Un pomelo jugoso cortado al medio al desayuno, una banana camino al trabajo, una manzana como postre en el almuerzo, unas frutillas rozagantes que se mezclan con el yogur de la tarde, un melón que hace dupla con el jamón e inicia la comida de la noche. Las frutas son tan omnipresentes en nuestra vida diaria como silenciosas en su influencia y sentido. Aunque hablamos de ellas en tanto calorías, proteínas, fibra, vitaminas y azúcares, sobre todo a través de los nutricionistas, con el tiempo han perdido su voz y su frondosa riqueza cultural. Porque mucho antes de ser la mejor colación y la opción más saludable como snack, acompañaron fielmente al hombre en la historia de su evolución.
Para reparar este silencio, el periodista científico Federico Kukso escribió “Frutologías. Historia política y cultural de las frutas” (Taurus). “Quise pensar en aquello que usualmente no se piensa”, cuenta el autor. El resultado es una obra repleta de historias fascinantes que pone el eje en una pregunta que nos hacemos poco: ¿de dónde vienen los alimentos que comemos?
Parte de la humanidad
Desde una perspectiva botánica, las frutas son los ovarios maduros de plantas con flores, estructuras vivas que “evolucionaron específicamente para tentar, para ser consumidas”. Rojas, amarillas, verdes, anaranjadas, azules, más o menos grandes, cuentan con una gran diversidad de formas y en su interior guardan el tesoro de las semillas, lo que garantiza su replicación una vez que atraviesan el tracto digestivo de las distintas especies.
Y lo que en un principio fue simplemente un ciclo natural, con la aparición del ser humano se fue domesticando y transformando para siempre. “Aquellas invenciones de la naturaleza hasta entonces ácidas, por lo general pequeñas y colmadas de molestas semillas, se volvieron más dulces, más carnosas, más apetitosas, más tolerables para el paladar de nuestros ancestros”, se cuenta en el libro. Y hasta el hombre mismo fue modificado en su genética: agudizamos la vista para detectar los colores de la fruta madura, generamos manos hábiles para tomarlas y es probable que hayamos desarrollado un torso erguido para ser más capaces de recogerlas de las ramas de los árboles. En palabras de Kukso, “las frutas nos hicieron humanos”.
Para preservar esta riqueza, en la isla noruega de Spitsbergen, a menos de mil kilómetros del Polo Norte, se resguarda la Bóveda de Semillas de Svalbard. Es “el freezer más importante del mundo”, un almacén que fue diseñado para durar 10.000 años y preservar las fuentes de alimentación humana futuras ante probables guerras y desastres ambientales. En tiempos en los que se estima que el 75% de la diversidad genética vegetal se perdió solo en el siglo pasado, este reservorio es un tesoro de la humanidad entera.
De sacrificios y mutaciones genéticas
“Siempre me fascinaron las frutas, verdaderos objetos de seducción desconcertante: las que comemos y las que no, aquellas encarnaciones de lo exótico y lo lejano, embajadoras del sabor”, ilustra Kukso. Cuenta también que suele sufrir “celos frutales”, envidia por los habitantes de países como Colombia, Brasil, Tailandia o Cuba, cuyos mercados rebosan de color y variedad, repletos de frutas que para nosotros los argentinos lucen como criaturas extraterrestres.
Para embarcarse en esta investigación, el periodista armó una suerte de rompecabezas. Fue encontrando pistas de historias ocultas en tratados, relatos científicos e históricos, poemas, novelas, pinturas, películas y hasta en celulares.
Así descubrió y relata, por ejemplo, el suicidio del matemático Alan Turing, quien, condenado por homosexual a someterse a un tratamiento hormonal para “curarse”, decidió en cambio rociar cianuro en una manzana y morderla. Esto no solo le causó la muerte inmediata, sino que alimentó por años la leyenda urbana sobre el origen del logo de Apple.
También rescata las raíces sangrientas de las bananas, con la masacre orquestada por la United Fruit Company (UFCO) en Colombia, que quedó registrada en las obras de cuatro premios Nobel de Literatura, incluyendo “Cien años de soledad”. En todos los casos se describe la matanza de cientos, sino miles, de jornaleros de plantaciones bananeras que reclamaban mejoras de sus condiciones laborales y se encontraron de frente con el ejército colombiano.
