La conmemoración del Cruce de los Andes suele integrar el calendario festivo de las provincias cuyanas. Año tras año las agencias gubernamentales organizan actividades para honrar la memoria del Libertador del sur, y apelan al motivo sanmartiniano para cautivar la atención de turistas y enamorados del paisaje cordillerano, invitándolos a transitar las rutas que siguió la compacta maquinaria militar para afianzar la independencia de medio continente.
Dichas experiencias, individuales y colectivas no sólo reactualizan el lugar de San Martin en la mitología nacional, que se hace patente en el denso y nutrido repertorio de libros, imágenes, estatuas, sitios históricos, monumentos y museos que desde el siglo XIX revisten y reglamentan la obligatoriedad del recuerdo. Las experiencias del cruce vivificadas en el presente, además, amplifican la dimensión territorial y emocional del recuerdo, dando origen a nuevos homenajes destinados a resignificar las imágenes proveídas por las liturgias estatales e instituciones custodia de la memoria sanmartiniana, fungidas en las narrativas nacionalistas de los siglos XIX y XX. En particular, de los individuos anónimos que integraron los regimientos y batallones del ejército, ese conglomerado multiétnico que reunió a negros y pardos libres, indígenas, mestizos y blancos pobres que fueron transformados en soldados de los cuerpos de infantería y caballería por medio de la coacción, promesas de libertad y fervor patriótico; como también de la pléyade de arrieros, baqueanos y conocedores de la escarpada geografía de los Andes centrales, que asistieron la decisión o voluntad del general de atravesarla, con el fin de demostrar la firmeza de la causa de América y asegurar el éxito político y militar en una única batalla librada en la cuesta de Chacabuco.
Las siluetas
Esos personajes han cobrado forma en las rutas sanmartinianas de Mendoza y San Juan mediante intervenciones discretas y dispositivos simbólicos con el propósito de complejizar el prisma, los sentidos abroquelados en las sucesivas capas de bronce que cincelaron la marcha del ejército patriota en el verano de 1817. Se trata de enormes siluetas inspiradas en la iconografía y testimonios de época que son moldeadas en materiales capaces de resistir las inclemencias del clima, y han sido emplazadas en sitios indicativos de los pasos cordilleranos recorridos por las columnas del ejército, para que puedan ser apreciadas por observadores en la proximidad, o a la distancia. Según la altura y las condiciones de relieve, las siluetas han sido agrupadas o bien lucen en la soledad de las cumbres andinas. La gente que las visita suele sacarse fotos junto a ellas, que sube luego a las redes convirtiéndose en testimonio de haber revivido la osadía realizada dos siglos atrás.
Esa fabricación memorial obedece a iniciativas autónomas que articulan saberes expertos en procesos de patrimonialización cultural, y a entusiastas cultores del mito sanmartiniano que contribuyen al montaje de las escenas para rendir tributo a los protagonistas de la epopeya convirtiéndose, al mismo tiempo, en artífices discretos de una operación memorial destinada a incidir en el modo en que el acontecimiento debe ser recordado, entronizando el accionar de los hombres de rostros y voces desconocidos en el panteón nacional.
De modo que la instalación de las siluetas en la cordillera pone de relieve formas selectivas de intervención pública de la memoria social e histórica. Un giro interpretativo de las representaciones del pasado nacional que ya no tiene como intermediarios excluyentes a las instituciones oficiales ni tampoco a los historiadores profesionales, sino que responden a iniciativas inscriptas en las coordenadas del saber experto, los cambios operados en el plano de los usos y consumos culturales y, lo que no es menor, en las formas plurales de interpelar el persistente problema de los orígenes de la nacionalidad como zócalo de identificación y cohesión social y cultural.
Datos del proyecto
La idea y ejecución del proyecto “Homenaje al Cruce de los Andes (1817-2017)” está liderado por el arquitecto Juan Carlos Marinsalda, especialista en patrimonio cultural. La primera instalación, conocida como “Los materos”, fue realizada en la Villa de Las Cuevas, al pie de la cuesta del paso Bermejo o de la Cumbre, el 12 de febrero de 2017, en el Bicentenario de la Batalla de Chacabuco.
La instalación más visitada y conocida es la de Uspallata, próxima a los hornos de fundición del siglo XVIII. Fue emplazada el 11 de agosto de 2017, con tres siluetas que fueron fabricadas y enviadas desde Paraná. Sobre la ruta de la columna Principal, en el límite de San Juan y Mendoza, el 25 de agosto de 2018, se realizó la instalación Yalguaraz. Es la más numerosa, con cuatro siluetas. La instalación más lejana es la de paso de las Llaretas, cerca del límite con Chile; la silueta fue fabricada en Mendoza en 3 piezas ensamblables y trasladada durante cinco días a lomo de mula desde Manantiales, el sitio donde San Martín escribió al director Pueyrredón informándole estar satisfecho con el desempeño del ejército en los siguientes términos: “Hasta aquí no habido en toda la marcha del ejército el menor extravío, deserción, ni desorden se ha sufrido. Si todo corresponde a tan feliz principio, se puede pronosticar el mejor éxito de nuestra expedición”. El 18 de enero serán instaladas siluetas en los pasos del sur, evocando la columna liderada por Freyre y secundada por Lemos. Como en otras ocasiones el traslado de las piezas cuenta con el apoyo de los municipios. Actualmente están señaladas cinco de las seis rutas recorridas por el Ejército de los Andes, con 15 conjuntos compuestos por 31 siluetas, ubicados en Mendoza y San Juan. Para conocer más, visitar la página en Facebook o el blog crucedelosandes2017.wordpress.com.
Beatriz Bragoni es historiadora. Autora de “San Martín. Una biografía política del Libertador” (Edhasa).
por Beatriz Bragoni
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