Hace unos días, todos los medios de comunicación del planeta dieron a conocer lo que —una vez más— llena de horror a las masas: grandes pensadores y empresarios: Yuval Noah Harari (el autor de Sapiens), Steve Wozniak (el creador de Apple junto a Jobs), Elon Musk (no hay que explicar quién es) clamaron ante los gobiernos del mundo y quién quisiera escucharlos: “¡deteneos, deteneos, que viene la Inteligencia Artificial y nos hará chas chas!”
¿Tienen razón? ¿Tenemos algo que temer? ¿Es el fin de la Humanidad o —por el contrario— estamos siendo más humanos que nunca, siguiendo una de nuestras tradiciones más tradicionales?: desconfiar de lo nuevo, pegarle con un palo hasta que no se mueva y descubrir después que no, que no pasaba nada. Nada que mirar, siga con lo suyo
El mundo anglosajón es muy bueno para crear palabras. Una de ellas es “neoludita”. El término proviene de un movimiento de artesanos ingleses que entre 1811 y 1816, protestaron contra las máquinas de la Revolución Industrial, especialmente en el sector textil. Los luditas, liderados por un tal Ned Ludd (aún hoy se discute si fue una persona real) se dedicaban a sabotear las máquinas hiladoras, sosteniendo que la tecnología atentaba contra sus puestos de trabajo. ¿Suena familiar?
La raza humana tiene una larga historia de tenerle miedo a las nuevas tecnologías. Y este miedo, por lo general se expresa a través de mitos, de tradiciones y narraciones que encarnan el susto. Hagamos un repaso veloz de historias de “se nos fue de las manos”.
Pigmalión. El escultor hace una estatua de lo que él consideraba una mujer perfecta. Se enamora de la estatua (de nombre Galatea) y la diosa Afrodita la transforma en mujer real. Galatea y Pigmalión son felices.
El Golem de Praga. En el siglo XVI, el rabino Judah Loew, conocido como el Maharal de Praga, crea un golem, una criatura de barro movida por la gracia de Dios, para defender el gueto de Praga de ataques antisemitas. La esposa del rabino le pidió al golem que fuera "al río a sacar agua" a lo que el golem accedió, pero al pie de la letra: fue al río, y comenzó a sacar agua sin parar, hasta que terminó por inundar la ciudad. El golem se “activaba” escribiendo sobre su frente la palabra Emet (אמת—"verdad" en hebreo) y solo se podía desactivar borrando la primera letra quedando escrito met (מת—"muerto" en hebreo). Listo: golem desenchufado.
El monstruo de Frankestein. Mary Shelley toma la electricidad, la tecnología de punta de su época, que junto con el descubrimiento de la corriente galvánica (la que hace que las ancas de la rana se muevan luego de la que la rana murió) se aplican en un relato donde a través de la ciencia, se crea un ser vivo que, a la larga, se torna contra su creador.
2001 Odisea en el Espacio. todo era alegría camino a Júpiter, hasta que HAL 9000, la inteligencia oficial a bordo de la nave Discovery One, enloquece y decide matar a los astronautas. Solo se la puede detener desactivando sus “bancos de memoria”, pero no es nada fácil.
Terminator. Todo era una fiesta, hasta que los seres humanos creamos una inteligencia artificial, por alguna razón le dimos control de los arsenales nucleares del mundo, y la inteligencia artificial decide que estamos de sobra. De ahí en más estamos en guerra contra los robots y derivados. Solo nos puede salvar Arnold.
Matrix. Acá también las máquinas se volvieron malas y en el futuro, nos usan de pilas para generar electricidad. Nos salva Keanu Reeves.
Sumemos ahora temores que también se repiten con la llegada de nuevas tecnologías: cuando aparece la radio se temía que “las ondas magnéticas” generaran locura y mataran a los pájaros. Se desconfiaba de la a luz eléctrica porque se temía que provocara un sueño liviano y mal descanso. Mis padres me persiguieron alejándome del televisor porque “los rayos catódicos” eran malos para la vista (uso anteojos, pero estoy seguro de que es por otra razón). Y así podemos seguir.
En todas las historias que nombramos, siempre el “plot twist” es el mismo: la creación se vuelve en contra. Es el concepto de agencia, el temor a que —por alguna razón— la aspiradora decida que no quiere aspirar más y nos ahorque con la manguera, que nuestra computadora desarrolle voluntad y decida borrar mis archivos o —como se prefiere últimamente— que la Inteligencia Artificial como ChatGPT, Midjourney o Dall-E, decida por alguna razón, volverse contra la raza humana.
En todos los casos, lo que prima, es una herida narcisista: pequeños egos humanos que aguantaron que las computadoras jueguen mejor que nosotros al ajedrez o que sumen más rápido, pero no que escriban un texto, dibujen o compongan música.
Perspectiva. En el fondo, somos primates en una caverna mirando el fuego que uno de los miembros más valientes y sesudos de nuestro clan pudo llevar dentro de la cueva. Uno de nosotros se quemó, pero a la vez se nos fue el frío y podemos ver donde antes estaba oscuro. Otros miembros del clan sostienen que debemos apagar esas llamas hasta que entendamos claramente qué es (no lo haríamos hasta el siglo XVIII). Y mientras miramos el fuego, esa mirada va a crear motores a vapor y va a viajar a la luna, va a hacer bombas atómicas y curar la poliomielitis.
Cuando miramos el fuego, ese fuego también nos mira a nosotros. Lo mismo ocurre con la Inteligencia Artificial. Como decía el profesor Melvin Kranzberg, fundador de la Society for the History of Technology: “la tecnología no es ni buena ni mala, pero tampoco es neutral”.
Que será del futuro, depende de los humanos.
Como siempre.
# J. Ramiro Fernández Varela es cofundador de Youniversal.
También te puede interesar
por Ramiro Fernández Varela
Comentarios