Thursday 9 de May, 2024

EMPRESAS | 07-10-2023 07:39

Negocio a base de conocimiento

Aun con muy baja inversión en I+D, la innovación científica potencia su impacto productivo.

La necesidad agudiza el ingenio. Como una marca indeleble en la forma de hacer negocios, el contexto argentino fue moldeando hábitos para impulsar modelos de negocio sobre la base de virtudes particulares y aprovechando al máximo la red de innovación que se fue multiplicando a pesar del bajísimo apoyo de los sucesivos gobiernos a la actividad.

Un claro ejemplo es el del impulso a emprendimientos de base tecnológica que fueron proliferando, remando contra la corriente: Argentina invierte en el área clave de Investigación y Desarrollo (I+D) sólo el 0,46% del PBI, según datos relevados por el Banco Mundial. Esta magra cifra contrasta con el 1,21% de nuestro vecino Brasil, pero más todavía con el 1,86% del promedio de países de bajo y medio desarrollo.

Salida. Con sus magros presupuestos en todos los niveles, Argentina, el desarrollo científico encontró un filón en la concentración de esfuerzos en áreas de rápida aplicación productiva, generalmente en el área de la biotecnología, la ingeniería de materiales, la nuclear o el sinnúmero de derivaciones tecnológicas de rápida implementación. Muchas elaboradas por equipos de investigación cobijados en el sistema universitario de investigación, pero otros también en grupos autónomos de con búsquedas más puntuales de los frutos de la innovación.

Un ejemplo es el concurso de emprendimientos de base científica IB50K que desde hace 12 años se lleva a cabo en el Instituto Balseiro, que pudo desarrollar en Bariloche un centro de excelencia y amortiguar los vaivenes políticos. En este tiempo se presentaron en su fase final más de 200 proyectos con casi 830 profesionales que buscaban así una forma de convertir su saber científico en una aplicación concreta y un modo de vida para su propio equipo. “Uno de los desafíos de la ciencia y la tecnología, además de generar conocimiento, es impulsar e impactar en el desarrollo del país y uno de los instrumentos que tiene el capital humano altamente formado para aportar a ese objetivo es justamente la creación de empresas de base tecnológica”, explica su fundadora, la investigadora del CONICET María Luz Martiarena.

Durante su exitosa vigencia, los finalistas, además de obtener los US$50.000 en premios (de allí su nombre), consiguieron algo más valioso: visibilidad y posibilidad de interactuar con la red de apoyo e inversores que sostienen este concurso inédito.

Elegidos. Otro ejemplo es la distinción con que investigadores recibieron de parte de un jurado de personalidades vinculadas al quehacer científico por sus aportes al desarrollo de la agrobiotecnología. Raquel Chan, la ganadora de esta edición del Premio Fundación Bunge y Born, no duda en comentar que “la ciencia está en la electricidad que nos ilumina, en los teléfonos a través de los cuales nos comunicamos, en los materiales de las sillas en las que nos sentamos, en nuestra comida diaria, y en la vida y la salud que tenemos. Chan, desde Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (CONICET-Universidad Nacional del Litoral) en Santa Fe, consiguió importantes resultados y creó productos de mercado que ya son utilizados en distintos países. En particular, la tecnología HB4 de tolerancia a estrés por déficit hídrico en girasol y luego incorporarlo a la soja, trigo y maíz para sostener rendimientos en climas adversos y sequía. La premiada explica que el crecimiento de la población mundial requiere una mayor producción de alimentos y energía y por eso hay que redoblar esfuerzos para producir más alimentos, en forma sustentable, con respeto por el medioambiente y, sobre todo, cuidando el agua, nuestro recurso más precioso. “La falta de agua es el factor más limitante de la agricultura y produce el 50% de las pérdidas a nivel mundial; tenemos que hacer mucho más de lo que hicimos”, concluye.

También es el caso de otros dos científicos distinguidos con el Premio Estímulo: Federico Ariel y Gabriela Soto. Ariel se dedica a la investigación biotecnológica de las plantas para el desarrollo de nuevas técnicas saludables que reemplacen los pesticidas en el cultivo de hortalizas y frutas. Para ello, su equipo utiliza tecnología no transgénica mediante el uso del ácido ribonucleico (ARN) de interferencia, que permite que las plantas desarrollen moléculas específicas para lograr inmunización frente a hongos, insectos o virus, con el fin de potenciar la productividad de los cultivos de manera respetuosa del ambiente y la salud humana.  “En APOLO Biotech diseñamos tecnología para reemplazarlos por soluciones basadas en ARN, respetuosas del ambiente y de la salud humana", apunta y agrega que en su “pipeline de desarrollo” tienen más de 20 proyectos.

Por su parte, Soto viene investigando e innovando en genes de interés agronómico, centrándose en la alfalfa para obtener variedades con mayor producción sostenible para semilleros, productores y consumidores; entre ellas tres patentes de carácter internacional. “La semilla desarrollada en este proyecto tendrá mayor resistencia que las ya existentes debido al proceso de mejoramiento no convencional que se aplicó para la obtención de las semillas editadas genéticamente”, para un mercado que, estiman, seguirá creciendo 5% anual para alcanzar un volumen de US$ 42.000 millones para 2030. Oportunidades en las que el saber no sólo no ocupa lugar, sino que abre puertas a nuevos desarrollos de negocio.

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Tristán Rodríguez Loredo

Tristán Rodríguez Loredo

Editor de Economía.

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