Recientemente accedí a una entrevista realizada a una profesional, activista por los derechos de las personas con discapacidad, que al ser consultada respecto de cómo prefería ser nombrada –discapacitada o con discapacidad- respondía con el contrapunto: pensar a la sociedad como discapacitante. ¿Por qué? Porque sería la sociedad la que tiene la discapacidad para socializar a y con personas diferentes, por el miedo al “no saber qué hacer con eso”. Y ya sabemos que todo lo diverso genera miedo, y por lo tanto, resistencia y rechazo.
En un proceso evolutivo de la cultura, en la actualidad, es frecuente incluir dentro de las conversaciones, la importancia de respetar la diversidad en todos sus sentidos. A nivel educativo, las leyes han acompañado este cambio social y así progresivamente, se han sumado a las aulas de las escuelas, niños y niñas con diferentes condiciones y discapacidades. Pero el marco legal no alcanza. Las políticas adoptadas a partir de las leyes no acompañan, y así su implementación no llega a los espacios de la vida diaria.
Es necesario un análisis un poco más profundo para comprender desde dónde se plantean muchas veces estas “incorporaciones”. Se suele hablar de incluir al diferente, dejando esto en evidencia la falacia de que alguien no lo sea. La norma tranquiliza, nos protege del no saber hacer. Pero claro está que la norma como tal no existe, sino como consecuencia de las dinámicas de poder que alberga la época.
Volviendo a lo educativo, y más específicamente al ámbito universitario, en la ley de Educación Superior n° 26.206 se define “establecer las medidas necesarias para equiparar las oportunidades y posibilidades de las personas con discapacidades permanentes o temporarias”. Pero, ¿logran todas las Universidades dar este acceso a la educación? No hablo solo de la accesibilidad en términos edilicios, que claramente es lo primero que se atiende, hablo más bien del proceso sociabilizador por parte los actores del cotidiano universitario. ¿Por qué es tan difícil para algunos docentes, por ejemplo, realizar las denominadas adecuaciones de acceso o metodológicas? Se considera que sería como “un trabajo más” o que “no se logra así evaluar de forma equitativa con los compañeros”.
No debiera ser una batalla de los estudiantes con discapacidad o condición (personas con dislexia entrarían en esta categoría) el lograr que se les evalúe de forma oral, si así lo requiere, para tomar un ejemplo habitual. No se trata de adecuaciones en términos de acotamiento de contenidos mínimos a ser acreditados, sino de equiparar oportunidades.
Hoy en día, cuando la universidad pública, laica y gratuita está siendo reivindicada para todos como tal, es imperioso comenzar a incluir en la charla educativa universitaria a las personas con discapacidad y otras condiciones diferentes. Porque la experiencia indica que los grupos minoritarios no terminan siendo albergados, quedando entonces impelidos a optar, si quieren ser profesionales, por universidades privadas. Hablemos de esto, incluyamos en el debate lo que nos genera incertidumbre, para que ser profesional, no sea un privilegio.
Datos:
Lic. Luciana Comerci Pinella
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por CEDOC
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