La familia es muchas veces un lugar imposible. Un lugar donde poder ser es una quimera. Una prisión en la que cualquier cosa que hagamos que no se espere de nosotros, se vive como una traición. Se vive con vergüenza y rechazo.
Es que no todos nos aman, nos cobijan y contienen.
No todos nos apoyan, nos cuidan y protegen.
No todos nos escuchan, nos validan y valoran.
No todos nos registran y reconocen.
Algunos que depositan su ira, su rencor y su resentimiento en nosotros. Otros son crueles, violentos, abusivos y perversos. Otros nos ningunean y humillan.
Hay de todo. Y hay de todo porque antes que nada somos personas. Personas ocupando un rol. Y la familia no es la excepción.
Hay familias tan hirientes y dañinas, que la distancia se convierte en una necesidad imperiosa. Aunque cueste. Aunque de culpa. Aunque duela en el alma aceptar que ni siquiera pedimos nacer, y encima de todo tenemos que lidiar con lo que nos tocó.
Es momento de destronar ese mandato que asevera que la sangre es la sangre y que la familia es lo primero.
Es momento de dejar de romantizar a la familia y entender que, a veces, el árbol genealógico también se poda.
Facundo Olivares – Escritor
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por CEDOC
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