Que la pandemia trajo cambios, no es una novedad. En pocos meses vimos como todas las compras y pagos se digitalizaban. Sea cual fuera la edad del cliente, algo se aprendió: a identificar un QR, a gestionar un permiso, hasta en experto de marketplaces.
Esta fuerte digitalización generó oportunidades, pero también desafíos. En este contexto también quedó bajo la lupa la enorme brecha existente en educación financiera y protección de datos personales. Y sin duda, la tercera edad fue uno de los segmentos que más sintió el impacto transformacional. En semanas el banco era una pantalla, y algunos se aprovecharon, lamentablemente.
Según datos de la Unidad Fiscal Especializada en Ciberdelincuencia (UFECI) el fraude y las estafas en cuentas bancarias, como el robo de claves de acceso a homebanking, o de datos de tarjetas de crédito, fue uno de los delitos que más creció el año pasado: pasó de 22 casos denunciados en 2019 a 641 en 2020, incrementándose en casi 3.000%.
Y sin contar que este organismo también relevó que los ataques cibernéticos a usuarios en el hogar fueron 20,5 millones de casos en solo 9 meses. El “cuento del tío” se volvió digital. Pero cómo se podría haber prevenido.
Ante el desconocimiento, muchos integrantes de la tercera edad compartieron los datos de sus tarjetas a desconocidos, confiando en quién les tiende ayuda. Para no molestar a sus familias, y como en muchos casos el acceso a la tecnología era sumamente limitado, muchos cayeron en la trampa de comprar en sitios fraudulentos, sin fijarse si existía una conexión segura o si era pública.
Últimamente los mismos bancos comenzaron campañas de información para ellos, pero muchas veces están viciadas de tecnicismos que desconocen. Así, seguimos con el problema frente a nuestras caras y sin una solución concreta que los ayude.
En muchos casos son personas de una época en la que la palabra era un contrato, que nunca se imaginaban que alguien pudiera venderles algo que no fuera exactamente lo que recibirían. Y, menos que menos, que les puede llegar un mensaje con el nombre de un conocido y que no sea él quién los está contactando. “Pero si esto me lo mando Fulanito”, escuchamos habitualmente tras un desfalco.
Si tratamos de explicarles lo que puede ser un phishing, perdimos su atención apenas abrimos el navegador y apareció el https. Y, así, las estafas continúan sucediéndose, ante la multiplicidad de identidades que los criminales logran adquirir.
Pero también, los jóvenes que recién inician su camino financiero pueden caer en estas trampas. Nadie está exento. Como en todos los casos, la información es poder. Y en este caso, resulta ser el factor decisivo para poder desarrollarse en sociedad.
* Por Pablo Lima, Sales Director South Cone, VU Security.
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