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CULTURA | 30-04-2020 16:17

Ernesto Sabato. El recuerdo entrañable de su hijo

A nueve años de la muerte del escritor, su hijo Mario habla con humor de sus actitudes ante la calamidad. "Mi padre era un especialista en angustias", expplica

Hace nueve años moría Ernesto Sabato, uno de los escritores más importantes de la literatura argentina. Sabato no sólo tenía un peso singular para los argentinos por su obra escrita, con novelas inolvidables como “Sobre héroes y tumbas” y “El túnel”, sino también por su intensa participación en la vida pública, especialmente con el regreso a la democracia y la publicación del “Nunca más”. NOTICIAS se comunicó con su hijo, el cineasta Mario Sabato. En este diálogo reproducimos sus entrañables palabras en recuerdo de la figura de su padre.

NOTICIAS: Sabato creó una de las distopías más perdurables de la literatura argentina, “Informe sobre ciegos”. ¿Cree que esta circunstancia que vive el mundo hubiera representado material narrativo para él?

Mario Sabato: A mi padre le gustaba imaginar catástrofes, o recordarlas. “Las calamidades”, como él les decía. Pero eran calamidades imaginativas, o recuerdos. No sé cómo hubiera reaccionado. Yo no me hubiera acercado a él para oírlo hablar porque ya bastante hubiera tenido con la pandemia. Era terriblemente exagerado.

NOTICIAS: ¿Se preocupaba por su salud? ¿Se cuidaba?

Sabato: En eso lo heredé totalmente. Era hipocondríaco pero prudente. Si debía tomar algo, no lo tomaba. Pero se preocupaba. La última vez que me llamaron, él ya grande, me contaron que no quería tomar un remedio. Llegué y le pregunté: “Papá, ¿por qué no querés tomar el remedio?”. Me contestó: “Ese medicucho no entiende nada. No lo voy a tomar porque es un psicotrópico”. “¿Y qué?”, le dije. “¿Y los efectos a largo plazo, qué?”, me contestó. “Papá, tenés 94 años, ¿de qué largo plazo me hablás?”. Se enojó conmigo pero lo tomó. Era así, no creía en los remedios y, en general, tenía razón.

NOTICIAS: ¿A qué temas de la vida cotidiana le prestaba más atención, cuáles les preocupaban?

Sabato: A mi padre le afectaba todo. Y muy intensamente. Se ponía muy mal con el tema de la pobreza, del hambre; de que los chicos, en un país como el nuestro que producía alimentos, se murieran de hambre. Lo ponían muy mal las maldades, los resentimientos, las injusticias. Lo angustiaba mucho el tema del futuro, siempre. Era un especialista en angustias.

NOTICIAS: ¿Cómo le afectaba a la familia esta personalidad tan angustiada?

Sabato: La cosa mejoró mucho cuando llegaron los nietos, que lo tomaban en broma. Y entonces a él se le desmoronaba esa angustia. Pasó a gozar de otras cosas de la vida. Nosotros lo conocíamos muchísimo. Si había que talar un árbol, papá no decía: “hay que cortar ese árbol” sino “hay que arrancarlo de cuajo”. Entonces, el drama existencial se atemperaba. En mí logró una formación reactiva, como le llaman los psicólogos, soy todo lo contrario en muchas cosas. Con prudencia, soy un optimista pertinaz.

NOTICIAS: Cuénteme cómo está hoy la Casa Museo Ernesto Sábato

Sabato: Está abierta al público los sábados, con visitas guiadas. Va mucha gente (está en Saverio Langeri 3135, Santos Lugares). Mis hijos manejan el Museo. Según me dijeron es único en el mundo, porque aprovechando que lo filmé durante 50 años, en cada rincón él le habla a la gente de lo que está viendo. Eso es muy emocionante. Siempre el municipio de Tres de Febrero nos ayudó, en todas las gestiones. El museo se mantiene, está vivo y palpitante. Viene gente de todo el mundo. Mis hijos, Guido y Luciana, hacen las visitas guiadas.

