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CULTURA | 20-12-2023 20:47

Cuando Argentina era la séptima potencia del mundo

Un libro del periodista norteamericano John Gunter, de 1941, describe a nuestro país como el más rico pero incomprensible.

La mayoría de los argentinos, supongo, escuchamos decir que hace muchísimos años la Argentina fue una potencia económica, la séptima del mundo, precisan algunos.

En el libro del escritor y periodista John Gunther, “Inside Latin America”, publicado en 1941, figura en el índice un capítulo titulado “The Argentine Complex” (El complejo argentino). Supuse que probablemente se refería a aquellos tiempos cuando creímos que íbamos a ser una potencia mundial. De hecho, el capítulo empieza de la siguiente manera: “Llegamos ahora a la Argentina. Aquí está el más rico estado de América Latina, el más progresista desde un punto de vista material. Es el menos 'americano' del hemisferio, porque en sus raíces, en sus instintos, en sus mercados ha sido ampliamente europeo; a veces parece una proyección de Europa. Es un país muy sensible a las afrontas y profundamente orgulloso de su misión que es ser el estado dominante de América Latina.

Inside Latin America

Según Gunther, el complejo de superioridad del argentino era en realidad un complejo de inferioridad. Argentina se consideraba una válida competencia de los Estados Unidos para el liderazgo del hemisferio americano, pero ¿iba a ser capaz?

Casi inmediatamente después de esa introducción relata la broma de dos diplomáticos extranjeros. Uno le dice al otro refiriéndose a la Argentina. “Estuve aquí seis meses y no entiendo nada”. El otro, contesta: “Lo felicito, yo estuve acá tres años y recién ahora llegué a la misma conclusión”.

Para dar un contexto, Gunther nota lo siguiente: “Nunca vi un tránsito tan violentamente agitado. Los feos y agresivos colectivos se llaman 'matagente'... Sin embargo, no hay ni un semáforo en todo Buenos Aires, ni una luz roja, amarilla, o verde. La razón: los argentinos experimentaron con los semáforos y renunciaron a tenerlos porque nadie iba a obedecerlos. Se consideraban superiores a esos controles mecánicos”.

En la época en que el periodista visitó el país, el 70% de los argentinos vivía de la agricultura, y el 95 % de sus exportaciones eran productos agrícolas. La tierra era tan fecunda en algunas zonas que ni siquiera necesitaba fertilizantes, se plantaba y cosechaba trigo dos veces por año, lo que para un país como los Estados Unidos de inviernos generalmente gélidos, era una particularidad llamativa. Tampoco tenían problemas raciales y, con la falta de sensibilidad política de la época, Gunther concluyó, para explicar ese hecho, que los argentinos habíamos matado mayormente a nuestros indígenas que eran de todos modos nómades.

La oligarquía, según la mirada del periodista, era la más chic, la más sofisticada y la más intelectualmente cultivada que existía en cualquier país de los que había visitado. Sin embargo, uno de sus miembros, para explicar la decadencia de esa clase, aventuraba que la mayoría no tenía cerebro. No entendían ni advertían la situación del país en el que vivían, y tampoco les interesaba “devolver” a la sociedad lo que sus ventajas económicas les había permitido tener.

El periodista consideraba dos razones por las cuales el fascismo podría crecer de manera alarmante en Argentina. La primera: la insatisfacción entre los jóvenes que nunca habían visto la democracia funcionar eficientemente. La segunda: la influencia de los militares, entrenados en gran parte por alemanes.

Hay varios párrafos sobre la presencia alemana en la Argentina de esa época, a pesar de su neutralidad. Cuando se les preguntaba a los argentinos por qué no apoyaban con más convicción a los aliados, contestaban que era mejor no meterse, porque de todos modos era probable que Hitler ganara la guerra.

En cuanto a la situación política del momento se dividía entre conservadores y radicales. Un radical comentó que “nadie ha definido un radical exactamente. Son un poco como los radicales antes de Vichy en Francia, no tanto un partido sino un estado mental”. También había socialistas. Alfredo Palacios era el único senador de ese movimiento y se destacaba por su don oratorio. Otro socialista, Mario Bravo, hablaba francés perfectamente e insistía en que la Argentina debía ser un país feliz: no tenía problemas raciales, no tenía extranjeros no asimilados y tenía pocos habitantes, pero también observaba que una terrible desesperación afligía al país. Gunther opinó que “como todos los socialistas, Bravo es un optimista y cree que vendrán mejores épocas”.

Algunos, optimistas o no, dirán que aún hoy, año 2023, seguimos esperando.

 

Por Flaminia Ocampo. Escritora

por Flaminia Ocampo

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