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SOCIEDAD | 19-02-2021 14:02

Incendio en El Bolsón: fuego trágico

Tres historias conmovedoras de personas que luchan por apagarlo: un brigadista, un fotógrafo y una vecina voluntaria.

Las primeras dos noches nadie durmió. El alerta que indicó que se estaba prendiendo fuego Cuesta del Ternero, cerca de El Bolsón, fue un cimbronazo en el día a día de los combatientes de incendios forestales de esa localidad. Nunca habían tenido un evento como este en su jurisdicción: el más grande que recuerdan había sido en 2009 y se quemaron 2000 hectáreas. Ahora, ya fueron afectadas alrededor de 9000.

Después de más de 15 días, el fuego sigue pero la dificultad para conciliar el sueño y descansar no cesó. “Es estar todo el día. Salís a las seis de la mañana. Si tenés suerte, un medio aéreo te lleva hasta arriba; si no tenes que subir caminando una hora y media con calor y fuego”, cuenta a NOTICIAS Nicolás D’ Agostino, segundo jefe del Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales (SPLIF) de El Bolsón, que trabaja hace 14 años en el organismo. Su jornada empieza de madrugada y termina a la medianoche: después de bajar de la montaña, hay una reunión operativa y él se queda redactando el reporte diario.

Nicolas D' Agostino

Los pobladores que se organizaron para colaborar en el combate del incendio lo viven de una manera similar. Algunos, como el fotógrafo Mateo Silva Rey, pasan noches en la montaña. Además de su labor para dejar registro de lo que está pasando a través de la fotografía, se unió como voluntario para luchar contra el fuego.  

Otros, como Natalia Dobranski, una vecina del lugar, pasan todo el día en la montaña y vuelven a su casa por la noche. Madre de dos hijos de 3 y 9 años, y con su pareja también combatiendo el incendio, se tiene que organizar para poder cuidarlos y mantener el trabajo en su chacra a la vez que participa como voluntaria. “A la mayoría nos afectó el sueño, más allá de si volvemos a nuestras casas, porque no podemos estar tranquilos. De hecho, casi todos soñamos cosas con fuego”, señala. 

Camaradería

“Agua, agua por favor”: Dobranski dice que no va a poder sacarse de la cabeza ese grito desesperado, que la motivó a involucrarse al 100 por ciento en el combate del incendio. Unos chicos estaban colgados de árboles prendidos fuego en un faldeo de la montaña al costado de la ruta, e intentaban hacer pasamanos de botellas para apagar las llamas. 

Desde entonces, empezó a ir todos los días a los focos -a pesar de que nunca había apagado fuego- y se organizó con otros vecinos. En cuatro días pasaron de no tener nada planificado a armar grupos de comisiones de logística, de manejo de las herramientas de stock, del cuidado de la salud de los que van al fuego y de abastecimiento de comida. Incluso, tienen grupos que funcionan como guardería para quienes están mucho tiempo ausentes de sus casas y tienen hijos chicos. 

Como esa, todas las acciones están coordinadas. Las noches que duerme en la montaña, Mateo Silva Rey le deja un chip con fotos al grupo de vecinos voluntarios al que se unió para que tengan material y puedan difundir la situación. 

“Estamos poniéndonos en riesgo y también estamos poniendo nuestros equipos, nuestro material, nuestro cuerpo: es un desgaste altísimo. Pero todo eso queda en segundo plano frente a la necesidad que estamos atendiendo”, señala a NOTICIAS a través de una de sus compañeras: él perdió su celular en el fuego. 

Mateo Silva Rey

La seguridad fue una de las cosas que generó dudas respecto de la participación de los pobladores. Las autoridades le pidieron a los vecinos que no subieran a la montaña para evitar riesgos, pero ellos veían un escenario desbordado que necesitaba de más personas para no empeorar.

Fuentes cercanas al municipio de El Bolsón entienden que se hayan acercado solidariamente frente a la desesperación de ver el fuego cerca del pueblo y explican que, si bien en un principio necesitaban más personal, eso fue rápidamente regularizado una vez que el intendente Bruno Pogliano solicitó más brigadistas a Nación.

Ahora el trabajo se fue puliendo y hay alrededor de 150 combatientes de incendios forestales de distintas provincias y tienen a disposición cuatro helicópteros, tres aviones hidrantes, seis autobombas y otros vehículos como camiones y camionetas. 

