿cómo se transforma el escenario de los que lidian consigo mismos entre cuatro paredes?

Cuarentena en soledad

Enredados. El timbre sonó con insistencia. Silvia (51) se sobresaltó porque, en la tercera semana de cuarentena obligatoria, era técnicamente imposible que alguien estuviera detrás de su puerta. Se asomó por la mirilla, no había nadie. Entonces abrió y se encontró con una tortita, una vela y un cartel de feliz cumpleaños. Sus vecinas del “A”, dos nenas y su madre, la esperaban para saludarla en el balcón opuesto al de ella, en el pulmón del edificio. A la tarde, sopló la velita por videollamada. La selfie la muestra con la pantalla de la computadora dividida entre su madre y su hermano, cuñada y sobrino. A la noche, se reunió con sus amigas a descorchar a la distancia. “Me siento en una montaña rusa emocional. Pero algo que descubrí en la cuarentena es que tengo mucha gente que quiero y me quiere y que nos sostenemos. Ahora, por ejemplo, hablo más que antes con mis amigas que están en el exterior”, relata. Eso mismo le pasa a Alejandro (33): “Con algunos, hasta me veo más que cuando podíamos hacerlo personalmente”. Él dice que la lleva bastante bien porque le encanta la soledad, pero no se imagina qué haría si no tuviera un balcón a donde salir a respirar y estar en contacto con el sol y la calle. “La angustia aparece por momentos por no tener la libertad de salir. Entonces trato de hacerme comidas ricas, estoy cocinando mucho, algo que no hacía”.

Nuevos planes. Hace diez años que Stella Maris (70) se mudó desde Buenos Aires a San Agustín, un pueblito de 6 mil habitantes al sur de Córdoba, donde tiene un negocio de ropa que le permite vivir y estar activa. El Covid-19 arruinó sus vacaciones: el 16 de marzo iba a subir junto a una amiga a un crucero que recorrería las costas de Uruguay y Brasil. Ella decidió suspender el viaje una semana antes de la partida aunque la empresa insistía con que se haría. Finalmente el barco nunca salió y Stella todavía no recuperó el dinero. Con su local cerrado a la fuerza, dice que cada vez que amanece agradece estar viva. “Le doy gracias a dios de poder manejar mi soledad y trato de ponerle alegría a los días, escucho música, cocino, veo películas. Pero hay momentos en los que estoy más vulnerable y tengo miedos y pienso en mi familia, en mis hijos y nietas que están en Buenos Aires. Ellos me llaman todos los días y me dan fuerza y ganas de vivir, me dan amor. También agradezco poder comunicarme por las redes con amigas y familiares y poder contarnos cosas y contenernos entre todos. A veces me siento deprimida y pienso hasta cuándo vamos a vivir así con distanciamientos y cuidados. También en cómo el miedo está afectando toda la actividad económica. Tengo 70 años y nunca pensé que nos podría pasar esto, no es fácil”, lamenta. La psicóloga Patricia Faur explica que en situaciones críticas se pone en juego la soledad existencial que tiene que ver con la conciencia de la vulnerabilidad. “Objetivamente, cualquier día puede ser el último. Pero ahora hay una amenaza real y concreta y eso genera una sensación de que estas solo frente a la existencia”, dice.

Cuarentena en soledad

A esta altura del confinamiento, a Javier (37) le cuesta mantener la rutina que había logrado en la primera semana. “Las energías van cambiando y empieza a desarmarse la estructura de horarios, terminás permitiéndote levantarte a las 12 del mediodía o almorzar a las 19. Además, a medida que pasa el tiempo, sentís la necesidad de interactuar con familiares y ver a los amigos. Afortunadamente tengo dos gatos que me ayudan mucho a pasar estos días”. A Cristina (73), la cuarentena la agarró justamente en medio del duelo por la muerte de su gata, compañera de años. “Los primeros días estuve mal, depresiva, me sentía muy sola. Hasta que dije que no, que me tenía que levantar el ánimo e hice una lista de todas las cosas pendientes. Ese día pinté una puerta, me puse a coser, trasplanté plantas. Además entre las 19 y las 20 hago Chi kung y bailo”.

Es importante no dejarse caer pero también asumir el devenir emocional. “Este es un momento donde no hay un parámetro para medir lo que está pasando, no podemos googlearlo ni buscarlo en los libros, es algo que no es conocido. Entonces es normal sentir enojo, angustia y preocupación y debemos transitarlo, es un duelo sin objeto”, define la psicóloga Betina Lubochiner. “Hay que aceptar las distintas tonalidades emocionales que se viven incluso en un mismo día, aunque seas una persona esperanzada, si no sos negadora y tenés empatía por los que sufren o miedo a que se contagie un familiar, sufrís. Lo estamos tratando de digerir pero hay que hacerle sitio a la tristeza”, sostiene Faur.

