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CULTURA | 30-10-2020 18:31

Historia del último retrato de San Martín

Es un daguerrotipo que se encuentra en el Museo Histórico Nacional. El segundo daguerrotipo perdido. Las litografías y grabados que se hicieron a partir de estas imágenes.

Un mediodía parisino de febrero de 1848 el General se dirige a una galería daguerreana del brazo de su hija Merceditas. Ante la insistencia de familiares y amigos –quizás también engañado con alguna excusa–aceptó finalmente enfrentar por primera y única vez una cámara fotográfica.

París es un lugar inseguro. Transita una revolución promovida por sectores pequeño-burgueses, obreros y estudiantes forzando la abdicación del rey Luis Felipe, tras la cual se instalará la Segunda República. Está sitiada por barricadas que hacen difícil movilizarse aún a pie. El General teme lo peor. Recuerda bien lo que las masas populares fuera de control son capaces de hacer. Durante su juventud al servicio de la Corona, esa experiencia casi le costó la vida. Más tarde se empeñó en libertar América, pero ahora es su momento. Lo transcurre en familia, vela por su seguridad y no se permite arriesgar nada. Tiene pensado dejar la metrópolis y dirigirse hacia los horizontes más calmos de Inglaterra, pero quedará en Boulogne-sur-mer, donde transcurrirá sus dos últimos años de vida.

Merceditas lo conduce a un estudio cercano a su departamento ubicado en un primer piso del 35 de la calle St. Georges, donde junto a una ventana desvencijada tres placas recuerdan aún hoy su morada: “Aquí vivió desde 1835 hasta 1848 el General José de San Martín. Libertador de la Argentina de Chile y del Perú. 28 de mayo de 1931”. Suben escaleras hacia un piso en alto, que garantiza el caudal de luz natural necesario para retratar al daguerrotipo. Ronda los setenta años de edad, cumplidos el 25 de febrero, y no es difícil imaginar que la celebración motivara la sesión fotográfica para la memoria familiar; para la posteridad.

Es posible que el General considerara superfluo posar largas horas para un retrato pictórico, sin embargo, algunos fueron de su agrado y lo acompañaron en sus frecuentes mudanzas. Podemos suponer también que –como muchos otros de su generación– prefería no posar para el ojo implacable de la cámara. En 1828 cumplió con el pedido del General Miller, enviándole desde Bruselas un retrato artístico realizado por Jean Baptiste Madou, “asegurándole será el último retrato que haga en mi vida”. Quizás por esta promesa autoimpuesta se retrajo tanto de otros artistas como de la cámara. Veinte años después se encuentra junto a su hija en diálogo con el daguerrotipista, revisa el muestrario de retratos que dan prueba de la calidad de su desempeño; eligen una pose, un tamaño de placa y un marco para exhibirlo en la intimidad del hogar.

El daguerrotipo –primer proceso fotográfico comercial de la historia– es un objeto/imagen que reviste características muy particulares. Por un lado, no tiene color ni admite la realización de copias, ya que se trata de un original único fijado sobre una plancha de cobre plateada, y así, al igual que un óleo, se carga del aura de las obras de arte. El retratado se ve como en un espejo, es decir, invertido lateralmente; la mano derecha es su izquierda y viceversa. La gran calidad, contraste y definición del daguerrotipo son tales que Samuel Morse –inventor del telégrafo, pintor y fotógrafo– la definió como un “Rembrandt perfeccionado”.

Durante la célebre sesión el artista realizó al menos dos tomas ligeramente diferentes –para cambiar de pose y alcanzar una mejor expresividad–, cada una de menos de un minuto de exposición. En total, la visita habrá durado alrededor de una hora. Mientras que en una colocó su mano derecha dentro de la levita al estilo napoleónico, en la otra ambas están sobre el apoyabrazos del sillón. Solo sobrevive el original daguerreano de la primera, que se conserva en el Museo Histórico Nacional. El otro se conoce gracias a que fue copiado en papel fotográfico tiempo después.

Frente a personalidades como la suya el esmero era máximo, y no se ahorraría en placas o en tiempos. El muestrario sobre las paredes de la galería exhibía otros notables de la época –militares, políticos, artistas– que contribuían al prestigio de la galería y atraía a potenciales clientes. ¿Habrá quedado algún otro retrato suyo en poder de ese daguerrotipista desconocido?

El héroe posa con la mirada en la distancia, hacia la derecha de la cámara. Sin embargo, el artista lo vio girado hacia la izquierda. En todo caso –y en el decir del poeta Dionee Brand– está “sentado en la habitación con la Historia”; forja su molde para grabados y bronces que le tributarán como padre de la patria. ¿Imagina el futuro venturoso de las naciones que libertó?, ¿o bien rememora sus glorias pasadas? En cualquier caso, sus ojos están nublados por cataratas impiadosas, dándole a su semblante un aspecto sombrío, casi melancólico.