Además, coordinaron hacer una capacitación con los combatientes de incendios forestales del SPLIF. “Hablamos con referentes de los grupos de voluntarios que se armaron. Les damos premisas sobre la seguridad y el trabajo a hacer. Normalmente lo que les pedimos es que nos dejen que nosotros vayamos al frente y que ellos vayan atrás ensanchando la línea, ayudándonos a tirar agua. La gente quiere colaborar, sin duda. Lo bueno es que podamos canalizarlo en un mismo sentido: funcionó, reconozco que está bueno”, explica D’ Agostino. 

Desgaste y revancha

Las horas de exposición al fuego y la frustración de ver que avanza solo se borra cuando consiguen un logro, por más pequeño que sea. Después de tres días de combatir llamas que no daban tregua, se pudo controlar el fuego en una zona y eso fue el motor para seguir subiendo a la montaña. Para D’ Agostino es una instancia de revanchismo. La familia da el mismo empujón. 

Antonio Jara y Sebastián Ramírez, brigadistas del Parque Nacional Nahuel Huapi, llegaron de Bariloche para brindar apoyo. Los primeros días, además de combatir el incendio, viajaban 200 km por día. Cuando se complicaron las cosas, se alojaron en El Bolsón y ahora ya llevan alrededor de diez días sin ver a su familia: se comunican solo por teléfono cuando no están en su horario laboral, que es entre las 4:30 y las 20.

“Para estar en este trabajo hay que estar un poco chapita, porque estás arriesgando tu vida permanente. Tengo dos hijos y cuando arranqué eran muy chicos, te perdés un montón de cosas. En verano no tenemos vacaciones, no tenemos playa, no tenemos nada. Pero es lo que te aguanta la familia y saben que es la pasión de uno”, señala Jara.

Ramírez entiende de lo que habla. Tiene una hija de 4 años y confiesa que no verla hace que se complique lo emocional. “La peque siempre está apoyando. Ya la estoy extrañando, se pone re contenta cuando le mando los videos trabajando o cuando volamos en el helicóptero”. Ahora, cuando vuelvan a su ciudad, tendrán sólo dos días franco antes de retomar su rutina. 

Natalia Dobranski

La primera vez que Dobranski fue a ayudar no pensó que iba a exponerse al fuego. Como también iba su pareja y tienen dos hijos chicos, prometieron no ponerse en riesgo. Pero la situación cambió los planes y Nazareno, su hijo de 9, supo entenderlo. 

“Hubo un día que fue bastante crítico, que se tuvo que casi evacuar a todo el barrio Nahuelpan, y no sabía si ir por los nenes; me dio la sensación de no querer arriesgarme más. Le pregunté a mi hijo que hacer y casi en chiste me dijo: ‘Mami, anda a salvar a la pachamama'”, recuerda. 

En alerta

La dificultad para dormir se explica, en gran parte, por la sensación de estar siempre en vigilia. El lunes 8 Silva Rey tenía pensado bajar al pueblo a las 22, pero hubo complicaciones en la montaña y decidió quedarse ahí. Dobranski, por su parte, tiene al lado de la puerta una riñonera con un machete, guantes de cuero y una mochila con un botiquín improvisado, por si sucede una emergencia y tiene que salir.

D’Agostino señala: “Vamos cambiando de estado de ánimo. Va dependiendo, es mucho esfuerzo. Nos bajoneamos por situaciones, pero el otro día te motivas, volves a pesar de que estás roto y seguís. Te agarra una impotencia muy grande, porque querés que esto termine, querés hacer algo para que pase y es demasiado grande”.

Aún no hay expectativas de cuándo se terminará por completo el incendio. La complejidad por las condiciones climáticas -con niveles de temperaturas que no tenían hace décadas- y el comportamiento de las llamas hacen que el panorama tenga que revisarse día a día. Hasta ahora, lograron que tres sectores estén en guardia de ceniza (que implica recorrer toda la montaña encontrando focos calientes) pero en los otros tres todavía se debe trabajar para que puedan ser controlados.

Las jornadas de más de diez horas de trabajo, los cambios de ánimo constantes, el agotamiento corporal y la tensión emocional no parecen derrotar a quienes ponen el cuerpo para apagar los incendios. Sin previsiones de cuando va a llegar a su fin, ya están pensando en cómo recuperar el bosque. Entre los grupos que se conformaron, están planificando una brigada de reforestación con gente especializada para replantar el área quemada ni bien se pueda. “Y eso es algo que vamos a hacer entre todos, como se hizo todo hasta ahora”, concluye Dobranski.

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Delfina Tremouilleres

Delfina Tremouilleres

Periodista de Información General.

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