Tuesday 29 de April, 2025

MUNDO | 15-04-2025 08:55

El relato trumpista

El argumento con que el jefe de la Casa Blanca justifica la guerra comercial que desató, deforma la realidad y exhibe un costado perverso.

El relato trumpista tiene un toque de perversión, además de deformar la realidad visible y la evidencia histórica.
Es perverso usar la palabra “liberación” para referirse al día en el que Donald Trump levantó un muro arancelario. La ola global de incertidumbre y temor que generó al patear el tablero del comercio mundial hizo pasar desapercibida la vil manera de deformar lo evidente al llamar “Día de la Liberación” al 2 de abril, porque es cuando anunció la imposición del arancelamiento global.

Esa medida es un golpe a la globalización y pone al mundo al borde de una recesión, por lo que se entiende que semejantes riesgos releguen lo que parece un dato irrelevante. Sin embargo, no es un dato irrelevante sino significativo y revelador.

El concepto que, por ejemplo, debería denominar al día de la aprobación de la decimotercera enmienda, que abolió la esclavitud en 1865, es usado para llamar al día en que Trump destruyó con un bombardeo de aranceles el sistema de libre comercio que rigió durante el siglo transcurrido desde la Segunda Guerra Mundial hasta que estampó su larga y ampulosa firma con fibra negra en el decreto presidencial.

El toque de perversión del sintagma nominal queda a la vista si se tiene en cuenta que “Día de la Liberación” es como se llamó al 8 de mayo de 1945, porque fue cuando capituló el Tercer Reich. Ese día se apagaron los hornos crematorios de los campos de concentración y se desintegró el régimen que ocupó media Europa y exterminó cruelmente a millones de personas.

Día de la Liberación evoca el cierre de Auschwitz-Birkenau, Bergen-Belsen, Treblinka, Dachau, Buchenwald y otros siniestros espacios donde imperó el mal absoluto. O sea, el fin de la industrialización del asesinato.

Usar la oración gramatical que denominó al momento en que se detuvo el genocidio cometido por Hitler es una banalización del sufrimiento que muestra ignorancia y superficialidad. Y ese no es un rasgo anecdótico sino fundamental. Un rasgo de identidad ideológica y humana.

Relato Trumpista

Quizá las marchas multitudinarias inundando las calles de Boston, Chicago, Manhattan y demás grandes ciudades norteamericanas hagan sonar alarmas en la Casa Blanca. Es probable que el coro mundial de voces repitiendo frases como “caos en los mercados” y “peligro de recesión mundial” tenga algún eco en el Despacho Oval.
Si así fuere, el gobierno ultraconservador trataría de pasar velozmente de la imposición de aranceles a los tratados bilaterales de libre comercio, para minimizar el impacto negativo que tiene en los mercados.

En rigor, a la reciprocidad arancelaria debió aplicarla al revés: primero proponer caso por caso tratados de libre comercio, y aplicarle aranceles altos solo a los países que rechacen esa propuesta. Así fue el ALCA en los noventa. La gravitación chavista hizo fracasar aquel intento de libre comercio continental que hoy probablemente abrazarían gustosos hasta los mismos líderes que entonces lo rechazaron, si la alternativa es la muralla arancelaria que levantó Trump.

Ahora bien, aunque es cierto que los países latinoamericanos arancelaban importaciones que llegaban desde la potencia que recibía sus productos con aranceles inferiores, el relato trumpista deja de lado un aspecto fundamental: los términos del intercambio entre productos terminados y materias primas inclinan la balanza en favor de la superpotencia norteamericana.

El relato trumpista deforma la realidad visible. Proclama su bombardeo arancelario contra la globalización en voz alta para que quede grabado en la historia, como si Estados Unidos hubiera sido en el último siglo un país abusado, expoliado y sometido por el resto del mundo y, particularmente, por las democracias noroccidentales que han sido sus principales aliadas y mayores socias comerciales.

El argumento de Trump incurre en el absurdo porque parece describir un país explotado por todos los demás países, en especial sus aliados en las dos guerras mundiales y en la confrontación Este-Oeste. Según Trump, europeos, canadienses, japoneses y surcoreanos, además de chinos y tantos otros, succionaron como sanguijuelas sus riquezas hasta hacerlo languidecer. Una descripción desmentida por el sentido común y por la realidad evidente.

En el período durante el cual, según el relato trumpista, Estados Unidos fue estafado y vampirizado por el enjambre de bribones que componen la comunidad internacional, en especial los “parásitos” que integran el bloque noroccidental, la realidad muestra que ocurrió lo contrario: alcanzó el rango de superpotencia mundial, además de ganar las carreras armamentista y espacial, desarrollar más que ningún otro país su economía, batir récords en innovación tecnológica y construir la sociedad más opulenta del planeta.

Relato Trumpista

Denominando como hizo al día del lanzamiento de su guerra arancelaria, deforma y banaliza el totalitarismo comunista al catalogar de ese modo a los gobiernos demócratas, y también deforma y banaliza la mayor guerra de exterminio de la historia.

Es probable que el nuevo orden económico que impulsa Trump con sus aranceles provoque caos en los mercados y recesión global, sin lograr el fortalecimiento de la economía norteamericana que promete el líder ultraconservador. Su política arancelaria tiene un antecedente: el presidente William McKinley implementó un proteccionismo similar a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
Sus resultados fueron buenos en el corto plazo, pero las contraindicaciones aparecieron en el mediano plazo y prevalecieron, aunque su impulsor no pudo verlas porque fue asesinado en 1901.

Trump también admira a McKinley porque anexionó Hawái y ocupó Guam y Puerto Rico en la guerra contra España, inspirándose en James Polk, antecesor que anexó Texas, California, Utah, Nuevo México, Arizona, Nevada, partes de Wyoming y Colorado, y compró Oregón a los ingleses.

Lo evidente es que el sintagma nominal elegido para este sismo mundial es una muestra de superficialidad que también vaticina un cambio de sistema político.

El nuevo orden económico y geopolítico requiere que Trump se eternice en el poder, a pesar de la enmienda que lo prohíbe. Ergo, depende de que la democracia norteamericana se transforme en una autocracia.

Si eso ocurre, la esperanza de la democracia liberal estará en que el futuro imponga otro “Día de la Liberación”: el que marque el fin de la era Trump.

 

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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