El dios Jano ecuatoriano volvió a asomar su efigie bifronte. Como la deidad de la mitología romana, Ecuador tiene dos países que se dan la espalda y miran hacia horizontes diferentes situados en sus respectivas antípodas: el país de la sierra y el país de la costa.
Esporádicamente confrontan, generando sismos políticos y sociales que derrumban gobiernos. Pero no siempre los cataclismos que sacuden el escenario ecuatoriano tienen que ver con ese rasgo. En 1987, el presidente Febres Cordero fue secuestrado por militares que respondían al encarcelado general Frank Vargas.
Siete años más tarde, el presidente Sixto Durán Ballén inició una guerra contra Perú en la Cordillera del Cóndor, por diferencias sobre la demarcación fronteriza en el Alto Cenepa. Y en 2010, Rafael Correa fue violentamente retenido en un hospital policial por efectivos de la Policía Nacional que se rebelaron por un reclamo salarial.
Curiosamente, esos tres presidentes que estuvieron en los epicentros de aquellos tembladerales, son junto al socialdemócrata Rodrigo Borja de los pocos que pudieron concluir sus mandatos.
Ahora, el líder de la llamada “revolución ciudadana” se zambulló en la batalla que libró el movimiento indígena contra el Decreto 883 con que el gobierno intentó poner fin al subsidio de los combustibles. El resultado de una decena de días de violencia fue una victoria contundente del movimiento indígena y una dura derrota del presidente Lenin Moreno. Pero, curiosamente, también salió derrotado su archi-enemigo, Rafael Correa, porque se había jugado de lleno a que el actual mandatario callera del poder. Y eso no ocurrió.
Los arsenales verbales que ambos usaron les restó credibilidad a los dos. El actual presidente siempre culpa de todo al gobierno anterior, hablando como si él hubiera sido opositor. En realidad fue el vicepresidente de aquel gobierno y también el delfín que eligió Correa como su sucesor.
Correa, a su vez, niega haber generado, junto con el régimen venezolano, el levantamiento indígena. Pero en todas las declaraciones que hizo desde que estalló la protesta, lo que hizo fue tirar fósforos para que el estallido destruya al gobierno.
El sólo hecho de haber reconocido que cobra del Estado venezolano por “consultorías”, parece demostrar que está financiado por el régimen de Maduro. Y ese tipo de financiaciones, además de las que se hacen en negro, explican muchos silencios cómplices de gobiernos y dirigencias de la región frente a la tragedia venezolana.
Además, que Correa exija la renuncia de Lenín Moreno durante la convulsión que sacudió el país, sin haber abierto la boca durante los meses de brutal represión a las masivas protestas que dejaron montañas de muertos en Venezuela y Nicaragua, resulta de una hipocresía descomunal.
De todos modos, el accionar del ex presidente no explica la totalidad de esta nueva crisis ecuatoriana. Sucede que el dios Jano ha vuelto a asomarse.
El Ecuador de la costa, con su centro en Guayaquil, es predominantemente blanco de origen europeo. A sus espaldas, el Ecuador de la sierra, con su corazón en Quito, expone la variedad de pueblos originarios que conviven en el país. Guayaquil es la capital financiera y Quito el centro de la burocracia estatal. En la costa late un ímpetu empresarial que se amortigua en la sierra, donde late el ímpetu sindical y el comunitarismo indígena.
Que el gobierno de Lenin Moreno haya tenido que salir de Quito para refugiarse en Guayaquil, es una muestra de esa eterna confrontación. Desde finales del siglo pasado, los conflictos más violentos han tenido que ver, de un modo u otro, con los “dos países” difíciles de conciliar. Y en el ojo de la tormenta siempre aparece algún ajuste del FMI o alguna reforma surgida de la visión dinámica de la economía que impulsa el país de la costa, en choque con las organizaciones indígenas y sindicales del otro país.
Abdalá Bucaram era mesiánico, delirante y grotesco, pero entre las razones de su caída en 1996, estuvieron su plan de privatizaciones y sus ajustes tarifarios detonando protestas de los sindicatos y la poderosa Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE). La convulsión social allanó el camino a la embestida de la partidocracia tradicional, que lo destituyó por “incapacidad mental para gobernar”.
La caída de Jamil Mahuad tuvo que ver con la resistencia de la CONAIE y los sindicatos al salvataje de bancos desde las arcas públicas, que derivó en el remplazo del Sucre, la moneda nacional, por el dólar estadounidense.
El coronel Lucio Gutiérrez selló su alianza con la CONAIE durante la embestida de la organización indígena y de un grupo de oficiales que derribó a Mahuad. Los militares rechazaban la instalación de una base norteamericana en Manta. Pero también el gobierno de Gutiérrez acabó implementando ajustes acordados con el FMI. Por eso se rompió su alianza con el movimiento indígena Pachakutik y terminó cayendo a la mitad de su mandato.
La poderosa CONAIE estuvo en las protestas que lo derribaron, junto a los sindicatos y los partidos políticos que, además, denunciaban su giro autoritario.
Igual que todos los que debieron tomar medidas cuando bajaron los precios del petróleo, Rafael Correa tuvo que enfrentar a la CONAIE. Si bien recurrió a endeudamiento, no había firmado acuerdos que implicarán aplicar ajustes del FMI. Pero buscó inversiones en la minería para explotar yacimientos de cobre, oro y plata, firmando contratos con empresas chinas y canadienses. Como los yacimientos se encuentran en tierras que los indígenas consideran sagradas, hubo multitudinarias marchas para protestar.
Ahora, la CONAIE fue el eje de la rebelión contra Lenin Moreno. Y más allá de los errores del presidente, los mensajes que el propio Rafael Correa envió desde Bélgica pusieron en evidencia su excitada ansiedad de ver caer al gobierno del camarada que devino en su peor enemigo.
La derrota fue clara para Lenin Moreno. Dio el paso atrás que había jurado no dar. Dejó sin efecto las medidas que consideraba imprescindibles e innegociables.
El movimiento indígena puede cantar victoria. Pero no es el caso de Correa. Para el vehemente ex presidente, la victoria no estaba en que su sucesor cediera ante la CONAIE. La victoria de Correa era la renuncia de Moreno. Quería que el movimiento indígena lo volteara como a Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez. Pero eso no ocurrió.
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