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EN LA MIRA DE NOTICIAS | 27-04-2020 10:39

El fantasma de Cromañón que activó el virus

El cortocircuito entre gobernadores y la Casa Rosada por las salidas recreativas revela un miedo innombrable.

Ayer el Presidente cometió su segundo blooper comunicacional en el anuncio de una nueva fase de la cuarentena. Tal como sucedió con el falso permiso de salir a correr, ahora el discurso presidencial generó la confusión de que le estaba permitido a la mayoría de la población una hora de paseo por el barrio. Aunque esta vez el mensaje presidencial se emitió grabado y sin periodistas a la vista, igual Alberto Fernández se las arregló para sembrar la duda sobre el alcance del relajamiento a la cuarentena.

Ya se volvió una poco sana costumbre esta dinámica de comunicación gubernamental por la cual el Presidente sale a prometer alivio a los argentinos, y al rato sus funcionarios y la tribuna tuitera de incondicionales K tiene que encargarse de aclarar que no fue Alberto Fernández el equivocado, sino que todos los demás, por idiotez o mala fe, lo entendimos mal. Sería bueno que el Gobierno pensara otro modo de informar a la población, que no derroche buena parte del fin de semana en revisiones del mensaje presidencial, como si la opinión pública imitara al staff de árbitros de fútbol que aplican el VAR luego de cada fallo dudoso en el campo de juego. En esta clase de medidas de excepción, luego del correspondiente debate de expertos y autoridades competentes, la palabra del Presidente debería ser la primera y la última.

Pero más allá de la torpeza comunicacional del equipo atrincherado en Olivos, este nuevo maletendido puso en evidencia algo más inquietante. Se trata del terror que intendentes y gobernadores sienten de un fantasma que nadie llama por su nombre, pero que todos los jefes territoriales ven cada noche en sus pesadillas sobre el Coronavirus: es el fantasma de Cromañón.

Salvando todas las distancias, hay algunas coincidencias puramente anecdóticas que conectan sugestivamente la emergencia actual con la tragedia de 2004. En lo que va de la panademia, el recuento de víctimas fatales es casi igual al del local incendiado. Otra curiosa coincidencia del destino la encargada de elaborar los DNU presidenciales sobre las fases de la cuarentena es Vilma Ibarra, hermana de Aníbal, el intendente porteño que perdió su cargo por el costo político de la tragedia de Cromañón. Pero esas son apenas coincidencias azarosas para inquietar a los supersticiosos.

Lo que no es superstición sino análisis político crudo es el que realizaron ayer los gobernadores, tanto oficialistas como opositores, cuando salieron en conjunto a desmentir a los apurones el permiso generoso del profe Alberto para que los argentinos estresados pudiéramos salir de paseo, con o sin chicos. Este fin de semana se empezó a deslizar la carga de gestionar la pandemia desde el poder central a los territorios federales, justo en el momento más delicado de la toma de decisiones. Hasta ahora, la Casa Rosada festeja un balance positivo de su manejo de la crisis del Covid-19, que arrojó como saldo político la espectacular trepada de la imagen de Alberto Fernández, en medio de una depresión económica y de un virtual default de la deuda. Un milagro, digamos.

Pero todo milagro político dura poco, y tiene su curva descendente, que acaso empiece justamente este lunes. La restricción comercial e industrial por la cuarentena amenaza toda la cadena de pagos y la ya resentida estabilidad de la moneda nacional. El humor social se deteriora día tras día, por un encierro que no tiene fecha de salida. Y cada vez surgen más voces de la medicina en el mundo que ponen en duda la eficacia de prolongar el aislamiento masivo, más allá de la razonable cautela inicial ante un virus nuevo.

Pasado el doloroso pico de contagios o el aplanamiento de la curva de ingreso al contagio comunitario, según la suerte o la previsión de cada país, la próxima fase de salida progresiva de la cuarentena para volver a la normalidad reaviva la polémica entre libertarios y aislacionistas. Ese debate, que mezcla mal ciencia e ideología, esconde la horrible certeza de que se acerca el momento de pagar el costo político verdadero de esta crisis, sea económica, sanitaria o ambas potenciadas entre sí.

De ese pánico está hecho el ruido comunicacional que sonó ayer entre Olivos y los gobernadores. Como en el juego de la silla, nadie está dispuesto a bailar ligeramente al ritmo de la buena onda presidencial, con el riesgo de quedar atrapados en una catástrofe inmanejable en sus distritos, sea financiera o viral. Nadie en el mundo tiene un manual confiable y probado de salida de la pandemia: solo se sabe, con el diario del lunes, como convenía estar preparado. Ahora le toca a la Argentina resolver el dilema que más le cuesta: decidir si va a distribuir responsabilidades racionalmente y con justicia, o si va a entregarse al vicio irresponsable de repartir culpas al azar. Y que cada uno se cuide el asiento.

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Silvio Santamarina

Silvio Santamarina

Columnista de Noticias y Radio Perfil.

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