La transformación de la economía internacional es asombrosa. Y, pese a que se ha anticipado que la internacionalidad se retrotraería, eso no ha ocurrido. El intercambio comercial entre todos los países en 2022 alcanzó el récord de US$32 billones. Y el stock de inversión extranjera directa en el planeta superó el de US$45 billones. Y, lo que es más relevante, el intercambio de datos, información y conocimiento en el globo llega a cifras inusitadas y que ni siquiera pueden medirse acertadamente por su enorme intensidad.
Lo que acontece es una profunda modificación cualitativa de las interrelaciones económicas suprafronterizas (que cuenta con cuatro motores): es una revolución tecnológica que se apoya en el capital intelectual para el avance de la nueva internacionalidad (más de la mitad del valor generado en los intercambios internacionales se basa en intangibles), que se instrumenta a través de innovativas empresas disruptivas globales, que aprovecha la proliferación de acuerdos internacionales de apertura reciproca de mercados (70% del comercio entre los países ocurre entre quienes redujeron a 0% el arancel en frontera) y que encuentra en las personas capacitadas un crucial componente humano.
Argentina es hoy un débil actor internacional: genera apenas poco más del 0,3% del total del comercio suprafronterizo planetario y acredita solo 0,2% del stock de inversión extranjera directa. Pues para superar esa debilidad se requerirá desarrollar atributos nuevos.
Sostiene la OCDE que el 70% de todos los intercambios internacionales ocurre dentro de las llamadas cadenas globales de valor. Pero éstas cambian. Y si no hemos logrado hasta hoy relevante inserción en ellas, nuestra participación en esas redes exigiría virtudes aun no logradas. La competencia internacional eficaz ya no se logra por la mera manufacturación de bienes a bajo costo: al contrario, hoy lo crítico es la creación de valor a través de intangibles que califican sofisticadamente la oferta. En los productos y en las empresas.
Dice Thomas Friedman -en su libro “Thank you for being late”- que el planeta se encuentra empujado por tres grandes fuerzas, que identifica con tres “M”: la ley de Moore (frenético cambio tecnológico), la reacción de la “madre naturaleza” (cambios climáticos, pero también reformas en lo social y la cultura, propio de un nuevo comportamiento humano) y los mercados (libres e internacionalizados).
Un trabajo reciente de KPMG encuentra en la transformación que exhiben las cadenas de valor internacionales características novedosas: definición del componente tecnológico uniforme para todo el proceso productivo (acoplamiento tecnológico internacional) y no ya en etapas separadas, integración de decisiones “data-driven”, homogeneización de la fuerza de trabajo para ordenar estándares y tendencia a descentralizarse y enfocarse (“micro supply chains”), calificación de la ética de sus participantes y centro de todo el proceso en el consumidor final más que en los pasos intermedios.
Pensar prospectivamente una Argentina mejor inserta en el planeta supone desarrollar, entonces, una nueva estrategia. Y no solo suprimir algunos obstáculos actuales.
El mundo de hoy es del “saber hacer” más que de las máquinas, de capital intelectual más que de dinero, de decisiones basadas en el futuro más que en el presente, de empresas más que de productos, de geografías digitales más que geografías físicas, de alianzas proactivas complejas entre actores económicos varios más que de resiliencia defensiva, de creación de espacios públicos no estatales más que de politización productiva, de innovación más que de eficiencia, de perecimiento de viejas categorías y rubros y aparición de nuevos segmentos y áreas temáticas (“arenas” dice Rita McGrath) más que de sectores productivos tradicionales, y de nueva apertura y no de vieja cerrazón y por ello de necesidad de flexibilidad y agilidad más que de rigidez directiva.
Y para actuar en este escenario es preciso contar (más que con buenos productos) con calificadas empresas.
Un tiempo atrás, Marc Suchman usó la expresión “legitimidad” para destacar los atributos de elegibilidad de las empresas exitosas para actuar en arquitecturas vinculares basadas en confiabilidad y garantías. Ese valor parece estar fortaleciéndose.
Si es cierto que el mundo vive una revolución, pero no derivada de acontecimientos políticos (como lo fue la caída del Muro de Berlín, la conversión de China al capitalismo o la generación de la Unión Europea) sino que ahora está en manos de empresas que crean nuevas realidades, inventan, permiten al ser humando llegar donde antes no podía, disrumpen y hasta ocupan espacios ni siquiera previstos por las instituciones. Nadie va más rápido ni lejos que ellas. Asistimos, así, a una “revolución micro”. Y esa “nueva” globalización no tiene ya por principal motor el intercambio de bienes físicos sino el alza en el valor de intangibles. Apoyados en lo que Sullivan y Edvinsson llaman “capital intelectual”: el saber organizado como factor de producción.
Por eso, podría decirse que la competitividad externa requiere, para esas empresas, hoy, al menos siete atributos: 1. una acertada estrategia; 2. una oferta integral adecuada a la nueva economía del conocimiento; 3. innovación constante; 4. la formación de redes de alianzas exteriores con inversores, proveedores, financiadores e innovadores asociados; 5. personas preparadas para el liderazgo, la producción y la representación negocial; 6. una reputación garantizada; y 7. legitimidad y garantías de cumplimiento.
Algo muy difícil de lograr sin un ordenamiento interno y reconfiguración de las relaciones externas. Así, la tarea pendiente no se resume a un mero ajuste macroeconómico, sino que requiere también el desarrollo (privado) de actores competitivos.
# Marcelo Elizondo es especialista en negocios internacionales; Chairman del comité argentino de la International Chamber of Commerce (ICC); director de la Maestría en Dirección Estratégico-Tecnológica (ITBA).
por Marcelo Elizondo
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