Finalmente, es la variable clave. El indicador clave que muestra la buena percepción del ciudadano con respecto a su propio bienestar es el consumo: qué proporción de su ingreso las personas están dedicando a la adquisición de bienes y servicios de todo tipo.
Luego de un año pandémico en que el consumo tocó sus mínimos. Si bien no hay una cifra unívoca sobre la cuantía del derrumbe del consumo en 2020, todo indica que una buena aproximación es el Estimador mensual de actividad económica (EMAE) que elabora el INDEC: -10% para el acumulado del año. El PBI también habría sufrido una caída similar, si bien sería menor a los 12 puntos que se llegaron a proyectarse en el pico de la inactividad.
Para el economista Camilo Tiscornia, socio de C&T Asesores Económicos, es lógico que el consumo privado crezca durante 2021 cerca de 7,5% a 8% con respecto al año pasado en un contexto en que la economía crezca 6,5%/7%. “No es una gran performance ya que no se volvería ni siquiera al nivel de 2019, que ya era bajo”, aclara. A su juicio, la presión oficial para tratar de recomponer el poder adquisitivo vía paritarias, bajas de impuestos, atraso cambiario, controles de precios y tasas de interés bajas, junto con algo más de actividad serán claves en la recuperación. “Pero, en la medida en que estas políticas no sean sostenibles por las distorsiones que implican, tampoco lo será la mejora de los salarios reales y el alza del consumo será endeble. La debilidad que esperamos en la generación de empleo será un gran condicionante”, concluye.
La evolución del consumo el último año no fue homogénea ni en los meses del año ni en los sectores involucrados. También será irregular para la proyección de los próximos meses. Eso tiene una explicación debido a la conjunción de muchos factores que terminan influyendo no sólo en lo cuantitativo sino también en lo cualitativo.
El hecho que hayan coexistido una brusca caída de la actividad, merma en los ingresos y en el nivel de ocupación con el inicio del aislamiento social, el trabajo a distancia y la priorización de los aspectos sanitarios, modificó sensiblemente el mapa del consumo. La caída de la actividad que se verificó a partir de marzo y abril del año pasado, ya venía de un nivel bajísimo por la recesión que se abrió con la devaluación de mediados de 2018, el nuevo salto luego de las PASO del año siguiente y, finalmente, con el tsunami en todos los mercados con la profundización de las medidas de aislamiento. Como un termómetro de la economía, el tipo de cambio pasó de $25 a $60 en menos de 18 meses para trepar mes a mes durante la pandemia hasta tocar los $180 en octubre pasado. La elección de un tipo de cambio múltiple alentó la creación de una brecha que llegó a ser de 120% en su pico y que también impactó de lleno en dos cuestiones: el precio de los bienes importados y la demanda de dólares para ahorro.
El dólar siempre está. La vieja discusión acerca de si el precio de los bienes con componentes importados en su cadena de producción se rige por el tipo de cambio oficial o el “financiero”, no se terminó de zanjar y afecta a una buena parte del consumo. Ante la escapada del dólar oficial y la restricción a la compra de divisas para atesoramiento (llegaron a operar 5 millones de personas físicas para que le vendan sus US$ 200 mensuales y bajaron luego a menos de un millón). También la pequeña trampa de liquidez: nada garantiza que un respiro en el ingreso de la gente se traduzca en más consumo automáticamente: en lo peor de la crisis, con el dólar blue trepando, la demanda por el “dólar ahorro” se hizo máxima. Y si no había más, se anticiparon compras de bienes dolarizados: electrodomésticos, autos y más tarde, materiales de construcción (este verano duplicaron la inflación minorista).
La Universidad Torcuato Di Tella elabora desde 1998 el Índice de Confianza del Consumidor (ICC) para la Argentina. Es un estudio periódico de las percepciones de los individuos sobre el estado de la economía, la situación económica personal y las expectativas a mediano plazo. El último dato disponible de febrero, arrojó otra caída: 1,1% con respecto al mes anterior. El valor de 37,8 aún está por debajo del 42,7 de un año atrás, aunque ya superó un piso los 36 puntos de febrero de 2019. En síntesis, estas cotas marcan un desafío para el diseño de la política económica de corto plazo: recuperar el terreno cedido en el año de cuarentenas y los problemas económicos que arrastró la pandemia.
El BBVA Research elabora el Seguimiento del Consumo en Tiempo Real, un estudio cuantitativo de consumo sobre la base de las compras por vía bancaria (tanto en tarjetas bancarias como por extracción de los cajeros automáticos). En su última edición del 10 de marzo, repasó los cambios en el comportamiento durante el año pasado. Toma nota que los consumos vía plataformas digitales aumentaron más que el doble, mientras que, en el otro extremo, los gastos en Ocio y entretenimiento están 75% por debajo de un año atrás (pese a la recuperación del último cuatrimestre). “En el medio se encuentran rubros con evolución relativamente estable (esenciales), algunos como los asociados al rubro Turismo que mejoran de la mano de la temporada estival pero lejos de recomponerse al 100%, otros con recuperación progresiva (Combustibles y Bares y restaurantes, rozando los niveles de un año atrás) y los de comportamiento más volátil con estacionalidad y dependencia de eventos particulares (por ejemplo, las promociones de hot sale)”, agrega el informe.
Radiografía del consumidor. La socióloga Ximena Díaz Alarcón, socia y fundadora de YOUNIVERSAL, todos estos factores construyen el escenario de fondo sobre el cual toman decisiones. “Hay anticipo o consumo en aquellos bienes durables donde el cambio o las cuotas favorecen (desde autos a electrodomésticos) o en aquellos sectores donde se puede comprar hoy sabiendo que todo será más caro después (como el turismo, incluso si no se sabe cuándo se podrá hacer uso del servicio)”, describe.
En cuanto al futuro inmediato, sobre la base de los estudios y proyecciones de lo que los mismos consumidores expresan, cree que se verá un consumo más medido, racional, restrictivo y restringido. “Con una evaluación categoría a categoría y donde las marcas deberán refundar su promesa y pactos de valor (y demostrarlos en la acción) no solo discursos)”, agrega. Una suerte de volver a lo básico del que se esperan resultados, honestidad, pero también vínculo, comprensión, cercanía y empatía con las nuevas y cambiantes necesidades que va teniendo en consumidor de esta pandemia que aún no es "post".
La receta. Con estos condicionantes, la hoja de ruta de la política económica tendrá dos partes. La primera, hasta el mes de las elecciones será el de incentivar el consumo privado y para eso está en marcha la reforma del impuesto a las ganancias, los aumentos programados para impactar en el segundo trimestre de jubilaciones, sueldos públicos y las paritarias en general. También, por el lado del costo de vida una apuesta a continuar pisando el dólar “libre” con operaciones de mercado (ya se vendieron bonos por más de US$ 800 millones), aplanar las tarifas de los servicios públicos y patear cualquier atisbo de actualización para después de los comicios. La receta es conocida y “garpa” electoralmente. Pero el consumo alcanzará el nivel pretendido de manera sostenible en función de que no se desmadren las variables que permitirán estos meses de bienestar pasajero.
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