Frente a una audiencia de más de 15 millones de personas y en plena gala de los Oscar, Chris Rock hizo un chiste sobre la calvicie de Jada Pinkett Smith, quien estaba sentada entre la audiencia y puso la mirada en blanco cuando escuchó el comentario. Su esposo, el actor Will Smith, se levantó de su silla, subió al escenario y le dio una cachetada al comediante. El episodio dio la vuelta al mundo y se abrieron debates acerca de la corrección política, los límites del humor o las sanciones que se podrían aplicar. Sin embargo, hubo una discusión que caló con más fuerza que otras en la Argentina: la de la violencia estética y los estereotipos de belleza.
Que los protagonistas sean estrellas de Hollywood, que la burla haya sido en público y en una transmisión en directo desde el Dolby Theater de Los Ángeles y que el escándalo haya incluido primero un golpe y después el llanto de Will Smith fue más que suficiente para que la noticia escalara a nivel global. Pero, en nuestro país, el hecho de que el supuesto chiste haya sido un insulto por el aspecto físico de una mujer tocó una fibra sensible.
No es casual. Basta con rastrear los últimos datos para comprobar que la violencia estética es, a nivel local, un problema que está lejos de resolverse. Por ejemplo, según una investigación realizada por Mervat Nasser, una organización londinense especializada en salud, la Argentina es el segundo país con más cantidad de trastornos de la conducta alimentaria (ranking liderado por Japón). Además, de acuerdo a una investigación que se tituló “Cuerpo vivo”, el 89% de las mujeres argentinas tiene una parte de su cuerpo que la hace sentir incómoda.
Según Esther Pineda, doctora en Ciencias Sociales y autora del libro “Bellas para morir”, la violencia estética puede definirse como “el conjunto de narrativas, representaciones y prácticas que ejercen presión y formas de discriminación sobre las mujeres para obligarlas a responder al canon de belleza”. Según la experta, esa presión tiene consecuencias físicas y psicológicas y “se fundamenta sobre la base de cuatro premisas: el sexismo, la gerontofobia, el racismo y la gordofobia porque a las mujeres siempre se les exige feminidad, delgadez, blanquitud y juventud”.
Los estudios que le ponen números a estas violencias y las definiciones teóricas acerca de sus razones se materializan en forma permanente en la vida cotidiana: en los clasificados laborales que exigen una “buena presencia”; en los comentarios en la mesa familiar sobre aspecto físico de alguno de sus integrantes; en la publicidad y en los medios de comunicación, donde no hay lugar para una belleza que escape de los cánones hegemónicos; en la imposición a la depilación; en las dificultades de encontrar talles de ropa que tienen las personas con sobrepeso.
El golpe que le dio Smith a Rock obligó a hablar del tema en la prensa, donde estas agresiones se escuchan con frecuencia y no solo contra las mujeres. Morena Rial, por ejemplo, contó el sufrimiento que le generó la violencia que recibió prácticamente a lo largo de toda la vida en redes con insultos que siempre ponían el foco en su peso. Anamá Ferreira pensó en iniciar acciones legales cuando, al aire, Adriana Aguirre le dijo: "Dejame hablar, mono", un comentario claramente racista. Más cerca en el tiempo, hace apenas unas semanas, Julián Casablancas, el cantante de The Strokes que se presentó en el Lollapalooza, se indignó cuando sus fans le gritaban "gordo mantecolero" (un apodo que surgió en redes hace unos años) e hizo un descargo hablando del "body shaming", una expresión inglesa que alude a la discriminación por el aspecto físico.
Escándalo. El episodio de los Oscar sucedió el 27 de marzo cuando Rock debía presentar el premio al Mejor Documental. “Jada, te amo. ‘GI Jane 2’, no puedo esperar a verte”, fue el chiste para referirse a la calvicie de Pinkett. “G.I. Jane 2” es una película de 1997 para la cual su protagonista, Demi Moore, se rapó la cabeza.
