Pasaron los Oscar. Es como si no hubieran pasado: después de todo, no hay cine. No nos referimos a que no estén funcionando las salas o no haya películas. Las salas funcionan poco, en algunos lugares, más o menos. Películas, hay. Muchas. La mayoría de ellas, disponibles en plataformas de SVOD. La razón de que haya pocas salas y muchas películas en SVOD es, lo sabemos todos, la pandemia, el maldito Covid que nos altera minuto a minuto la existencia. Volvamos: no hay cine, o casi no hay. Con los dedos de una mano, Hollywood puede contar cuántos productos audiovisuales con el lenguaje cinematográfico y el ejercicio del arte de la metáfora que va más allá del contexto social, político, económico e ideológico se han difundido en 2020. Los Oscar 2021, esa reunión de millonarios que levantan el dedito contra los males del mundo enfundados en Valentino y con limusinas (el chofer, por favor, con mascarilla), fueron la muestra palpable de que hay una guerra contra todo lo que implique sacarnos del mundo cotidiano. Y la están ganando los hacedores de rutina.
La cobertura previa a los premios habló de varias cosas. La “mayor diversidad” entre los nominados, la presencia de toda etnia posible entre los presentadores, la injusticia de que “La madre del blues” no tuvieran nominaciones a Mejor película. O que la actriz Regina King no fuese nominada por “Una noche en Miami”, una película espantosa que narra una conversación ficticia entre Malcolm X, Jim Brown, Sam Cooke y Muhammad Ali que se encierran a hablar de la lucha por los derechos civiles en un cuarto de hotel. Como se verá, nadie discutió que “Nomadland” (previsible ganadora a Mejor película, de la previsible ganadora a Mejor dirección Chloé Zhao, protagonizada por la previsible ganadora como Mejor actriz Frances McDormand) usara testimonios reales para crear una ficción (algo discutible desde el punto de vista estético y también del ético), ni las vueltas de guión de “Tenet”, por decir algo. Es decir, no se trataba de problemas cinematográficos.
De hecho, la entrega fue amabilísima, todos los ganadores hablaron hasta un minuto (eternidad en TV), se hizo docencia -ante cada nominación se contaba quiénes y qué habían hecho los candidatos- y se habló mucho, muchísimo. Aunque, como siempre, nadie dijo nada a destacar salvo una persona. La consigna parece haber sido “somos buenos, seamos buenos, mostremos que somos las mejores y más queribles personas del mundo, pidamos bondad; toda diversión es mala”. Eso último puede parecer irónico pero no lo es. Desde hace algunos años, Hollywood ha reaccionado contra aquello que le da de comer (la película adrenalínica gigante) como diciendo que bueno, hacemos esto para sobrevivir, pero somos en realidad voceros de la bondad y la moral correcta. Donald Trump le ofreció a la perfumada comunidad artística de Hollywood un buen blanco para justificar la “reacción” contra un “malo” al que se acusaba de todo lo horrible del mundo. Quizá tuviera razón, quizá no, pero al menos para una parte del público el Oscar se justificaba como tribuna. “Oh, mira, Mary, los artistas son buenos y están contra el malo. Corramos al cine a educarnos”.
El problema básico es que los Oscar son algo inútil que nació como golpe publicitario en épocas de crisis, que es una celebración de Hollywood donde en realidad la gente se ríe un poco de sí misma y de lo que hace; una isla de frivolidad, glamour y alegría donde los tragediantes muestran cómo se divierten haciendo llorar y los comediantes se dedican, como siempre, a hacer reír. Y que todo eso no es más que otra forma de pensar el mundo desde una perspectiva lúdica. Con el tiempo se convirtió en un negocio, y en las últimas dos décadas, en una tribuna donde el cine no importa más que como vehículo aleccionador. Estas personitas creen que ver una película para pasarla bien es perder el tiempo, cuando en realidad uno vive la vida cotidiana para tener tiempo libre y pasarlo en otro mundo por un rato, un atisbo de lo posible o de lo imposible.
Hoy todo está en crisis. La pandemia, claro. Pero no: está en crisis porque el modelo de grandes tanques y pequeñas películas adventicias se quiebra con un solo film que fracase, y porque las plataformas han suplido aquella necesidad de juego y fantasía que los seres humanos siempre tenemos mientras Hollywood se dedica a levantar el dedito. Por eso la única persona que dijo algo relevante fue Frances McDormand, pidiendo que veamos “Nomadland” en salas. Porque, seamos claros, no hay más cine ni hay, casi, más cines. Lo único que le quedó al Oscar en este caso para justificarse fue la vocación de púlpito. Por algo millones se pasan a las series: en “Game of Thrones” aún hay dragones.
Comentarios