 

UN SECRETO FAMILIAR QUE DEJA DE SERLO. Un texto de Mario Sabato con una anécdota muy especial sobre su padre.

El acontecimiento debía ser secreto, reservado para la familia.
Mi padre temía que apareciese algún fotógrafo y capturase su presencia, en un acto al que ningún intelectual respetado debería concurrir.
Jorge, mi hermano mayor, cuando le pregunté si venía con nosotros, apenas se despegó del libro que estaba leyendo,. Me congeló con una mirada que no duró más de tres segundos, y siguió leyendo. Y logró que me sintiera culpable por preguntarle esa tontería.
Y mamá, cuando la fui a buscar porque mi padre ya entraba en la Estanciera IKA y no se iba a demorar para reclamarnos a bocinazos, me dio un beso y me dijo:
- Que tengan suerte.
Ya habían sonado dos bocinazos, de esos breves y acuciantes, y corrí al auto, antes de que papá recurriese al impaciente estrépito que despertaría de la siesta a los vecinos del barrio.
Iba a ser la primera vez que saliéramos solos, y yo debía tener una de esas sonrisas que me iluminaron la cara cuando era chico.
- Y la máquina?
Más que una pregunta, fue un reto. Papá me había encargado que llevara "la máquina de fotos", y la emoción me había disipado su orden. Volví corriendo a buscarla, y regresé también "a todo lo que daba". Que no era mucho, porque me entorpecían mis recientes pantalones largos.
La de la "salida a solas" era una exageración que no me reproché.
Éramos tres, porque también venía Nanuk, nuestro perro. Que era el protagonista del viaje.
Nanuk era de raza china, y a ese exotismo papá le agregaba que era el primer Chow Chow de la Argentina.
Dos años antes, cuando llegó a casa y parecía un globito muy peludo, para mí fue una verdad indiscutible, como todo lo que él decía.
Pero a mis trece años, que eran los que tenía entonces, ya sospechaba de las exageraciones de mi padre. Pero a aquella, si es que lo era, prefería seguir creyéndola.
Sobre todo cuando nos detenía alguno de los escasos semáforos que entonces había en Buenos Aires.
La gente se acercaba para ver ese pequeño león que nos acompañaba. Mi padre se demoraba para que lo acariciasen y lo elogiaran. Y yo le copiaba la sonrisa y su orgullo.
Cuando llegamos a la Exposición Anual del Kennel Club, en la que competían perros de distintas razas, aguardó su turno para desfilar con el perro, con una paciencia que yo le desconocía.
Pensé que hubiera sido más justo que me dijera que esperaba el turno de Nanuk, y que era el perro el que debía desfilar.
Agradeció con una sonrisa los aplausos que le destinaron a Nanuk, y no pretendió disimular su orgullo cuando le otorgaron el Primer Premio en su categoría.
Le saqué la foto que él quería tener, para recordar aquel glorioso episodio. Una imagen que debía quedar en la intimidad, pero ahora, pasadas tantas décadas, me atrevo a traicionar ese secreto.
Esa noche, cuando volvimos a casa, le conté a mi hermano lo que se había perdido.
Nanuk había logrado el Primer Premio en su categoría!
Me abrazó, para felicitarme, y sentí el mismo orgullo que antes había tenido papá.
No agregué detalles, que no tenían importancia ni para mi padre ni para mí, que sabíamos lo que podía decirse y lo que debía callarse.
Cumplí con mi silencioso deber, sobre todo por la injusta desconfianza que le había dedicado a mi padre. Debía ser cierto, sin las exageraciones que él practicaba, que nuestro perro era el primer chow chow en la Argentina.
Porque a Nanuk no fue difícil conseguir el primer premio en su categoría. Podría haber obtenido también el segundo y el tercer premio que se otorgaban.
Fue el único Chow Chow que se presentó en 1963 en la competencia del Kennel Club.

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Adriana Lorusso

Adriana Lorusso

Editora de Cultura y columnista de Radio Perfil.

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