Friday 26 de July, 2024

OPINIóN | 11-05-2024 08:24

El mundo que aplaude a Milei

Por qué el líder libertario se convirtió en un referente de la nueva derecha global. La reacción frente al movimiento "woke".

A mediados del siglo XIX, Karl Marx pudo decir que “el fantasma del comunismo” recorría Europa. Hoy en día, los fantasmas que preocupan a los  equivalentes de los prohombres de aquellos tiempos no incluyen al credo engendrado por Marx y su mecenas, Friedrich Engels, que, como le encanta recordarnos a Javier Milei, mató, esclavizó o depauperó a centenares de millones de personas hasta que el desplome de la Unión Soviética y la conversión a una versión de neoliberalismo autoritario del régimen chino lo privó de su capacidad para seducir a intelectuales progresistas que querían creer que había una alternativa auténtica al orden establecido.

Los  únicos  proyectos sociopolíticos ambiciosos que asustan a los comprometidos con el status quo actual son el movimiento “woke” que tanto revuelo está provocando en el mundo anglosajón y la “nueva derecha” que lo está combatiendo. Aunque los kirchneristas trataron de importar algunas novedades “woke” como “el lenguaje inclusivo”, sus esfuerzos en tal sentido no les sirvieron para mucho.   

En cambio, el que, a pesar de su fe en el capitalismo y el desprecio que siente por todo lo vinculado con el Estado, Milei sea considerado una de las estrellas más rutilantes de la “nueva derecha”, le está permitiendo desempeñar en el escenario internacional un papel que es mucho más llamativo que el cumplido por Cristina, uno que podría ayudar al país a conseguir las inversiones cuantiosas que precisaría para iniciar una etapa de crecimiento rápido una vez concluida la del severísimo ajuste fiscal que puso en marcha. Siempre y cuando Milei logre que por fin la Argentina tenga una base financiera sólida y, desde luego, que cuente con una cultura judicial que sea mucho más confiable que la existente, sería por lo menos concebible que un día se transformara en lo que llama “la nueva Meca del Occidente”.

Sea como fuere, para todos salvo los irremediablemente politizados, lo que  motiva el temor de la gente en el mundo desarrollado no es la apariencia de ideologías supuestamente novedosas como la representada a su manera por Milei sino amenazas como las planteadas por la caída vertiginosa de la tasa de natalidad, los cambios climáticos, la llegada de multitudes de inmigrantes procedentes de regiones pobres conflictivas, el fanatismo islámico, los esporádicos conflictos étnicos o raciales, el belicismo de Vladimir Putin y autócratas menores y, últimamente, las consecuencias deletéreas de la revolución tecnológica que, entre otras cosas, está eliminando un sinnúmero de empleos.  

Tales fenómenos, que hacen más intensa la sensación casi universal de que, para el hombre común, el futuro será decididamente peor que el pasado, han incidido profundamente en el estado de ánimo mayoritario que se manifiesta a través de la hostilidad de tantos hacia las elites culturales y el gobierno de turno local, sea éste conservador o progre. Asimismo, la conciencia de que nadie parece capaz de imaginar lo que podría reemplazar el orden actual hace aún más profunda la sensación de que el mundo está entrando en una etapa peligrosa, de ahí las alusiones frecuentes al clima que imperaba en la república de Weimar hace cien años cuando Adolf Hitler se alistaba para tomar el poder.

Es que en todas partes, las elites políticas, académicas e intelectuales se sienten desbordadas por problemas que les cuesta entender. Como los integrantes de la “casta” argentina, han aprendido que las soluciones tradicionales ya no funcionan como antes, pero son reacios a abandonar su fe en esquemas que, hasta ayer no más, les parecían innegablemente positivos.

El malestar que se ha apoderado de todos los países más ricos está detrás del surgimiento de la llamada “nueva derecha” en el continente europeo y Estados Unidos. Aunque los movimientos encabezados por dirigentes como Trump, Marine Le Pen y otros de mentalidad similar, cuya base de sustentación está conformada mayormente por hombres de la clase obrera que se han visto perjudicados por la globalización, el progreso tecnológico y la guerra que están librando los verdes contra los combustibles fósiles, proponen reformas que en el pasado no muy lejano habrían sido calificadas de izquierdistas, se ha hecho habitual tratarlos como “derechistas” o “ultraderechistas”, epítetos que al igual que “populista”, suelen usarse como insultos. Si bien ha sido evidente desde hace mucho que el mapa ideológico heredado de la Revolución Francesa ha quedado penosamente anticuado, quienes quieren clasificar a los distintos partidos políticos tomando en cuenta las opiniones de sus dirigentes siguen negándose a abandonarlo. Según el periodismo norteamericano y europeo, Sergio Massa era el candidato de “la izquierda” mientras que Milei era su rival de la extrema “derecha”.

