La Organización Mundial de la Salud alertó sobre el riesgo de que la “fatiga de la pandemia” abra las puertas a un rebrote del Covid-19 en varios rincones del planeta. “La desconfianza de las autoridades, las teorías de la conspiración y alimentar movimientos contrarios al distanciamiento social y físico", son los síntomas del relajamiento que preocupa a la OMS. En la Argentina, se nota el cansancio por la cuarentena y los protocolos de seguridad antiviral, y ese hastío por la rutina sanitaria pone los pelos de punta al Gobierno. Sin embargo, hay otra fatiga que no sólo no incomoda al oficialismo, sino que es alimentada y justificada diariamente desde lo más alto del tablero de control estatal. Se trata del aburrimiento cívico respecto de la lucha contra la corrupción.
En un par de días, se instalaron varias ideas respecto de la transparencia institucional que, en paralelo a la crisis sanitaria, van alfombrando el camino oficial hacia la tan ansiada reforma judicial. El Presidente retó a dos periodistas de TN porque cuestionaron la intervención del secretario de Derechos Humanos por un pedido de excarcelación de Ricardo Jaime. Luego el kirchnerismo salió en defensa del derecho de Amado Boudou a estar fuera de prisión, a trabajar y a asesorar (por ahora informalmente) a compañeros funcionarios. Ahora la Oficina Anticorrupción empieza a desistir como querellante en causas contra los Kirchner: macrismo y kirchnerismo coinciden en nombrar fanáticos fervientes del Poder Ejecutivo de turno. En el Consejo de la Magistratura, los expedientes se dan vuelta, reflejando cada vez mejor los nuevos vientos que corren en Olivos. Mientras tanto, Julio De Vido, observa desde su casa la reivindicación de los “presos políticos” del peronismo siglo XXI. Y todavía no asistimos al pico de contagios K en los tribunales de Comodoro Py.
Los abogados y juristas del oficialismo sostienen que todo se ajusta a Derecho, y que por fin se empieza a hacer Justicia luego de cuatro años de Lawfare macrista. Puede ser: el kirchnerismo es una poderosa ficción basada en hechos reales. Entre esos hechos está el truco pendular de toda la clase política, que cuando le conviene dice “confiar en la Justicia”, y cuando no, pide el VAR de la Corte Suprema o de alguna instancia supranacional o de cualquier pseudo tribunal de notables amigos que hagan lobby para volver a fojas cero sus prontuarios.
Cuando la discusión legal sobre la responsabilidad de un sospechoso de corrupción se torna bizantina, se abren dos caminos. A) La sociedad ejerce democráticamente su poder de veto para que, más allá de las sentencias, alguien se haga responsable políticamente de un episodio de administración sucia del Estado. B) La sociedad asume cínicamente que, en la democracia realmente existente en la que vive, impera la Ley del más fuerte, maquillada de Justicia imparcial. Cuando un país se aburre de los escándalos de corrupción y se rinde al modo B sin chistar, es cada vez más utópico intentar reconstruir los códigos de convivencia éticos. Y entonces ya no hay reforma judicial que alcance.
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