Mientras los argentinos se marean hasta la náusea con la aceleración imparable de la montaña rusa del dólar, esta semana estallaron dos bombas muy similares entre sí, justo en el corazón de la cultura opositora. Y también se trata, como en el caos cambiario, de nervios y de dinero.
Dos clanes adinerados, los Macri y los Etchevehere, fueron sacudidos por las denuncias en su contra provenientes de sus propios parientes, que mantienen una larga disputa por la herencia económica del negocio familiar, con acusaciones de destrato y amenazas judiciales que ventilan desmanejos y malversaciones patrimoniales incompatibles con la ética deseable en importantes funcionarios públicos.
La coincidencia de ambos escándalos complica al expresidente Macri, que hizo en su momento una polémica autocrítica sobre la opacidad de la fortuna paterna ligada a la obra pública, y a su ministro de Agroindustria, que llegó a dirigir la Sociedad Rural. Ambos rubros, el campo y la patria contratista, le vienen como anillo al dedo al relato del kirchnerismo, que en estas horas se relame al ver las salpicaduras sangrientas que esparce el ventilador prendido por las “ovejas negras” de los respectivos clanes macristas.
Casualmente o no, los parientes que denuncian a sus hermanos son los menores de cada familia: tanto Dolores Etchevehere como Mariano Macri se sienten débiles frente al despojo y ninguneo que señalan de sus mayores. Y ambos eligieron hacerse fuertes en su guerra íntima aprovechando la batalla cultural que divide públicamente a toda la Argentina. Dolores se alió con Juan Grabois y otros militantes oficialistas en una disputa de tierras que recalienta una problemática más amplia en el país. Mariano le contó a un influyente periodista de Página/12 su versión explosiva -ahora convertida en libro- de los negociados familiares que ya investigaba la Justicia.
Más allá de las intenciones de cada uno de los denunciantes, ambos escándalos familiares simbolizan una crisis más amplia de las élites nacionales como alternativa dirigente al modelo que el macrismo cultural tacha de populismo corrupto y decadente. El quiebre de la “omertá” patrimonial expone la fragilidad de los valores de la clase dirigente, que supuestamente ocupa el rol de modelo de éxito en una sociedad, y que se queja de la deriva en la que el peronismo kirchnerizado mantiene al país.
Casos más escabrosos, como el reciente femicidio en la familia Neuss, alimentan esta sensación de decadencia histórica de cierta burguesía nacional que, como el Gobierno, tampoco encuentra el rumbo. Y precisamente en esa fisura opera el ansiado proyecto K de sustitución económica, no de importaciones (como quería Guillermo Moreno) sino de élites propietarias. Basta recordar los casos Ciccone y el más reciente Vicentín, donde los oscuros enredos familiares de un grupo económico despiertan el apetito de los aspirantes a patrones nac&pop. Despejando las declamaciones políticamente correctas a favor de la revolución proletaria o de la defensa de la República -según el lado de la grieta-, la ruta del dinero permite ver, a quienes se animen a verla, la verdadera pulseada que sacude a la Argentina.
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