Con todo, aunque los líderes de las agrupaciones denostadas como “derechistas” han sabido aprovechar muy bien la frustración que tantos sienten al ver ampliarse la distancia entre sus aspiraciones por un lado y sus posibilidades por el otro, no hay demasiados motivos para suponer que lo que muchos presuntamente tienen en mente servirá para satisfacer a quienes los apoyan.

En este ámbito, Milei cuenta con una ventaja: el atraso. Lo mismo que buena parte de la población, quiere que la Argentina llegue a tener un ingreso per cápita comparable con el de la Irlanda actual, pero sucede que los irlandeses se sienten tan disconformes con lo que les está ocurriendo como los demás europeos. El desarrollo económico es bueno, pero no alcanza; como dice el proverbio, es mejor viajar con esperanza que llegar.

Si bien los chinos, los habitantes del mundo islámico y, de manera más ambigua, los rusos están celebrando lo que ven como la decadencia de la civilización occidental y no tratan de ocultar su voluntad de aprovecharla en beneficio propio, con la excepción de la planteada por la inmigración descontrolada ya que nadie cuerdo soñaría con trasladarse a sus dominios, ellos también enfrentan las mismas amenazas que están motivando angustia en Europa y América del Norte. Mal que les pese, la resistencia a reproducirse al ritmo necesario para estabilizar la población, aunque sólo fuera para hacer sostenible el sistema previsional vigente, los cambios climáticos que se atribuyen a la industrialización y la agricultura, el impacto del progreso tecnológico y el fin de la esperanza generalizada de que el progreso material estaba garantizado, afecta a todos por igual.

Parecería que está en crisis no sólo el Occidente sino la modernidad. ¿Serán viables sociedades en que haya cada vez más ancianos y menos jóvenes, en que no haya empleos útiles para quienes no son superdotados, en que casi todos tengan que resignarse a vivir de subsidios? Para colmo, no se trata de problemas hipotéticos que podrían enfrentar los bisnietos de los adultos actuales, sino de lo que con toda probabilidad sucederá antes de que la mayoría se haya preparado para jubilarse.

Los optimistas quieren creer que, tarde o temprano, la recesión sexual que el mundo está experimentando se verá sucedida por una época de fertilidad comparable con la del “baby boom” que siguió a la Segunda Guerra Mundial, que, como ha sucedido en el pasado, los avances tecnológicos estimularán la creación de una plétora de nuevos empleos bien remunerados aptos para todos y que, merced a la colaboración internacional, será posible manipular el clima, pero por ahora cuando menos tales afirmaciones distan de ser convincentes. Por su parte, los pesimistas insisten en que el gran proyecto insinuado por la Ilustración dieciochesca -el “siglo de las luces”-, que nos dio el mundo que conocemos, se ha agotado. Sospechan que, víctima de su propio éxito, ya ha alcanzado sus límites.

Puede que exageren quienes piensan así y que el porvenir no sea tan tétrico como dan a entender, pero en vista de lo que está ocurriendo, no extrañaría que en los años próximos algunos países, comenzando con Estados Unidos, sufrieran convulsiones políticas. Por cierto, si en noviembre Trump gana las elecciones presidenciales, la superpotencia aún reinante correría peligro de ser escenario de conflictos sumamente violentos. También parece probable que, en 2027, Le Pen o alguien de ideología similar suceda a Emmanuel Macron en Francia, mientras que no sorprendería que Alternativa para Alemania lograra erigirse en al partido más votado del país más poderoso de la Unión Europea en que, según algunos, la italiana Giorgia Meloni ya se ha erigido en el mandatario más influyente.

En todos estos casos, el eventual éxito de “la derecha” o “el populismo” se debería más que nada a la voluntad del grueso del electorado de frenar la inmigración no deseada; en Europa, la musulmana, y en Estados Unidos, la de “latinos” acompañados por contingentes de chinos, africanos y personas del Oriente Medio. También están causando malestar medidas tomadas con el fin declarado de luchar contra el cambio climático que obligan a todos, incluyendo a los pobres, a pagar mucho más por lo que necesitan para los autos que están acostumbrados a usar o para calentar sus hogares en invierno. Aun cuando en principio las políticas que motivan tanto rencor sean las correctas, en países democráticos es el electorado el que tiene la última palabra y, a juzgar por lo que dicen las encuestas, no está dispuesto a tolerarlas por mucho tiempo más.

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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