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MUNDO | 27-11-2019 15:27

Laberinto boliviano

La posible salida de la encrucijada que podría hundir el país en una guerra civil y partir su territorio.

Ortega y Gasset describió como “hemiplejia moral” a las visiones sesgadas de las ideologías de principios del siglo XX. El concepto, que apareció en uno de los prólogos de “La Rebelión de las Masas”, luego fue tomado por Jean-Francois Revell, quien lo usó para denunciar “el maniqueísmo de izquierda”.

Por cierto, también hay maniqueísmo derechista. Por eso las izquierdas y derechas latinoamericanas padecen “hemiplejia moral” frente a la tragedia de Bolivia. Asumiéndose como parcialidades, las dirigencias de ambas vertientes impusieron sus respectivos relatos sobre las convulsiones que sacuden al Altiplano y podría desgarrar el mapa boliviano. Cada una le relata a la parcialidad mentalmente dócil a su discurso lo que percibe su mirada sesgada de los hechos.

La región está moralmente hemipléjica. Por eso no puede ayudar a los bolivianos a evitar hundirse en una guerra civil o quedar en manos de una brutal dictadura. Jeanine Añez no tiene legitimidad para ocupar la presidencia que ostenta, avalada por el poder de la dirigencia ultraconservadora que lideran el cruceño Luis Fernando Camacho y su ladero de Potosí, Marco Pomari. 

Ese liderazgo se adueñó del escenario político, dejando desenfocada a la dirigencia moderada y democrática, que parece haber quedado reducida a la justificación de las acciones y decisiones que están tomando los ultraconservadores.

También es evidente que sólo está sostenida por una feroz represión. Pero eso no le quita a Evo Morales la responsabilidad por el estallido social que se produjo debido al estropicio electoral que causó para obtener un cuarto mandato, ni oculta la violencia extrema con que actúan sus cocaleros del Chapare.

La línea sucesoria se restablecería si los legisladores del MAS votaran en el Congreso la aceptación de la renuncia de Morales y de Alvaro García Linera. 

En rigor, al huir despavoridos, saliendo del país sin el permiso correspondiente del Congreso, ambos incurrieron en abandono del cargo. No obstante, la aceptación de la renuncia en el cuerpo legislativo aportaría gestos a la reinstitucionalización.

Si por el contrario rechazaran sus dimisiones, proponiendo que regresen y sean ellos quienes presidan el tránsito hacia una nueva elección, la crisis política persistiría y Bolivia continuaría hundiéndose en un conflicto que la desangraría y podría desgarrar su mapa con la secesión violenta de Santa Cruz, probablemente seguida por Beni y Pando.

Si esta ruptura no se produjo en el 2016, cuando Evo comenzó a gambetear los límites que le impone la Constitución y la negativa de las urnas a permitirle un cuarto mandato, fue por dos razones: hace dos años la economía aún crecía vigorosamente satisfaciendo a todos los sectores, incluida la pujante elite empresaria cruceña. La otra razón es que en el Palacio del Planalto aún no estaba Jair Bolsonaro.

En el último año y medio, por factores externos y también por la debilidad institucional que causaron las trampas del MAS para que Evo siga en la presidencia, la economía comenzó a estancarse, incrementando la ansiedad de las dirigencias derechistas de la Medialuna próspera del Oriente. A eso se suma que el actual presidente de Brasil es, igual que Luis Camacho, un racista de ultraderecha apoyado por fundamentalistas evangélicos.

Si el líder del Comité Cívico Pro Santa Cruz se atrevió a lanzar una ofensiva movilizando turbas violentas y yendo personalmente a La Paz para exigirle la renuncia al presidente, es porque siente que ahora puede lanzarse a la conquista del gobierno nacional (de momento, imponiendo a Jeanine Añez como su títere) porque si perdiera la batalla en el Altiplano tiene la chance de recluirse en su feudo y lanzar la aventura separatista, confiando que Bolsonaro reconocerá y defenderá la independencia del Estado secesionista, o incluso intentaría integrarlo al Brasil.

Para colocar a Bolivia en la senda que la lleve hacia la institucionalidad y el marco constitucional, los legisladores del MAS deberían aceptar la renuncia de Morales y García Linera, permitiendo de ese modo que la legisladora que asumió la presidencia del Senado que Adriana Salvatierra había dejado vacante, se convierta en presidenta interina del país, siendo ella la que lo conduzca hacia las elecciones que tendrían que realizarse en un lapso de tres meses.

Esa senadora es Mónica Eva Copa. Ella, más que Jeanine Añez, tiene derecho a ocupar la presidencia. Pero Añez y los dueños del poder que la exhiben como presidenta difícilmente acepten esa vía hacia la reinstitucionalización. De hecho, su poder ilegítimo actuó con la velocidad del rayo para reubicar a Bolivia en el tablero político latinoamericano, rompiendo con los regímenes aliados de Evo Morales (Cuba y Venezuela) y alineándose con el gobierno de Bolsonaro.

Por cierto, los regímenes cubano y venezolano tenían en sus respectivas embajadas mucha más gente de la que requiere una relación diplomática normal. Esa injerencia debe ser neutralizada si se quiere un proceso electoral que resulte creíble.

Para que Bolivia pueda salir de su laberinto y encontrar la senda que la conduzca al Estado de Derecho, el MAS debe aceptar las renuncias y la declinación de las candidaturas de Evo Morales y García Linera, mientras que el poder fáctico que representa Añez debe renunciar a la convocatoria a elecciones por decreto.

No sería la primera vez que se convocan comicios por decreto en Bolivia. Pero de elecciones convocadas por un gobierno ilegítimo, surgiría otro gobierno con legitimidad viciada.

A la vía electoral para salir del laberinto boliviano la legitimarían comicios convocados por el Congreso. Y esa salida sólo puede ser acordada en una negociación.

Por haberse asumido como parcialidades, las dirigencias latinoamericanas no pueden mediar en Bolivia. La propuesta de que actúe como mediador José Luís Rodríguez Zapatero no sirve, porque el ex gobernante español ha demostrado su parcialidad mediando en la crisis de Venezuela, donde su pobre actuación sólo fue útil para que el régimen de Maduro gane tiempo.

Por la misma razón, tampoco serviría el ex presidente colombiano y ex titular de Unasur Ernesto Samper. Mientras que a la OEA la invalidó como instrumento mediador en Bolivia, no la inspección que realizó sobre las fallidas elecciones estableciendo sus graves vicios de nulidad, sino su propio secretario general con un desubicado pronunciamiento. Tras la renuncia de Morales, los términos en los que se expresó Luis Almagro transgredieron los límites de la diplomacia, algo impropio y negativo para su función. En definitiva, una muestra más de las dirigencias latinoamericanas de izquierdas y derechas que actúan y describen la realidad con hemiplejia moral. 

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Claudio Fantini

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