El Gobierno pasó tormentas, pero ninguna como la de estas horas en que se disparó el dólar blue después de que Martín Guzmán intentara calmarlo. La barrera perforada de los 191 pesos –que significa, en la práctica, que un billete de 1000 apenas sirva para comprar 5 verdes– deja chiquititas otras experiencias como la de la sublevación policial, la pelea con la Corte Suprema, las intrigas entre Alberto Fernández y su vicepresidenta Cristina Kirchner, los banderazos a repetición de la clase media o la batahola que originó el proyecto de reforma judicial.
Todas esas batallas juntas no lograron lo que el blue en estas horas: que la plana mayor del Gobierno armara reuniones urgentes, fuera y viniera con ideas más o menos improvisadas o hablara en voz baja de la continuidad o no de quien hasta hace poco parecía un héroe, el ministro Guzmán, el del acuerdo por la deuda.
Como los argentinos y sus dirigentes saben muy bien, el dólar es sinónimo de gobernabilidad y toca una fibra íntima del inconsciente nacional. Los memoriosos no olvidan la híper alfonsinista que a fines de los años 80 le impidió al presidente radical terminar su mandato. Y todavía está fresco el recuerdo de las sucesivas corridas cambiarias que hicieron que los últimos meses de Macri se parecieran a un infierno. “Pasaron cosas”, ¿se acuerdan? Las encuestas muestran que, muy por arriba de la pandemia, la principal preocupación de la sociedad hoy es la inflación. Y los economistas del staff oficial profundizan el problema cada vez que intentan enfrentarlo. Si hasta tuvo que salir el ocurrente Luis D’Elía a plantear que, como el blue es “ilegal”, se prohíba su existencia y deje de publicarse su cotización. Algo tan efectivo como tapar el sol con las manos.
El billete verde sigue y sigue subiendo. Y el Gobierno ya no reacciona.
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