Tele amores. Hace cinco años que Nora (60) vive sola porque su hijo se fue a vivir a Vietnam. Tiene además una nuera y una nieta de dos años. “Estoy acostumbrada a este tipo de amor virtual porque, desde que no están ellos, mi vida pasa por el teléfono. Así viví el embarazo de mi nuera y el nacimiento de mi nieta”, explica. Ella dice que la suya es una soledad en compañía, porque no se siente sola, pero ahora sí un poco prisionera. Reemplazó sus paseos en bicicleta por clases de zumba en YouTube, pinta mandalas, hace sopa de letras y pan, toma mate por videochat con sus amigas y a la noche ve series. “Mi preocupación sobre todo es la economía, cómo va a quedar después de que pase esta pandemia, y mi mamá que va a cumplir 90 años y a la que no hubo forma de convencer de que viniera a casa o a lo de mi hermana. Lo que más extraño es abrazar a la gente, darle besos, soy afectiva y es lo que más me cuesta”, dice. Es lo mismo que le pasa a Rosa (78). Ella se describe como “muy de abrazar” y le duele la abstinencia. Dice que intenta ocupar el tiempo porque “si no, la cabeza te tira” y confiesa que hace un par de días se le viene complicando el aislamiento: “Tengo más ganas de salir y de ver un humano. Soy muy de estar encima de la gente y ni siquiera puedo hacerlo con mis hijos. Ayer y hoy tuve un poco de angustia pero justo vino mi hijo a dejarme unas bolsas del supermercado y, aunque lo vi desde la puerta, eso me hizo mucho bien”.

Cuarentena en soledad

Guido (34) lamenta no poder hacer deporte (juega fútbol, paleta, corre y va al gimnasio), pero se mantiene activo con tres aplicaciones con las que hace al menos 45 minutos de ejercicios diarios. “En ciertos momentos puntuales tengo el impulso de salir y caigo en la cuenta de que no se puede pero, no tengo dudas de que la llevo diez veces más fácil y mejor que los que están en familia”. Faur coincide en desmitificar eso de que sea más tolerable el aislamiento en pareja o en familia. “Creo que hay una soledad jubilosa y las personas que están solas pueden estar incluso mejor que las otras porque pueden reflexionar y tomar contacto con su yo más íntimo, con lo que hicieron en sus vidas y quieren hacer cuando esto pase. Esa es la soledad más creativa, la más rica, la que va a dar lugar a vínculos mucho más profundos el día de mañana porque pone en contacto con la propia intimidad emocional”, reflexiona.

(Pre)Ocupación. A Silvia lo que más le preocupa es la salud y el estado anímico de su madre, que también vive sola, y se le hace pesado trabajar desde su casa porque se organiza menos y termina el día más cansada. Adaptarse al trabajo remoto tiene sus aristas. Guido coincide: “Hay demasiados estímulos y me cuesta más concentrarme. Por suerte puedo seguir trabajando pero la empresa empieza a tener problemas para pagar”. La extensión de la cuarentena convierte al factor económico en uno de los dilemas más fuertes. Es lo que lo tiene mal a Alejandro. “Me angustia la incertidumbre porque no sabemos cuánto tiempo más estaremos así. Mi trabajo depende del entretenimiento y esa va a ser una de las últimas actividades en volver”. Javier es empleado en una cadena de farmacia “pero las ventas han bajado mucho y uno tiene familiares y amigos que la están pasando realmente mal y empieza la preocupación por ellos y por el propio futuro”.

Cuarentena en soledad

Una de las estrategias de supervivencia mencionada por la mayoría es la de dosificar la exposición a las noticias para evitar lo que Lubochiner denomina “infoxicación”, una intoxicación de información que contamina las emociones y recarga un contexto de por sí complejo. Cristina, por ejemplo, solo lee el parte diario de la OMS y una vez al día, es la forma de saber lo que pasa sin abrumarse. De hecho, confiesa que la última vez que vio imágenes de distintas ciudades atravesadas por el drama, sintió un extrañamiento. “Ahora que el mundo paró, es como que volví a ese otro que yo escuchaba en la radio cuando era chica, uno con menos consumo y egoísmo. Ojalá que no retornemos a la sociedad del híper consumo, agresiva y egoísta. Me preocupa la muerte de tantas personas y también enfermarme. Pero la gente tiene que empezar a humanizarse un poco”, pide. Faur apunta lo maravilloso que es pasar del anonimato urbano a saberse parte de un enjambre de personas que se ayudan. “No es lo mismo vivir solos que sentirse solos, hay quien vive solo y se siente bien y quien está en familia y lo lleva mal”, concluye Lubochiner.

 

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Valeria García Testa

Valeria García Testa

Periodista.

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