Apenas escuchó la burla, su esposo se fue al escenario y le dio una cachetada al comediante, que se quedó estupefacto y apenas atinó a decir: “¡Guau! Guau. Will Smith me acaba de dar una paliza”. Pero su colega siguió gritando: “Mantén el nombre de mi esposa fuera de tu jodida boca”.
Cuando unos minutos después Smith recibió su premio en la categoría Mejor Actor por su rol en “King Richard”, se disculpó ante la Academia -no ante su colega- y aseguró: “En este negocio a veces tienes que soportar que la gente te insulte y te falte el respeto y tú has de sonreír y decir que todo está bien”.
Desde el 2018 Pinkett comenzó a hablar en público sobre la alopecia -pérdida de cabello-, una afección que suele afectar con más frecuencia a los hombres, pero que tiene una incidencia del 30% entre las mujeres. Por eso, los críticos de Rock subrayaron una y otra vez que es imposible que el comediante no estuviera al tanto que, para ella, la calvicie es un tema delicado.
Entre los pocos apoyos que consiguió Rock hubo quienes plantearon que el humor no tiene límites o que es frecuente burlarse de los hombres pelados. Brenda Mato, activista por la diversidad corporal y modelo plus size, pone un freno a estas observaciones: “Cuando un hombre es percibido como ‘feo’, no pierde su status de varón porque pesa más su masculinidad y su dote de hombre que su belleza o no belleza. En cambio, para la mujer no es así porque el atributo máximo que tenemos las mujeres para ser valoradas en sociedad es ser ‘bellas’. En el caso de la calvicie, puede ser que pueda afectar el autoestima de muchísimos hombres y deberíamos reflexionar al respecto. Pero la sociedad no tiene la misma reacción ante él que ante una mujer calva. El cabello, en las femeneidades, es un aspecto clave de su belleza y está asociado a la sensualidad. ¿Cuántos lugares conocemos de pelucas para mujeres y cuántos para hombres?”, aseguró.
En esta línea, Pineda agregó que si bien es cierto que cualquier persona puede ser víctima de este tipo de violencia, tal y como planteó Casablanca, a nivel social el juzgamiento y la evaluación suele ser más fuerte hacia las mujeres: “En los hombres la belleza históricamente ha sido mal vista. Si se posee de forma natural se espera que se mantenga rústica e incluso un poco descuidada, porque los hombres que se someten a procedimientos estéticos o recurren al maquillaje han sido objeto de críticas, burlas, e incluso puesta bajo sospecha su masculinidad. En cambio, en las mujeres se considera una condición inherente y definitoria de la feminidad, exigencia por la cual son socialmente sancionadas y castigadas si renuncian a ella o transgreden el mandato”.
Presión local. Una semana antes que explotara el escándalo Smith-Rock se había viralizado un tuit de Catalina Singer, una socióloga argentina que vive en España: “Me sentí muy fea durante toda mi estadía en Argentina, volví y se me pasó. Siento que los estándares estéticos allá son la dictadura”, publicó.
Su descripción se ajusta al anecdotario de famosas argentinas que, a lo largo de su carrera, fueron testigos directas de este tipo de presiones. Y, en la actualidad, sucede una paradoja: mientras que los debates feministas se instalan en la agenda y la idea de “deconstrucción” parece siempre presente, el aspiracional de belleza en los medios continúa respondiendo a los viejos estándares hegemónicos y las redes sociales, con sus filtros cada vez más desarrollados, alimentan la creación de imágenes absolutamente irreales sobre cómo debe verse una persona “linda”.
“En Argentina tenemos un estándar de belleza eurocentrista que ignora la realidad: que somos latinas, una combinación de etnias y que lejos estamos de ser rubias de un metro ochenta con sesenta kilos. Es difícil cambiar un montón de conductas que teníamos aprendidas, hacernos cargo de ellas y darnos cuenta que había un montón de gente que estaba quedando afuera. Pero cuando vemos la reacción a estas burlas y registramos que hay comentarios que antes pasaban por debajo de la mesa, significa que algo está sucediendo”, finalizó Mato.
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