En las últimas semanas y especialmente a partir de la proclamación por la Asamblea Nacional como presidente de Venezuela del diputado Juan Guadió, se han sucedido innumerables actuaciones desde los organismos internacionales y regionales con sendas declaraciones al respecto, al igual que iniciativas de algunos países o mecanismos de integración respecto a la situación planteada, en suma, expresiones de todo tipo a nivel mundial y regional.
Uruguay ha tenido una llamativa posición “neutral”, que culmina –participación mediante de la Unión Europea– con un llamado a elecciones presidenciales y se confirma en la reciente declaración conjunta con el presidente Macri.
La larga introducción anterior pretende ubicar el alcance de esta nota en otro ámbito de análisis, que se reduce –independientemente de cuál sea el resultado de este largo periplo y calvario venezolano que los más optimistas ubican en los últimos cuatro años– en tratar de observar cuáles son las lecciones que nos dejan a una América Latina convulsionada desde el punto de vista institucional, léase democracias inestables, lo que ha sucedido y está sucediendo en Venezuela.
Los abogados diríamos que hay “hechos notorios”, esto es, aquellos hechos que no necesitan ser probados, sino que resultan de la realidad, y en esa lógica de pensamiento, la situación política, económica y social de Venezuela es una clara manifestación de que se trata de un régimen de gobierno de carácter dictatorial y violatorio de los más elementales derechos humanos.
La disolución de la Asamblea Nacional, la realización de elecciones presidenciales sin las más mínimas garantías electorales; la censura a los medios de comunicación; la existencia de presos políticos, otros en un exilio obligado; la represión salvaje en las calles de estudiantes, obreros y particulares, con un importante número de muertos y heridos; un caos económico fenomenal; problemas de suministro de alimentos y medicinas a la población más vulnerable, son claramente hechos notorios que surgen a simple vista sin necesidad de acudir a la prueba más evidente, esto es, la impresionante inmigración de venezolanos que escapan de la “situación de Venezuela”, cuyo “presidente Maduro”, en otro acto de soberbia, no acepta la ayuda humanitaria.
La primera lección que resulta de lo expuesto es la notoria insuficiencia de los mecanismos previstos desde los organismos internacionales y regionales para prevenir, evitar e incidir diplomáticamente en situaciones de extrema gravedad como la descripta anteriormente.
Se trata de prevenir mediante el diálogo, la asistencia y la cooperación el surgimiento y la profundización de situaciones extremas, y que avanzan en otros países como Nicaragua y Guatemala.
Es necesaria una revisión del funcionamiento de estos organismos internacionales y regionales, a fin de evitar que se reduzcan a voceros de intereses ajenos a sus objetivos, porque de otra forma al perder credibilidad en su accionar, las sociedades dirigen sus miradas a otras alternativas para solucionar los problemas existentes.
La segunda lección que debemos aprender es la importancia que tiene la vigencia de los regímenes democráticos, aun con las imperfecciones que se les pueda atribuir, porque representan la voluntad de los integrantes de una sociedad civil manifestada a través de las organizaciones políticas y sociales.
No parece razonable que el sistema político se rija por los intereses económicos de los tradicionales grupos de poder, por el contrario, se deben considerar a los mismos formando parte del espectro social del colectivo, y por lo tanto instrumentos para lograr el bienestar social y el progreso de la comunidad en su conjunto.
No son los regímenes autoritarios o dictatoriales los que pueden enfrentar los nuevos desafíos de la humanidad, pues la biotecnología, la inteligencia artificial, en el marco de la globalización, son una clara demostración de que la participación plena de la sociedad es la única alternativa para el progreso, y no existen más mesías a nivel mundial, y aquellos que pretenden serlo, lo único que han hecho es traer desgracias y miserias a sus pueblos.
En síntesis, los países democráticos tienen un serio compromiso a nivel internacional, en favor de la paz, del respeto a los derechos humanos más elementales, y a los valores propios de la democracia, por lo que es hora de hacer honor a ese compromiso.
*ABOGADO. Director de la Maestría en Integración y Comercio Internacional de la Universidad de Montevideo. Profesor titular de la Cátedra de Derecho de la Integración de la Universidad de Montevideo.
por Jorge Fernández Reyes*
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