Hace cerca de diez años, en 2010, era común señalar la falta de competitividad de los ingresos argentinos: el salario mínimo más alto de la región, motivo de orgullo para algunos, era considerado por otros el principal obstáculo a nuestras aspiraciones de pleno empleo. Pero hoy en día es imposible sostener esa lectura, ya que, en la década que siguió, su valor en dólares cayó tanto que se convirtió, por el contrario, en uno de los más bajos de esta parte del mundo —e incluso así, la población económicamente activa en el sector privado es casi igual a la de entonces. La clave para entender por qué esto no impactó sobre la propensión a emplear está en el pasivo laboral: la deuda potencial que los empleados significan para sus empleadores en términos de eventuales costos resarcitorios. Sin dudas, tiene un efecto sumamente disuasorio sobre la creación de empleo privado, ya que su acumulación tiende a llevar el valor de las empresas a cero.
Además, fomenta la conflictividad en los espacios de trabajo, enfrentando a empleados y empleadores para obtener o negar, respectivamente, el acceso a ese capital, con maniobras igualmente fraudulentas de ambas partes. La parálisis del empleo privado, luego, obliga al Estado a acudir como empleador de último recurso para evitar que la población muera de hambre. Este aumento del gasto público, en un contexto de déficit fiscal, es financiado con emisión, generando así la inercia inflacionaria en la que estamos inmersos hace años.
La solución a este problema es la “Mochila Argentina”, el seguro a cargo del empresario que garantiza al empleado su indemnización y le devuelve al inversor el valor de su empresa.
*Por Teddy Karagozian, CEO de TN&Platex.
por Teddy Karagozian*
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