El martes 1 de diciembre empezó nuevamente la carrera por comprar los US$ 200 un objeto casi de culto durante las cuarentenas. La política monetaria implementada y la memoria colectiva del ahorrista promedio hizo que la demanda de la divisa creciera mes a mes hasta que las restricciones y la letra chica del reglamento hicieran que de los casi 5 millones de compradores proyectados para agosto se haya bajado a poco más de un millón en diciembre.
La decisión de anclar los precios con un tipo de cambio “oficial” que si bien seguía de cerca el IPC quedaba rezagado con respecto a los otros tipos de cambio “libres” y los bienes dolarizados: autos, electrodomésticos y finalmente, materiales de construcción. La solución de unificar paulatinamente el mercado de cambios siempre tropezó con la misma negativa: provocaría más inflación en alimentos y servicios. Un dilema que, lejos de estar resuelto, quedó suspendido hasta el próximo veranito financiero
por R.N.
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