En 1848 operaban en París alrededor de treinta daguerrotipistas profesionales y miríadas de entusiastas aficionados y proveedores de materiales fotográficos, de los cuales menos de la mitad se encontraban a corta distancia del domicilio del General. Sin embargo, y si bien se han propuesto diversas atribuciones, estas tomas no se ha podido adjudicar a ninguno de ellos. Los pocos indicios disponibles surgen de la imagen fotográfica, como así también del análisis de la placa daguerreana. Todo hace suponer el trabajo de un estudio profesional, elección ineludible al confiar el retrato de un mito viviente como era el Libertador de América.

A la muerte del General en 1850, y gracias a una intervención poco conocida de su hija, el daguerrotipo sirvió de modelo para un grabado que ilustró un obituario publicado en Francia. A partir de allí, diversos artistas tomaron como base a su efigie fotográfica para incluir en crónicas y biografías (1853-1854), y hasta integró una Galería de Celebridades en 1857, editada por el litógrafo Narciso Desmadryl. Fue la primera vez que se lo vio en sentido natural en el país, es decir, mirando hacia la izquierda, basándose en el daguerrotipo “napoleónico” que un amigo de la familia trajo a Buenos Aires, y que el 22 de abril de 1900 pasó al Museo Histórico Nacional.

 

San Martin

 

A diez años de su desaparición, la familia contratará la realización de una litografía al artista francés Edmond Castan –quien ya había creado un aguafuerte– basado en el segundo daguerrotipo que nunca llegó al país.

 

San Martin

 

Castan tenía su atelier en París, a pocas cuadras de donde vivió el general y su familia. Por su gran calidad, esta litografía se confunde con un retrato fotográfico. La misma circuló en Buenos Aires gracias a que su hija y su esposo Mariano Balcarce enviaran múltiples copias desde París a familiares, amigos y personalidades locales. Asimismo, fue incorporada al libro publicado para la inauguración de su estatua ecuestre del francés Daumas en Plaza San Martín, el 13 de julio de 1862.

 

San Martin

 

¿Cuál habrá sido el destino del segundo daguerrotipo? Su rastro se pierde hacia 1868-1870, cuando estando en poder de la familia se encargó al estudio parisino de Robert Jefferson Bingham reproducirlo en papel fotográfico. Estas copias permitieron conocer su existencia. Una carta de Mariano Balcarce transmite la importancia que la familia le adjudicara a esta imagen, cuando envió una copia al recién electo presidente de la República, Domingo F. Sarmiento: “le remito una fotografía del Gral. San Martín, que es la mejor que existe, y creo tendrá el gusto en poseerla.”

 

San Martin

 

Al cierre del estudio fotográfico en 1870 por la muerte del fotógrafo Bingham, seguida por la de Merceditas en 1875, se pierde el rastro del segundo daguerrotipo de manera definitiva. ¿Habrá desaparecido junto al archivo del estudio cuando fue liquidado? ¿Pasaría a manos de sus nietas, sin que se conozca su derrotero posterior? Cuesta imaginar un descuido en el destino del único retrato original que permanecía en poder de la familia –ya que el otro estaba en Buenos Aires–, por lo cual queda viva la expectativa de que algún día pueda reaparecer.

Desde la llegada de la fotografía en papel hacia mediados de la década de 1850 y hasta el Centenario de la República, sus retratos se reprodujeron en diversos tamaños fotográficos como la pequeña “tarjeta de visita” (como las copias de Bingham), o la más grande “tarjeta de gabinete”. Con la llegada de los medios fotomecánicos de impresión y la postal, el uso de las reproducciones fotográficas fue cayendo en desuso por los mejores costos y masividad de las nuevas tecnologías.

Para el centenario de su muerte en 1950, el Instituto Nacional Sanmartiniano se vio en la necesidad de dar a conocer los retratos que mostraban el verdadero rostro del Libertador. Se multiplicaban por doquier versiones apócrifas, por lo cual se imponía conocer la voz oficial al respecto. El Instituto definió cinco originales para los cuales habría posado de propia voluntad, cuatro de los cuales son retratos artísticos, sólo uno fotográfico. Así, el San Martín viejo del daguerrotipo –convertido en las escuelas en “el abuelito de la patria”–, convivió, entre otros, con el óleo de José Gil de Castro (1818) y el de autor desconocido enfundado en la bandera argentina (Bruselas, 1829), difundidos como representaciones del Libertador heroico.

Sin embargo, entendemos ahora que faltó incluir el otro daguerrotipo que fue reproducido por Robert J. Bingham en París, es decir que la lista se amplía a seis retratos que deben ser considerados el vivo reflejo del máximo héroe de la Independencia y Padre de la Patria.

 

Nota: agradezco la estrecha colaboración de Lucas Chillemi en la búsqueda de rastros fotográficos del General San Martín.

 

 

Carlos G. Vertanessian es Miembro Académico Instituto Nacional Browniano.

 

 

 

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por Carlos G. Vertanessian

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