Saturday 27 de April, 2024

SOCIEDAD | 02-04-2022 12:18

Vigencia de Malvinas en tiempos binarios

Como guerra de la dictadura, Malvinas recibió lecturas cruzadas por parte de historiadores e intelectuales. Víctimas, culpables y patriotas.

Ya durante la guerra, en mayo de 1982, León Rozitchner, en su polémica con los exiliados argentinos en México del Grupo de Discusión Socialista, planteó claramente los desafíos políticos e intelectuales que la guerra generaría tanto en su desarrollo como a posteriori, y en 1985 publicó “Las Malvinas: de la guerra 'sucia' a la guerra 'limpia'”, donde recogió y profundizó su intervención en ese debate.

En este libro, el filósofo cuestionaba la adhesión a la recuperación e impugnaba los motivos “justos” para la guerra, a la vez que establecía una causalidad lógica entre la represión ilegal y la guerra externa: “El que a hierro mata adentro, a hierro muere afuera: tal fue, corregida, la lección. Y con esto sólo queremos decir que la derrota de la dictadura mi litar en las Malvinas se inscribe en una lógica estricta, que en el terror impune del comienzo tenía inscripto ya su final. Creemos que ese desenlace, imprevisible en los términos precisos en los cuales se desarrolló, no es sólo fruto del azar; por el contrario, esta guerra “limpia” constituyó la prolongación de aquella otra guerra “sucia” que la requirió”

Para Rozitchner, la victoria militar habría significado una derrota espiritual: “el éxito del poder militar del ejército de ocupación argentino significaba la derrota del poder –moral y político y económico– del pueblo argentino”. En su mirada radical, los puntos de contacto entre aquellas víctimas de la dictadura que sin embargo expresaban su adhesión a la guerra anti imperialista y sus victimarios (transformados en redentores del archipiélago) se encontraban en una concepción del lugar de la violencia en la política, en “la común ilusión que los liga a las dos; de haber caído ambos, la derecha y la izquierda, en la omnipotencia de la pura fuerza”.

En esa clave, Rozitchner otorgaba a las interpretaciones que se fueran a construir sobre Malvinas un valor dilemático, puesto que los relatos acerca de la guerra tanto podrían fortalecer como debilitar a la sociedad democrática emergente del terrorismo de Estado: “Hay dos formas de reconstruir a la nación después de semejante derrumbe: está la que ellos nos ofrecen y nos proponen canjear, aquella 'guerra sucia' contra esta otra guerra 'limpia' de las Malvinas; y está esa otra que las madres de plaza de Mayo mantienen como un índice y una invitación a otra nueva fundación de la nación.

Las madres quieren decirnos que ambas guerras son sucias. Y si me quieren hablar de un “nacionalismo” que tenemos que aceptar so pena de quedar afuera, porque las clases populares, que son nacionalistas, por su mismo nacionalismo obnubilado, pasional sí pero no visceral, quieren aceptar la transacción de canjear muertos por muertos e igualarlos, tenemos entonces que elegir entre esas dos formas de nacionalidad. ¿Tenemos que optar por mantener el crimen como fundamento olvidado de la nación?”

La disyuntiva planteada por esta argumentación no era solamente ética, sino que impugnaba, al ubicar la guerra con Gran Bretaña en el contexto histórico en el que se había producido, la idea de inscribir a los muertos de Malvinas en la historia de los sacrificios patrióticos que narrativamente eran fundacionales del pasado nacional común: “Al inscribir los nuevos muertos en la guerra de las Malvinas como si se tratara de una guerra por la conquista de una porción de nuestra soberanía, elevaremos el dolor de estas nuevas madres al nivel político: los hijos verdaderos de la patria son los que han muerto, mandados una vez más por los militares, por la nación. Serán los muertos legítimos, estos que los militares pueden confesar”.

La operación simbólica en relación con Malvinas fue precisamente aquella sobre la que advertía Rozitchner: desde los sectores procesistas, nacionalistas o reaccionarios, el énfasis estaba en el carácter patriótico de la guerra, independientemente del contexto en el que se había producido. Pero si esta operación es explicable, mucho más difícil es aceptar la que se produjo por reacción. Desde sectores ideológicamente opuestos, acaso involuntariamente, esta maniobra conceptual fue fortalecida al pintar de una manera simplista la guerra como un resabio del sagrario patriótico, restringiéndola meramente a una maniobra de la dictadura, y despojándola de todas sus aristas polémicas y potencialmente liberadoras.

En ese terreno debía quedar confinada para evitar que tanto la dictadura como un nacionalismo nocivos revivieran. Los héroes, los responsables, la gloria. Una de las formas de incluir la experiencia de la guerra de Malvinas en el relato nacional fue inscribirla en el discurso patriótico construido desde finales del siglo XIX.

