Hasta hace poco Sandra, 42 años, casada y con dos hijos; creía que lo que pasaba en su casa era simplemente “normal”. Era ella quien organizaba los encuentros con amigos, quien escuchaba las preocupaciones de su marido, Daniel, quien recordaba fechas, proyectos, pendientes. El equilibrio emocional de la relación parecía recaer siempre en sus hombros. La revelación llegó cuando hace un par de semanas se topó con un artículo de The New York Times. Allí descubrió que todo eso tenía un nombre: “mankeeping”. También, que el suyo no era un problema aislado, sino una dinámica común en muchas parejas.

El término, acuñado por la investigadora Angelica Puzio Ferrara, define el trabajo que hacen las mujeres al convertirse en el principal sostén emocional y social de los hombres: terapeutas improvisadas, organizadoras, confidentes. Una tarea silenciosa que, según psicólogos y especialistas, explica buena parte del agotamiento femenino en la vida en pareja. A continuación, un paneo por el fenómeno, investigando cómo opera en la intimidad cotidiana y por qué su identificación abre un debate necesario.
En clave local
Cuando un fenómeno nace en el exterior, lo primero que cabe preguntarse es si también aplica a la lógica local. Para la licenciada en Psicología y magíster en Psicoanálisis Verónica Buchanan, en el caso del “mankeeping” la respuesta es clara: “Alcanza con que se lo nombre para corroborar que existe. Uno podría preguntarse, ¿cómo existía antes de ser nombrado?”. La categoría, dice, viene a iluminar un malestar que ya estaba presente en muchas parejas, aunque carecía de nombre propio.
En Argentina, el terreno es propicio. La tradición cultural de colocar a la familia por encima del individuo hizo que esta dinámica tenga una larga historia. Dentro de las parejas heterosexuales, la intimidad psíquica y afectiva de un hombre rara vez resulta indiferente para su compañera. Algunas mujeres sufren porque ellos no hablan, porque no logran acceder a lo que piensan o sienten; otras, en cambio, se agobian porque nunca dejan de hacerlo. “Ser destinataria de las palabras de un hombre, como todo don, 'it’s a gift and a curse'”, resume Buchanan, aludiendo a que puede ser tanto un regalo como una maldición.
La especialista diferencia entre el hombre que encuentra en la conversación con su pareja una vía de realización auténtica, y aquel que, por inhibición o inseguridad, delega en ella toda su vida social y emocional. En el primer caso, la confianza construye vínculo; en el segundo, la evita y convierte a la mujer en un agente de reproche. “Lo importante es comprender que no le ocurre a él o a ella, sino 'en' y 'a' un vínculo”, advierte, una mirada que permite salir de diagnósticos culpabilizantes y pensar la dinámica como síntoma compartido.

Los efectos no son menores. Para muchas mujeres, la carga se traduce en la necesidad de controlar o en el sufrimiento de tener siempre la palabra inequívoca. Para los hombres, la resistencia aparece cuando se los invita a asumir más responsabilidad emocional: prefieren apoyarse en su pareja como sostén y oráculo, antes que atravesar la vulnerabilidad de construir lazos propios. Allí asoma, según Buchanan, una raíz más profunda: “Para un hombre es el trabajo de una vida dejar de ser un hijo”.
De mandatos y creencias
Si para Buchanan el “mankeeping” debe pensarse como un síntoma compartido en el vínculo, la counselor especializada en vínculos e inteligencia emocional Laura Moyano se enfoca en cómo esas dinámicas se transmiten culturalmente y qué se podría hacer para empezar a cambiarlas. “Todavía sigue habiendo mandatos muy fuertes, incluso en parejas de menos de 40 años”, señala. Y cita el caso de un consultante varón que gana un poco menos que su mujer: para él, el hecho de no ser el principal proveedor es vivido como un problema en sí mismo, reflejo de la creencia de que el hombre “debe” sostener económicamente el hogar.
Para Moyano, esos mandatos no solo pesan sobre los hombres, sino que refuerzan la división histórica de roles, donde ellas son las encargadas de la casa y de la vida emocional y ellos los dedicados a proveer. Si bien esa organización se ha ido modificando en las últimas décadas, la herencia sigue operando en lo profundo. Por eso, dice, el trabajo comienza por cuestionar esas creencias: "Es importante hacer el ejercicio de preguntarse de dónde vienen, quién las dijo, si todavía las sigo eligiendo”, recomienda.
Al mismo tiempo, propone caminos para avanzar hacia un reparto más equitativo. El primero es recuperar la noción de pareja como par: “Trabajar en equipo, entender que somos pares, que los dos somos seres emocionales. Cuando empezás a distinguir tus emociones podés gestionarlas, saber qué podés pedir y qué no”. Desde esa base, se abre la posibilidad de distribuir la carga mental y emocional con mayor equilibrio, reconociendo también que en la vida de pareja hay ciclos y que el balance puede variar según los momentos.

La especialista ve en las nuevas generaciones señales de cambio, aunque todavía incipientes. Los mandatos culturales siguen pesando y, en la práctica, la transición avanza más lento de lo que muchos discursos suponen. “Probablemente estamos cambiando, pero aún estamos lejos de eso”, resume.
Más que maridos, hijos
En su consultorio, Alejandro Schujman escucha con frecuencia una queja que resume bien el malestar de muchas mujeres (y que continúa la idea de Buchanan): “No tengo un marido, tengo un hijo más”. Detrás de esa frase, explica el psicólogo especialista en familia y adolescencia, se esconde un patrón extendido: varones con escasa capacidad de gestión emocional, dificultades para resolver conflictos y un umbral de frustración más bajo, sostenidos por parejas que asumen casi en soledad el trabajo de contención.
“Históricamente, las mujeres han desarrollado mucho más esa capacidad”, señala Schujman, y lo que aparece entonces es un fuerte “maternaje”: un sostén emocional permanente que, con el tiempo, desequilibra el vínculo. Frente a esto, advierte sobre el riesgo de la sobrecompensación: “Es como cuando una pierna está más débil y la otra soporta todo el peso. Se trata de fortalecer la parte débil y tomar conciencia de que la parte ‘fuerte’ no puede cargar con todo espontáneamente”.
Para él, el primer paso es poder verbalizar estas tensiones y ponerlas sobre la mesa, sin naturalizarlas ni minimizarlas. Los mandatos culturales siguen presentes y refuerzan la inercia: muchos varones se lo toman con una mirada pasiva, casi risueña, como si fuera inevitable que “así son las cosas”. Pero Schujman insiste en que el cambio es posible y debe traducirse en acciones concretas. Porque equilibrar la carga emocional en la pareja no solo libera a las mujeres, también enriquece el vínculo y lo vuelve más adulto.
Como recuerda la psicóloga canadiense Tracy Dalgleish en la nota de The New York Times, “ninguna persona puede satisfacer todas las necesidades emocionales de otra”. El desafío, entonces, no es que los hombres dejen de compartir con sus parejas lo que sienten, sino que amplíen sus redes y aprendan a sostenerse también en otros vínculos: amistades, colegas, familiares. Ponerle nombre al “mankeeping” permite visibilizar la desigualdad, a la vez que abre la posibilidad de pasar de un sostenimiento unilateral a una trama más equitativa, donde el cuidado sea compartido y la pareja pueda desplegarse con mayor libertad.















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