Mientras la bola de nieve de las tomas de tierras avaladas por el kirchnerismo crece y se acelera, el gobernador bonaerense Axel Kicillof salió a defenderse contratacando, que es una táctica aprendida de su jefa, Cristina Kirchner. El hit de este fin de semana fue equiparar las usurpaciones de terrenos con la flojera de papeles de muchos barrios cerrados. Tanto revuelo causó la comparación de Kicillof, que desde la gobernación se apuraron a aclarar, bastante enojados, que las declaraciones del gobernador fueron sacadas de contexto. La frase completa y oficial fue, entonces, la siguiente: "La mayoría de los barrios privados y countries no están habilitados, entonces no pagan impuestos. Son prácticamente ocupaciones de tierra. Hay que regularizarlo". Pero si se trata de reponer el contexto para entender mejor, entonces hay que contextualizar en serio.
Es cierto que existen muchos countries con habilitaciones irregulares y categorizaciones fiscales dudosas. Pero este fenómeno de urbanización veloz que alteró la fisonomía del Conurbano se consolidó con la absoluta complicidad de intendentes y consejos deliberantes del cordón metropolitano bonaerense, que en buena medida es controlado desde hace años por el peronismo y el neocamporismo. Es más, varios de esos “barones” del Conurbano que avalaron -vaya uno a saber por qué- la proliferación de countries irregulares ocupan hoy lugares estratégicos en el top management del Frente de Todos. Por lo tanto, si Kicillof desea que sus dichos se pongan en contexto real, ya mismo debería ordenar una gran investigación administrativa que revisara todas las habilitaciones de barrios cerrados de las últimas décadas, lo cual podría desatar una nueva megacausa judicial comparable a la de los cuadernos de las coimas por obras públicas, pero centrada en la Provincia, justamente donde dentro de pocos meses volverá a librarse la madre de todas las batallas electorales. Y hay que ver si un escándalo judicial así le conviene a la estrategia K para salir bien parados en las legislativas del 2021.
Este suele ser el límite con el que se choca el voluntarismo neokeynesiano y principista del gobernador de la Provincia. Tratando de imitar a su jefa y mentora, Kicillof se defiende de los cuestionamientos a las tomas de tierras K retrucando con los trapos sucios de los “chetos del country”, sin pensar que muchos de esos propietarios son K, como lo demostró el escándalo domiciliario de Lázaro Báez, o son socios fantasma de los negociados de real estate bonaerense. Quizá Kicillof se equivoca, como todo discípulo fascinado con su sensei, en seguir al pie de la letra el teorema de Cristina. Cada vez que la cuestionan por corrupción o desmadres del patrimonio público, la dueña del Frente de Todos se defiende recordándole al establishment que con el kirchnerismo “la juntaron con pala”, y que por cada funcionario coimero hay un empresario que paga “retornos”. Pero, a diferencia de Kicillof, Cristina no destapa la olla para aclarar las cosas de una vez por todas en la Argentina, sino todo lo contrario: simplemente amenaza con llevarse puesto a todos los que insisten en su caída judicial. Ahí Cristina juega su gen peronista del que carece Axel: ella entiende la ideología discepoliana de convivir “en un mismo lodo, todos manoseaos”. Y que viva Néstor y Perón, carajo.
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