Fue una de las claves interpretativas para narrar la derrota, como aparece reflejado tempranamente en una circular del Ministerio de Educación, fechada el 15 de junio de 1982, día posterior a la derrota, que establecía la siguiente base conceptual y discursiva para narrar la guerra y ofrecía una serie de recomendaciones para los docentes frente a las seguras demandas de sus alumnos:

-El heroísmo es valor superior a la Victoria.

-La ocupación del 2 de abril fue un acto de recuperación, como afirmación de derechos y no de provocación o agresión.

-Afirmación de la unidad latinoamericana.

No buscamos la guerra sino la afirmación del derecho y la justicia. -No hemos buscado ayudas ajenas a nuestra identidad nacional.

-La Argentina reserva moral y cultural de occidente.

-Es más difícil la entereza ante la adversidad que la celebración ante el triunfo.

-El sacrificio y el dolor nunca son estériles. -No obstante Vilcapugio, Ayohuma, Huaqui y Cancha Rayada, la emancipación de las Provincias Unidas del Río de la Plata fue una realidad hecha de heroísmo y de coraje.

-La historia señala muchas noches aciagas precursoras de días venturosos y sus héroes no fueron únicamente los vencedores de batallas.

-La síntesis final es la unidad demostrada en la convivencia de juventudes, que superando todas las diferencias se redescubrieron en el verdadero sentir argentino.

-La recuperación de las Malvinas es sello de una profunda unión nacional. Esto es realidad demostrada y no euforia transitoria.

El documento propone la inscripción de la derrota en la historia larga de la Argentina, equiparando la rendición en las islas con desastres que luego las fuerzas patriotas (otra homologación con el ejército de la dictadura) supieron revertir. Ahora bien, ¿es posible hablar de la guerra de Malvinas en la misma clave que de las guerras del siglo XIX, con el terrorismo de Estado (no solamente la derrota) de por medio? Algunos sectores optaron por pensar que sí, y utilizaron diferentes vías para separar procesos que desde una perspectiva histórica están inextricablemente unidos.

En esa iniciativa, aunque con objetivos divergentes, confluyeron las acciones de las Fuerzas Armadas y de los distintos gobiernos civiles y militares que se alternaron desde 1982. Esta forma de leer la guerra de Malvinas la inscribe en la historia canónica oficial, en un registro semejante al de otros episodios bélicos de la historia nacional. Un buen ejemplo del tono de estos esfuerzos se refleja en publicaciones como “Malvinas. 20 años. 20 héroes”.

Se trata de un libro que reconstruye las historias de vida de veinte soldados, suboficiales y oficiales muertos en la guerra de 1982. En las palabras preliminares, el teniente general Ricardo Brinzoni, Jefe de Estado Mayor del Ejército en 2002, sostenía que: “Ellos eran, junto a tantos otros que se inmolaron en el cumplimiento de la misión impuesta y a muchos que volvieron para dar un testimonio permanente, lo mejor que tenía nuestra Fuerza.

Como argentinos, estaban convencidos de la justicia del reclamo de recuperación de las Malvinas para devolverlas a la integridad del territorio nacional. Como soldados, no se cuestionaron ni la oportunidad ni la dimensión del adversario. Sabían que no se jura defender la bandera con condicionamiento alguno: la promesa no hace diferentes entre magnitudes o poder ofensivo de los ejércitos que deberán enfrentarse. Como no se plantaron esas condiciones los hombres que siguieron al general Manuel Belgrano en las primeras campañas por nuestra Independencia.

Ni se lo cuestionaron los que formaron las huestes del Libertador General San Martín, cruzaron los Andes y combatieron a tropas que los doblaban en número y medios bélicos (...) Con absoluta convicción afirmamos que nuestros solados de tierra, aire y mar estuvieron espiritualmente en 1982 a la altura de sus antepasados, confirmando con la entrega generosa de sus vidas el sentido heroico que alimenta la historia militar argentina”.

Colocados de ese modo en el linaje histórico nacional, los participantes en la “gesta” de 1982 habían enfrentado una misión superior a sus fuerzas. En el prólogo a la obra, el periodista y analista político Rosendo Fraga explicaba, tras detallar los errores de apreciación del contexto internacional de la acción militar, que “las Fuerzas Armadas argentinas se encontraron en realidad frente a una misión de cumplimiento imposible. Más allá del esfuerzo y empeño que pusieran, como efectivamente lo hicieron”. Asimismo, explicaba que “nunca habían tenido una preparación y adiestramiento para librar una guerra en las Islas Malvinas ni contra una fuerza armada de la OTAN”, y que “nuestras hipótesis de conflicto tradicionales desde fines del siglo XIX eran Brasil y Chile”, y concluía: “Pese a todas estas circunstancias adversas, las Fuerzas Armadas argentinas dieron numerosos ejemplos de eficacia profesional.

