Si aceptáramos como válida la dicotomía intervención-libre mercado en la política económica y la de proteccionismo-apertura en el diseño de la relación con el mundo, habría muchas combinaciones posibles, pero el peronismo, desde su nacimiento se sintió más cómodo en esquemas intervencionistas, tanto en el mercado externo como en la iniciativa de la inversión. Los ajustes giraron en torno a las restricciones de cada época y también a la historia reciente que impactó en la memoria de la ciudadanía. Así, la tercera posición del tercer peronismo se enmarcaba en la crisis de los grandes mercados industriales por el shock petrolero. La “revolución productiva” del menemismo ejecutada por Domingo Cavallo se subió al tren del Consenso de Washington y la ola reformista latinoamericana: privatizaciones, apertura económica y boom agrícola en los mercados emergentes.
El poder mundial pasó de la bipolaridad de la guerra fría, a uno con múltiples astros y espacios económicos cada vez más inclusivos, aunque con los lógicas idas y vueltas entre sí. A los ya conocidos de la Unión Europea y el NAFTA (que ni el muro fantasioso de Trump pudo diluir) está en construcción el que más relevante: los diez miembros del ASEAN con Japón, China y Corea del Sur. En noviembre pasado se dispuso sumar en el marco del Asociación Económica Integral Regional (RECEP) a Australia y Nueva Zelanda, con el consecuente crecimiento del intercambio interno en un bloque que, para suerte de los países productores, es importador neto de alimentos de todo tipo.
La pandemia torció el rumbo de las economías centrales y también terminó sepultando el núcleo de la teoría sobre la que se apoyaba la vieja autarquía comercial que aún hoy alimenta los cuadros políticos mayoritarios en la Argentina: la teoría del deterioro de los términos del intercambio. Acuñada por el tucumano Raúl Prebisch (1901-1986), una mente brillante que, junto con otro núcleo de economistas socialistas y conservadores creó la red institucional que amortiguó la crisis de los 30 en nuestro país (Juntas Nacionales, Banco Central, etc.) mostró que mientras los países que exportaban manufacturas veían crecer el precio de sus productos, los que se enfocaban en materias primas cada vez pagaban más caras sus importaciones. Hubo muchas discusiones que dieron la razón o no en función de las características de cada mercado. El primero en cuestionarlo de hecho fue la existencia de los petrodólares y el poder de cartelización que hizo triplicar el precio del barril del crudo en semanas.
Pero otro evento cambiaría el mapa geopolítico del poder económico: la irrupción de China como gran aspiradora mundial de materias primas y, especialmente, de alimentos. Eso fue llevando, entre otras cosas, a la soja y al maíz a valores históricos, mientras el colapso financiero del 2008 obligaba a un gran rescate de parte de los tesoros en Estados Unidos y la Unión Europea. La pandemia de 2020 disparó nuevamente un escenario con algunos puntos en común: la necesidad de casi todos los gobiernos de acudir a un tsunami monetario para compensar la caída de la recaudación por las cuarentenas y el mayor gasto sanitario. El dólar se comenzó a devaluar frente a otras monedas más duras y al precio de los productos primarios. Pero también China debió reemplazar 250 millones cerdos sacrificados por un brote de zoonosis y por razones todavía no aclaradas del todo, se llevó todas las existencias de maíz y soja de los países productores. Esto contribuyó, también, a la super-soja que cotiza en Chicago rompiendo la barrera de los US$ 500.
En nuestra política vernácula, 2021 es año impar y, por lo tanto, electoral. El Gobierno ya está captando parte de la renta agrícola, si es que la sequía deja resto para el productor: frente a los 500 US$ billetes que recibe un productor uruguayo o brasileño, al local sólo le queda la tercera parte, entre retenciones y brecha cambiaria. Pero a diferencia del mar de fondo de la resolución 125 del 2008, no hay mucho más margen para cobrar mucho más. Y el gasto público, en estos 12 años, creció casi 10 puntos del PBI, imposibles de financiar si la creación de más impuestos, inflación y artilugios como el tipo de cambio múltiple.
No será, entonces, un año en que la soja pueda obrar milagros. Pero si financiar un reacomodamiento de precios, tipo de cambio y tarifas, que se creía inminente y los “tiempos de la política” postergará lo más posible. Finalmente, y luego de tantos años, esta nueva mutación del PJ no logra salir de su espacio de confort: el cuadrante intervencionista de la matriz de política económica.
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