Thursday 25 de April, 2024

OPINIóN | 21-10-2020 10:36

Mis 17 de octubre

Ahora que la pandemia desnudó al capitalismo es oportuno renovar nuestra fe en esa gesta, desde la convicción de que es posible alcanzar la felicidad del pueblo.

Durante mi permanencia en el Consejo Directivo de CGT se inauguraron los murales que narran la génesis del peronismo. La obra genial realizada por D. Santoro comienza precisamente el 17 de octubre y se titula: “La construcción de un sueño que continúa. El movimiento obrero y el peronismo. Felicidad, lucha y tragedia.”

 

Para mí los 17 de octubre tenían olor a gas lacrimógeno, ulular de sirenas, corridas alrededor del Cristo redentor en Rosario, lugar emblemático de la resistencia peronista. Por eso, esos personajes que miran desde los murales del salón Felipe Vallese resumen mi juventud, el imaginario donde fui madurando al calor de la militancia.

 

Crecimos leyendo a Marechal, a J. W. Cooke, escuchando la voz estruendosa del General, llorando a Evita, sufriendo las faltas de libertades de las sucesivas dictaduras. Recuerdo haber leído a Perón en “Los Vendepatrias”: “En los tiempos del crudo imperialismo, las condiciones de vida del pueblo trabajador argentino eran miserables. Nosotros comenzamos por emerger a ese pueblo sumergido por las miserias fisiológicas y sociales hasta elevarlo a una condición humana compatible con la más elemental justicia a que tenía derecho. Le dimos un lugar en la Nación y le reconocimos sus derechos de intervenir en la vida y en el Gobierno de la República. Le aseguramos una dignidad que nunca había conocido antes y comenzó a tener familia, educar a sus hijos y vivir como gente. La capitalización del Pueblo les dio acceso a la propiedad privada y abrió los horizontes, hasta entonces desconocidos, de la felicidad y la tranquilidad.”

 

La aspiración suprema de Perón y del pueblo trabajador era construir una Argentina para todos hasta que se derrocó su gobierno y entramos en la etapa más prolongada de asonadas militares. Esa patria había sido realidad y fue el motivo fundamental, la clave de toda la movilización de la Resistencia cuya consigna era  “Luche y Vuelve”. Se peleaba por una patria posible, que había sido realidad. No se peleaba por un fracaso utópico, sino por algo concreto y real. Todo quedaba supeditado al grado de patriotismo de los protagonistas. Porque la condición sine quanon para ser peronista es ser patriota.

 

El tema de la realidad está muy arraigado en el peronismo. Aquello de que “la única verdad es la realidad” se vincula estrechamente con la necesidad de no caer en el idealismo vacío, es decir en el idealismo utópico e irrealizable. Las grandes ideologías fracasaron en el siglo XX. De ahí el tremendo pesimismo de las sociedades opulentas o subdesarrolladas. Pesimismo respecto de la política, de la vida, de la ética, del cambio social. Por eso la cultura del instante, del vivir el momento, de disfrutar todo lo que se pueda ahora, que mañana nadie sabe lo que pasará.

 

Esta cultura del instante siembra la falta de esperanza. En el ´72 Perón dijo que la peor destrucción en el país era la destrucción del hombre argentino. La destrucción moral del hombre argentino, la pérdida de sus valores solidarios y humanistas que el peronismo había puesto en marcha. Sucede que Perón no quería sembrar en campo estéril. Los valores son encarnados si hay personas preparadas y dispuestas espiritualmente a encarnarlos. Un egoísta no va a encarnar la solidaridad. Un dirigente convencido de la supremacía del mercado no va a propugnar la patria justa, libre y soberana, porque, para él, la patria no existe más, el estado no existe más.

 

Ahora que la pandemia ha desnudado las llagas del capitalismo es oportuno renovar nuestra fe en esa gesta, no desde la nostalgia sino desde la firme convicción de que es posible alcanzar la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.

*Por Juan Carlos Schmid, ex Secretario General de la CGT

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