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SOCIEDAD | 14-06-2020 01:54

El Chineo: la aberrante “iniciación sexual” que padecen las niñas indígenas

Varones blancos las violan y las devuelven a sus comunidades, sin sanción social. Una práctica que existe desde hace siglos y continúa como parte de un odio de clase.

Como en la Edad Media  y a plena luz del día, varones criollos, adinerados, comerciantes o terratenientes, con poder económico o político, someten a niñas menores de edad de las comunidades indígenas del norte del país a un ritual de iniciación sexual que parece increíble que aún exista: se las llevan de los pelos, las alcoholizan, abusan sexualmente de ellas (muchas veces en manada), y luego las devuelven a sus comunidades como si nada hubiese sucedido. Una forma de racismo contra los pueblos originarios que se mantiene en el tiempo y que aún no ha desaparecido.

“Es una práctica aberrante, ilegal, y sostenida en el tiempo. Lo denominamos ‘chineo’”, explica Noelia Chumbita de la comunidad Diaguita de La Rioja.

El Movimiento de Mujeres Indígenas por el buen vivir denuncia hace años la práctica de abusos sexuales en comunidades Wichí, Qom, Pilagá, Moqoi, entre otras. "El Chineo existe desde hace siglos en nuestras comunidades. Nuestras niñas sufren violaciones por parte de criollos con cierto poder económico y social. Esto es posible por la impunidad que se disfraza de 'costumbre cultural', pero esto no es cultura, es un crimen racista y queremos que se termine esta práctica atroz", expresa el movimiento en la última campaña de difusión contra esta práctica. Además, exigen que los abusos sean juzgados como crímenes de odio.

Según explica Noelia, el chineo se sostiene en base a un doble juego de silenciamiento. “Por un lado, los violadores amenazan a las niñas abusadas y, por el otro, en ciertos casos, se aprovechan de la necesidad y del hambre de nuestras comunidades. Acuerdan intercambios de comida o apenas migajas para callar el abuso o embarazo. Frente al abandono y desprotección del Estado, esos acuerdos terminan sucediendo”, explica.

Sobre el consentimiento de la práctica, la referente y líder mapuche Moira Millán amplía: “Su supuesta compensación es traerle una vaca a la familia, o un pedido de comida. La gente piensa que la esclavitud es la producción de la tierra sin remuneración, pero la esclavitud acá también es el sometimiento y la opresión de los derechos”, denuncia. Además, Moira encuentra en la cultura propia del varón indígena una explicación para el silencio frente a los abusos: “A veces creo que el silencio y la complicidad de los varones indígenas tiene que ver con que no están dispuestos a renunciar al único privilegio que les quedó tras la conquista, que es el de ser varones. Existe esa complicidad entre hombres de subestimar y no validar el cuerpo y la vida de las mujeres”.

Uno de los casos más difundidos fue el de Juana en 2015. Los vecinos la encontraron desmayada en la cancha del pueblo de Alto de la Sierra, departamento salteño de Rivadavia. La nena de 12 años perteneciente a la comunidad Wichi fue violada por un grupo de al menos ocho criollos y quedó embarazada. A pesar de ser una niña con discapacidad y de haber sido abusada, no fue hasta el sexto mes de embarazo cuando Juana terminó en una cesárea de urgencia, por un diagnostico de malformación en el feto. Por la desprotección y la falta de asesoramiento, el caso de Juana terminó representando una de las llamadas más fuertes del año para la causa “Ni una Menos”. Si bien los acusados fueron condenados a 17 años de prisión efectiva por el delito de abuso sexual con acceso carnal en perjuicio de una menor, poco y nada se habló de la práctica del chineo como tal.

A pesar de los avances en políticas de género, el chineo a mujeres indígenas no aparece en las noticias, y las comunidades continúan reclamando visibilización y respuestas por parte del Estado.

 

*Alumna del Posgrado en Periodismo de Investigación Perfil-USAL.

por Ayelén Berdiñas*

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