Catorce ediciones, 129 compañías, más de 1.800 bailarines: los números impresionan en el balance de “Danzar por la Paz”, el proyecto contra la no violencia llevado a cabo por Leonardo Reale. La pandemia y el aislamiento social no detuvieron la cruzada de este bailarín y coreógrafo argentino, embajador de la Paz de la ONU, que desde hace seis años convoca a colegas de todo el mundo en una gala anual para recaudar fondos para los programas de UNICEF. El ‘streaming’ para la edición 2020 reunió a espectadores de todo el mundo que, donación mediante, disfrutaron de consagrados artistas argentinos.
Queda claro que la convocatoria para esta edición apuntó a un público más amplio que el balletómano habitual. Sólo así se justifica la inclusión de entrevistas donde Eleonora Cassano recordó la época en que bailó con Julio Bocca, y Reina Reech hizo una promoción desmesurada de su escuela y su nuevo libro sobre espiritualidad. Mucho más medido, Julián Weich se centró en el mensaje y la finalidad del encuentro, que mereció una conducción más preparada que la de Facundo Mazzei.
El compilado presentó momentos estelares de galas anteriores. Comenzó con el conjunto Pucará, dirigido por Alexis Mirenda, bailando el “Himno Danzar por la Paz”, y prosiguió con el dúo de la cueva de “El corsario” con Luciana Paris (solista del American Ballet Theatre de Nueva York) y Juan Pablo Ledo. “Lo que tenía que ser”, vibrante obra de Anabella Tulliano para su Grupo Cadabra; Cecilia Figaredo y Hernán Piquín reeditando un apasionado “Naranjo en flor”; y el Ballet Contemporáneo del San Martín con el ‘Aleluya’ de ‘El Mesías’ de Mauricio Wainrot, constituyeron el grueso de la propuesta coreográfica.
Para el final, lo mejor: ‘Co.Danza’, una creación conjunta de 27 bailarines argentinos en cuarentena sobre ‘Show must go on’ de Queen. Adecuadísima letra para este momento, y muy logradas imágenes en blanco y negro de una Buenos Aires desierta y de cada uno de los intérpretes (clásicos, contemporáneos, tangueros, folclóricos) desde México, Chile, Nueva York y otros destinos, en una obra que demuestra que la danza, como la solidaridad, no tiene fronteras.
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