En el caso del Ejército, no sólo los Comandos y la Artillería tuvieron actuaciones destacadas, sino que en todas las unidades se registraron actos de coraje y entrega. En el caso de la Armada, si bien la Flota no entró en combate, el Crucero General Belgrano entregó centenares de caídos y tanto la Aviación Naval como la Infantería de Marina tuvieron actos de valor y eficacia profesional, la Fuerza Aérea, a través de sus pilotos, tuvo una contribución que fue reconocida internacionalmente y que constituyó su bautismo de fuego”.

En esta lectura, estos hechos meritorios no resultaron suficientes en la posguerra, puesto que “fueron víctimas de una acción psicológica que inicialmente fue demasiado triunfalista, que transformó en derrota abrumadora lo que en realidad era una guerra imposible de ganar”. Pero no parecen ser cuestiones a preguntarse desde qué sectores del gobierno (que estaba en manos militares) o civiles se impulsó ese clima triunfalista, ni por qué se avanzó en una guerra “imposible de ganar”, sencillamente porque se trata del mismo actor que la lectura de Fraga se propone revalorizar: las Fuerzas Armadas.

El uso de la tercera persona refuerza esta idea de separación entre el poder político que regía los destinos del país y las fuerzas militares en las islas. Fraga no habla ni de gobierno militar, ni de dictadura, ni de Proceso, sino de la “conducción política del país en ese momento”. Este mecanismo exculpatorio es el que da sentido a los ejemplos del libro, presentados por Brinzoni como herederos de las mejores tradiciones nacionales.

Para Fraga “es el legado de unión, entrega, solidaridad y abnegación que tanto civiles como militares mostraron en Malvinas lo que este conjunto de testimonios humanos nos entrega (...) En Malvinas el Ejército entregó lo mejor que puede dar de sí, que es lo que dio a lo largo de casi dos siglos de historia: la sangre y el testimonio de sus hombres”. Escrito en el 2002, con posterioridad a la crisis del gobierno de la Alianza, el Prólogo terminaba afirmando que: “La conmemoración de Malvinas es un hecho del pasado que se proyecta hacia el presente. Durante la guerra no declarada de entonces, las Islas fueron un punto de unidad nacional. Entonces, como hoy, el país se sentía frustrado y dividido. Malvinas demostró que los argentinos tenían una gran reserva moral, la que estaba dispuesta a pasar de la potencia al acto cuando la Patria lo requiriese”.

Sucede que la épica patriótica presenta dos ventajas a la hora de hablar de Malvinas: la Patria es un espacio donde los conflictos internos no tiene lugar, habitado por los puros, los héroes que murieron por ella. Quienes, en el caso de Malvinas, son civiles y militares, los antagonistas de los distintos discursos históricos acerca de la transición. Pero la patria es eterna, es el referente para todos, más allá de cualquier tipo de antagonismos y en cualquier momento, es un valor ahistórico, y para algunos, incluso, una esencia.

En este caso, que la guerra de 1982 en defensa de una cusa nacional fuera conducida por una dictadura militar no es más que un “accidente” frente a lo verdaderamente importante. Esta sacralización es evidente en el caso del modo de referirse a los soldados– ciudadanos, los conscriptos.

Se trata de una forma de narrar la Nación que fue eficaz para la construcción de numerosas identidades nacionales durante el siglo XIX y XX, entre ellas la Argentina, que alimentó el imaginario de distintas fuerza políticas conservadoras y revolucionarias en pugna, y que en un lento proceso de recuperación superó las críticas demoledoras hacia las Fuerzas Armadas (que concentran buena parte de la simbología de dicho discurso) durante los ochenta, para transformarse en la voz oficial del Estado, como visiblemente sucedió en 2002.

En esta retórica, al igualar a los actores tanto en su sacrificio como en su dedicación a una causa por encima de las facciones, lo que predomina es la ausencia de la reflexión y la crítica, aplicada esta a las distintas responsabilidades y conductas: el deber cumplido se ve realzado por las malas condiciones en las que se peleó, e iguala a oficiales y subalternos (todos son muertos por la Patria); el apoyo de la sociedad fue por un sentimiento puro y, en consecuencia, resulta secundario qué causa apoyó, qué tergiversaciones recibió.

 

Federico G. Lorenz

Autor de “Las guerras por Malvinas” (Edhasa). Este artículo es un fragmento de ese libro.

por Federico G. Lorenz

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