Asimismo retrata el ascenso meteórico del kiwi, gracias a su rápida adaptabilidad al suelo, a su facilidad para resistir largos viajes y a su altísimo contenido de vitamina C, el doble que el de una naranja. Son tantas sus ventajas que en los '80 el gobierno chino inició un programa nacional de mejora genética y hoy los científicos pueden investigar las particularidades de las 50 especies conocidas de kiwis, soñando con variedades resistentes a las sequías y a los suelos salinos. Aunque lo que más desean -y aún no lograron- es quitarle su distintiva cáscara peluda.
“Quizás la historia que más me gusta es aquella que está en la raíz de todas las frutas, su razón de ser: son objetos de seducción desconcertante, el producto de una increíble estrategia desarrollada durante millones de años por las plantas para esparcirse por el planeta. Nosotros somos sus presas”, analiza el autor.
Sensualidad moderna
También hay relatos más actuales. No hace falta irse tan lejos para encontrar los rastros de las frutas en nuestras transformaciones sociales.
En octubre de 2016, sin ir más lejos, el durazno, el más sexualizado de los emojis, se evaporó de todos los celulares con sistema operativo iOS. Mediante una nueva versión hiperrealista, Apple presentó una imagen más redonda, con hojas detalladas y una hendidura menos prominente en el medio. Sí, tenía mucho más que ver con la fruta, pero perdía la gracia para el flirteo digital.
“Al matar silenciosamente uno de los emojis más sensuales, los diseñadores de Apple pasaron por alto las extensas raíces simbólicas y sexuales de los duraznos en la historia del arte”, apunta Kukso. Mucho antes de que WhatsApp facilitara la comunicación inmediata, artistas como Rafael, Caravaggio o Arcimboldo utilizaron su forma (y la de varias otras frutas) para transmitir sensualidad y deseo. Seguramente sin tener en cuenta estos antecedentes pero sí tomando nota de la furia de sus usuarios, Apple claudicó y revirtió su decisión un mes más tarde, y en noviembre de 2016 el emoji volvió a su forma original.
Unas décadas antes, dos cerezas gemelas y simétricas dieron vida a uno de los grandes templos mundiales de la noche: la discoteca Pacha, nacida en 1967 en Sitges, Barcelona, en 1973 en Ibiza y en 1993 en Buenos Aires, la primera sucursal fuera de España. “A través de su densa carga sexual y armonía cromática, las cerezas decían mucho -y aún dicen- sin decir nada; como frutos del deseo, evocan pasión, búsqueda del placer físico, lujuria”, reza el libro.
Consultado sobre cuál es a su juicio la fruta con mayor capital de transformación social hoy, Kukso marca que la banana ha conquistado el mundo, como una suerte de Big Mac de la naturaleza. Pero no es su respuesta final: “Para mí el título de la fruta más importante recae en la asombrosa y para muchos invisible uva. ¿Cómo sería la humanidad sin el vino?”. Touchè.
Una reivindicación
“Frutología” también puede leerse como una reivindicación de la fruta en tiempos de alimentos ultraprocesados y mala alimentación. E incluso como una oda al sabor en épocas en las que no siempre es lo que impera. “Me sorprende y angustia cómo año tras año las frutas que comemos van perdiendo su sabor. Se han vuelto alimentos decepcionantes, cultivos fantasmas: manzanas increíblemente rojas o peras con curvas sensuales, pero que al morderlas exhiben una ausencia”, advierte Kukso. Cuenta que es posible que las nuevas generaciones ya no sepan lo que es saborear un verdadero higo, una ciruela verde o una pera que haga estallar los sentidos.
Las razones pueden ser varias: la industrialización del campo, el cambio climático, la necesidad permanente de los consumidores de tener acceso permanente a cultivos que en verdad son estacionales y no deberían estar presentes en ese momento. El resultado es uno solo y lo sufrimos todos, alimentos cada vez menos diversos.
En ese sentido, la lectura de esta obra puede oficiar como despertador y aliciente. Difícil no tentarse al leer sobre el perfumado ananá que Cristóbal Colón probó en su segundo viaje a América, y que lo cautivó tanto que habló de “la fruta más deliciosa del mundo”. ¿Cómo no querer evocar un mordisco que deslumbre de esa forma?
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